Desde su aparición en la década de los 80, estas bebidas han volado a alturas envidiables de popularidad con las «alas» que les han dado sus consumidores —muchos de ellos, adolescentes de 11 a 18 años—. Por citar un ejemplo, los fabricantes de Red Bull afirman que una lata de esta «poción mágica» incrementa la energía, mejora el desempeño y el rendimiento en los deportes, disminuye la fatiga y ayuda a compensar el sueño insuficiente. Lo anterior ha sido confirmado por diversos estudios, pero una buena parte de tan «milagrosos» efectos se debe a la abundante cafeína presente en ellas, y no a otros ingredientes más publicitados, como el aminoácido llamado taurina.
Con base en la concentración de cafeína, los especialistas han definido las bebidas energéticas como «aquellas bebidas carbonatadas no alcohólicas que contienen más de 45 miligramos de cafeína en 250 mililitros —lo que equivale a la cafeína que contienen siete tazas de café—, y que comercialmente prometen mejorar el desempeño fisiológico». Existe una estampida de artículos científicos a favor y en contra de los efectos —benéficos o perjudiciales— de las bebidas energéticas; por ejemplo, en la concentración y el tiempo de respuesta en universitarios, en el desempeño como conductor de un automóvil por un tiempo prolongado, y en la eficiencia cardiorrespiratoria en atletas. Otros estudios han determinado que el consumo frecuente de Red Bull y otras bebidas energéticas está asociado con comportamientos de riesgo para la salud —fumar, consumo de alcohol y drogas, violencia interpersonal y sexo inseguro—; pero como asociación no implica causa, nadie puede afirmar que estos comportamientos hayan iniciado con la primera lata de esta bebida.
Entre 2008 y 2009, la investigadora Kathleen Miller realizó un estudio sobre bebidas energéticas en el que participaron estudiantes de universidades públicas de los EE.UU., e hizo dos hallazgos importantes:
- Los consumidores son, en su mayoría, hombres blancos conocidos como «deportistas tóxicos»: universitarios que se autodenominan fanáticos del deporte y cumplen con estereotipos masculinos de violencia, dominación, prácticas sexuales y actividades de riesgo como manejo a alta velocidad y deportes extremos.
- Los bebedores frecuentes de bebidas energéticas, comparados con quienes no lo son, tienen tres veces mayor probabilidad de dañar su salud por el uso de medicamentos sin prescripción médica y de verse envueltos en problemas relacionados con el abuso de alcohol, peleas callejeras, mariguana, sexo inseguro y deportes extremos.
Si además del azúcar, las flores y los muchos colores, la «sustancia X» pudo darle «alas» a las Chicas Superpoderosas, ¿por qué no echarle una mano a la taurina, la cafeína, la glucosa y las vitaminas de las bebidas energéticas, así como a esa otra sustancia X, bastante conocida aunque ilegal en buena parte del mundo? En un artículo publicado en 2009 en China, especialistas identificaron la presencia de cocaína en el Red Bull y —¿sorpresa?— también en las no menos controversiales Coca-Cola y Pepsi.
Antes de que el lector adicto —hablando metafóricamente— a estos productos decida internarse en Oceánica, tal vez lo tranquilice saber que, en los tres casos analizados, la cocaína se encontró en una concentración extremadamente pequeña: una parte por trillón o, en otras palabras, una gota de Red Bull en una alberca del tamaño de una cancha de futbol y de más de diez metros de profundidad.
Luis Javier Plata Rosas es investigador de la Universidad de Guadalajara y un «divulgador tóxico»: postuniversitario fanático de la ciencia. Su «bebida energética» favorita es aquélla publicitada por Pancho Pantera.