Si imaginamos Internet como un iceberg, la punta representaría la «zona» que navegamos todos los días: redes sociales, apps, sitios de comercio: los especialistas la llaman clearnet o web superficial, y sólo representa del 4% al 6% del contenido que hay en la red. El resto está oculto para los «ojos» del usuario común: ésa es la Deep Web, y su contenido es materia de leyendas.
La información que podemos encontrar en la red es interminable; para hacerla accesible existen los motores de búsqueda —como Google— que, utilizando programas llamados «arañas», revisan la información almacenada en los servidores —potentes computadoras cuya función es guardar y transmitir datos para los usuarios—, eligiendo qué contenido mostrar cuando hacemos una búsqueda.
A este proceso se le conoce como «indexar»; sin embargo, hay millones de archivos y sitios que las «arañas» no pueden reconocer: bases de datos, páginas que no tienen enlaces externos, contenido de pago o que requiere permisos especiales, publicaciones académicas, cuentas privadas, plataformas de bancos, archivos de uso interno. Ésta es la Deep Web, aquella a la que sólo se puede acceder al conocer la URL —es decir, la dirección alfanumérica— directa o la dirección IP —el número único que nos identifica al conectarnos en la red— de cada sitio. La mayor parte de su contenido es benigno y es legal navegar en ella.
Esquema por Jose Pagliery y Tal Yellin para cnnMoney.
El lado oscuro de la red
¿Dónde quedan las historias sobre los mercados de drogas y asesinos a sueldo de la Deep Web? Parte es leyenda urbana, parte es verdad y se ubica en la Dark Web, web oscura o DarkNet, compuesta de sitios encriptados que carecen de dns —encargado de gestionar los «nombres» de las páginas cuando navegamos— y de dirección ip. En la DarkNet los usuarios enmascaran su identidad, los propietarios de los sitios ocultan su ubicación y las transacciones se hacen con criptocurrencias irrastreables.
Navegar en ella es legal, pero buena parte de su contenido no lo es: abunda el tráfico de drogas, armas de fuego, pornografía ilícita y piratería; sin embargo, gracias al grado de encriptación que requiere también ha sido terreno seguro para la comunicación y organización de grupos anticensura, investigadores, periodistas, activistas políticos y ciudadanos de regímenes opresivos que requieren acceso a información libre.
Un error frecuente se da al creer que la encriptación equivale al anonimato; es fácil que en la Dark Web se filtren las direcciones IP y, con éstas, las ubicaciones y nombres; además, abundan los estafadores y los robos de identidad; para acceder es indispensable contar con un navegador especializado y confiable —como Tor— y un servicio de vpn que enmascare nuestra ubicación.