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Trajinar

Érase que se era, hace como 40 años, una mujer que se la pasaba trajinando.

trajinar.

Érase que se era, hace como 40 años, una mujer que se la pasaba trajinando. Se llamaba doña Mica y era portera de un edificio de seis pisos, con diez departamentos y un garage. Pues bien, desde las 5 de la mañana, hora en que se levantaba a diario, doña Mica andaba de aquí para allá: que la vecina del ocho quería unos cigarros, allá iba doña Mica por ellos; que si a la del dos se le tapaba el caño, ahí estaba doña Mica con el plomero para ver qué se había atorado; que si el del diez iba a recibir visita, ahí estaba doña Mica pendiente del portón para guiarla hasta el depa del soltero. Lo que no he dicho es que, por aquella época, doña Mica estaba embarazada…

El verbo trajinar es mucho más antiguo que la historia de la portera. El Diccionario etimológico de Corominas reporta que viene del catalán traginar, que ya se usabamás o menos por el año 1176, y éste a su vez, del latín traginare, ‘arrastrar’. De ahí se deriva que trajinar signifique «dedicarse a acarrear o transportar mercancías de un sitio a otro», como dice María Moliner, o «andar y tornar de un sitio a otro con cualquier diligencia u ocupación», según explica el DRAE.

Trajinar es andar ajetreado, moviéndose y trasladándose de un sitio a otro al trabajar. Se aplicaba a los mercaderes que iban de pueblo en pueblo ofreciendo sus productos, precisamente trajinando. De trajinar proviene también trajinera, esa típica embarcación techada que vemos navegar por los canales de Xochimilco, la cual no sólo transporta turistas y mariachis, sino diversas mercancías, como flores y verduras. Por último, trajinar designa a la acción de aquellos que, como doña Mica, tienen que moverse de un lado a otro cuando andan trabajando.

Mujeres después de trajinar. Foto: Centro Cultural Eduardo León Jimenes

Para concluir con la historia de doña Mica, he de decir que un buen día, por ahí de las 6 de la mañana, le llegó la hora de parir. Ella estaba limpiando las escaleras de todos los pisos y apenas iba como por el cuarto cuando sintió las contracciones. «Ni modo», pensó, «nada más termino de limpiar las escaleras y de lavar el garage y me voy al hospital». Así lo hizo y, por supuesto que cuando entró a la sala de partos ya se le había roto la fuente y traía medio chamaco de fuera. El niño pasó sus primeros meses en un corralito, donde lo dejaba doña Mica mientras seguía trajinando. Al año se le podía ver de pie, asomado por la red de su corral, girando de un lado a otro su cabeza, viendo a su madre de trajín en trajín.

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