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La consagración de la Primavera

La consagración de la Primavera es el paradigma de la modernidad porque, ni la música ni el ballet del siglo XX volvieron a ser los mismos.

BALLET EN DOS PARTES

Lo que debía ser una gran noche para el compositor Ígor Stravinski, para la orquesta y para todos los involucrados en el estreno de la obra, terminó en una batalla campal dentro del teatro. Tanto así, que la policía tuvo que intervenir para separar a los espectadores furiosos que exigían la devolución de su dinero, de aquellos que querían que el espectáculo prosiguiera.

Y es que La consagración de la Primavera es monumental, violento y fuerte; es el paradigma de la modernidad porque, después de esta obra, ni la música ni el ballet del siglo XX volvieron a ser los mismos. Se basa en escenas de la Rusia pagana. Stravinski retrata un antiguo ritual que comienza con el dios del Sol y termina con el sacrificio humano, cuando una virgen es elegida para bailar hasta morir, como símbolo de renovación y del despertar de la vida.

Foto: pexels/ Autor: pixabay/ Año: 2017

Parte I: «La adoración de la tierra».

La noche del estreno la música empezó con la voz suave de un fagot. El telón permanecía abajo. A este instrumento se le unieron un corno francés, un clarinete, un corno inglés, y una vez que la orquesta completa se integró, la música fue una verdadera bacanal. Stravinski compuso una armonía revolucionaria que provoca la sensación de desorden y violencia. El ritmo y los compases eran tan cambiantes que el público se sintió inquieto, no entendía lo que pasaba. Pierre Monteux dirigió a una enorme cantidad de músicos con una variedad de instrumentos y tesituras poco usuales; nunca antes se había escuchado algo semejante. El poder, la fuerza, el volumen y la expresividad de la música enardecieron al público. Stravinski lo calificó como «gente estúpida e ingenua».

Foto: pexels/ Autor: Budgeron Bach/ Año: 2020

Parte II: «El sacrificio».

Con el frenesí de las cuerdas, el telón se levantó y el shock fue aún mayor. En el escenario, un grupo de bailarinas realizaba el «ritual» con sus vestidos folklóricos rusos, saltando y moviéndose de manera poco controlada, con los brazos flojos y las cabezas inclinadas. El coreógrafo, Vaslav Nijinski, imbuido por la rareza de la música y el contexto folklórico ruso, creó una serie de movimientos muy distintos de los utilizados en la danza clásica hasta entonces. Hoy se sabe que no había un guión coreográfico; Stravinski anotó a regañadientes en una partitura algunas indicaciones de movimientos sólo dos semanas antes del estreno, pero Nijinski las pasó por alto. La prima ballerina, Lydia Sokolova, relató que el clamor del público impedía que se oyera la música en el escenario.

Al mismo tiempo, el autor, el coreógrafo, el escenógrafo —Nicolai Roerich, a quien se le reclamó por haber diseñado una decoración mediocre— y el productor —Sergei Diaghilev— empezaron a discutir, culpándose unos a otros por el evidente fracaso de la obra. Todo era caos. Así fue como voló el primer puñetazo.Años más tarde, la Consagración se presentó en Nueva York y fue aclamada como una obra maestra. Sin duda alguna, Stravinski se había adelantado a su época; su creación sigue siendo polémica y, aún ahora, alguno que otro abandona la sala de concierto en busca de un poco de silencio.

«Quise que la obra creara la sensación de cercanía entre el hombre y la tierra, la proximidad entre la vida de ambos, mi visión fue lograrlo a través de un ritmo lapidario. Escuché [a la naturaleza], y escribí lo que escuché.» Ígor Stravinski

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