De origen maorí —nombre de la lengua y de una etnia polinesia de Nueva Zelanda—, la palabra kiwi llegó al español del inglés, y se usa indistintamente para designar a un ave corredora, a un arbusto trepador de origen chino y al fruto comestible de este arbusto, de piel vellosa y pulpa verde, muy codiciado en las cocinas de todo el mundo. Pero, ¿qué fue primero: el pájaro o la fruta?
El kiwi es un ave que pertenece al género Apteryx —que significa «sin alas»—; se trata de una especie endémica1 de Nueva Zelanda, y por ello se ha convertido en su emblema. El kiwi se distingue de otras aves porque no vuela ni vive en las ramas de los árboles: al carecer de depredadores naturales en su entorno, sus alas se redujeron y, a cambio, desarrolló un largo pico con olfato muy sensible y fuertes patas con las que puede correr y escarbar la tierra. Su nombre deriva de un silbido agudo que produce el macho: kee-wee kee-wee.
Por otro lado, entre las plantas introducidas por los europeos a las islas del Pacífico Sur, se encuentra la Actinidia chinensis, que antes se llamaba yangtao o «grosella china». Los maoríes nombraron kiwi al fruto de esta planta por su similitud con el huraño pájaro: su textura vellosa, el color marrón y la forma ovalada. Su sabor depende de su variedad: el verde, por lo regular es ácido y deja una sensación refrescante en el paladar; mientras que el kiwi dorado sólo se da en el trópico y su sabor es muy dulce.
Finalmente, así como a los australianos se les reconoce por el apelativo de «aussies», a los neozelandeses se les llama «kiwis», simplemente porque su pronunciación es más corta y práctica.