Drácula. El monstruo de Frankenstein. La momia. El hombre invisible. El hombre lobo. La criatura de la laguna negra. Si en la Antigüedad el monstruo era la advertencia de los dioses, en nuestros días la palabra encarna las imágenes arquetípicas de estas criaturas grotescas, destructivas y terriblemente solitarias que el cine clásico nos dejó.
A principios del siglo XX la industria cinematográfica cayó bajo el monopolio de la Motion Picture Patent Company. Encabezada por Thomas Alva Edison y poseedora de patentes indispensables, obligaba a los estudios a pagar licencias caras, imponiendo reglas sobre qué se podía filmar y dónde se exhibiría. Así, un grupo de estudios independientes, liderados por el emigrante alemán Carl Laemmle, decidieron mudarse a Los Ángeles, California, para fundar lo que ahora es Hollywood.
Feast your eyes! Glut your soul on my accursed ugliness!
En la década de 1920 el mundo se enfrentaba con el horror de la I Guerra Mundial: los soldados que regresaban del frente solían llevar terribles heridas que impregnaron la psique social, a tal grado que las películas que presentaban personajes deformes tenían gran demanda. No hubo nadie mejor para encarnarlos que Leonidas «Lon» Chaney, prodigioso actor de teatro que desarrolló desde niño la pantomima como forma de comunicación con sus padres sordos; años más tarde, su asombrosa capacidad histriónica y su inusual habilidad con el maquillaje le ganaron el apodo del «hombre de las mil caras».
Si bien tuvo una extensa filmografía —oficialmente se cuentan 152 películas—, fue en la Universal Pictures, fundada en 1912 por Laemmle, donde logró dos de sus papeles más recordados: Quasimodo, en El jorobado de Notre Dame (1923) y el personaje principal en El Fantasma de la Ópera (1925).
Ambas fueron extraordinariamente costosas para la época, y las dos consiguieron un éxito arrasador: El jorobado requirió reconstruir la Catedral de Notre Dame y las calles de París en un estudio, y lo mismo se hizo para El Fantasma, en la cual se recreó la Opera House.
En ambas, Chaney se sometió a un complejo maquillaje cuyos detalles se mantuvieron en absoluto secreto; El Fantasma estableció el «gótico hollywoodense» que durante los siguientes 20 años retomó los tonos sombríos, melodramáticos y altamente sensuales de la novela de finales del siglo XVIII, los asfixiantes claroscuros del expresionismo alemán e imprimió un subtexto social, religioso y subversivo. Si el éxito y el legado de estos monstruos puede explicarse en una sola escena, es aquella en que Christine —Mary Philbin— arrebata la máscara al fantasma para revelar su deforme rostro: el monstruo es terrorífico, pero es imposible pasar por alto que la súbita exposición lo ha dejado inerme, vulnerable ante un mundo que no perdonará su anormalidad.
Listen to them: Children of the night
Universal Pictures era un negocio familiar y Carl Laemmle no intentaba disimularlo: tuvo en la nómina a 70 familiares y en 1928, cuando su hijo mayor, Carl Jr., cumplió 21 años, su obsequio fue el mando de la productora. «Junior» impulsó las cintas sonoras, el Technicolor y las producciones de mayor presupuesto. Deseaba adaptar al cine la novela Drácula, que era una de las obras teatrales más populares debido en buena parte al talento de su protagonista, el actor húngaro Bela Lugosi.
Los monstruos de las películas somos nosotros, siempre nosotros, de una manera u otra, pero con sombreros. (…) Son las partes peligrosas de nosotros.John Carpenter
Aunque el Nosferatu de Murnau fue la primera adaptación de la obra de Bram Stoker, nunca se hizo el pago de derechos y la demanda requirió —sin éxito— que las copias de la película fueran destruidas. Carl Jr. aprovechó la oportunidad para lo que, pensaba, sería una inmensa producción con Lon Chaney como el conde vampiro y Tod Browning —conocido por su tono mórbido, luego inmortalizado por Freaks (1932)— al mando. Sin embargo, el estudio estaba sumido en
una grave crisis financiera, Chaney enfermó de cáncer y el fastuoso proyecto comenzó a desmoronarse.
A pesar de las excelentes críticas que la obra le había traído, Lugosi nunca fue considerado para el papel y, para obtenerlo, aceptó reducir su salario a 3 500 dólares. El año de su estreno, Drácula ganó 700 mil dólares, la mayor recaudación que la Universal había logrado.
A la larga, Lugosi resintió el acuerdo y, aún más, que su extraordinario potencial como actor dramático hubiera quedado opacado por el icónico personaje que una vez amó y que robó su rostro, su pronunciado acento húngaro y sus maneras suaves y sensuales como características inherentes a todo vampiro moderno. Sin embargo, amaba las cámaras y aceptaba ansioso cualquier papel que se le ofreciera: temía que las puertas del espectáculo se cerraran para él, no quería quedar en el olvido.
You have created a monster, and it will destroy you!
El éxito de Drácula, estrenada en febrero de 1931, hizo que Carl Jr. comenzara a planear el próximo proyecto de Lugosi: la adaptación de la novela de Mary Shelley, Frankenstein. Sin embargo, el actor no estaba conforme con el silente monstruo retratado como una «máquina de matar» y renunció tras un par de pruebas de maquillaje, aunque hay quien dice que fue rechazado por el director británico James Whale. Años más tarde Lugosi interpretó al monstruo en Frankenstein Meets the Wolf Man (1943): ésa fue la primera de una serie de películas que mezclaban personajes de la franquicia en el primer «Universo cinematográfico» de la historia.
Para el protagónico de Frankenstein, Whale eligió al inglés Boris Karloff, un actor casi desconocido. A diferencia de la criatura descrita por Mary Shelley en la novela, el monstruo no habla; sin embargo, el repertorio actoral de Karloff logró crear una criatura trágica y solitaria que cuestionó el concepto moral del monstruo en la cultura popular. Frankenstein se estrenó en noviembre de 1931 y recaudó 12 millones de dólares.
Death… eternal punishment… for… anyone… who… opens… this… casket
Carl Jr., desesperado por un nuevo éxito e «inspirado» por la apertura de la tumba de Tutankamon en 1922, eligió a Karl Freund —fotógrafo de Drácula y de Metrópolis (1927), de Fritz Lang— como director y a Karloff para protagonizar The Mummy (1932), que copiaba la trama de Drácula cambiando al vampiro aristócrata por una momia egipcia. El resultado fue un magnífico thriller de horror y romance.
Rápidamente, el horror atrajo a directores y actores de «clase A» al ofrecer, gracias al velo de la «fantasía», una exploración del sexo, la violencia, la religión y la política con una libertad sin igual. En 1933 apareció El hombre invisible, basada en la novela homónima de H. G. Wells. Dirigida por Whale y protagonizada por Claude Rains —cuya interpretación es fundamentalmente vocal, pues su rostro aparece sólo por unos instantes—, logra efectos especiales de asombrosa efectividad, sin por ello descuidar la mezcla de horror y comedia negra que le garantizó considerable éxito.
To a new world of gods and monsters!
La obra maestra llegó de manera inesperada con The bride of Frankenstein (1935). Desde que Frankenstein estaba en producción, Carl Jr. había comenzado a planear una secuela, pero James Whale, harto de ser asociado con el horror, se negaba a dirigirla. Rechazó múltiples guiones hasta que en 1934 recibió una excelente reescritura de William J. Hurlbut y Edmund Pearson. Sin más remedio que aceptar, Whale se aseguró de que Boris Karloff y Colin Clive repitieran sus
papeles de 1931 como criatura y creador —aunque Karloff odiaba la idea de que el monstruo hablara— y contrató a Elsa Lanchester para el papel doble de Mary Shelley y «La Novia», creada para aliviar la soledad del monstruo y que, apenas renacida, decide morir de nuevo. Ésta es, sin duda, la obra más arriesgada de Whale, que no dudó en imbuirla en una atmósfera de onirismo gótico, metáforas religiosas y personajes dementes, obsesivos.
En 1934 el «código Hays» de censura entró en vigor; el cine de horror fue uno de sus principales objetivos y dos años más tarde, las dificultades financieras de la Universal provocaron la venta del estudio.
Así, Dracula’s Daughter (1936) marcó el final de la edad dorada de la Universal. Ésta fue la última película que Carl Jr. produjo, y tenía grandes planes para ella, pero el mínimo presupuesto terminó atando sus manos. Aún así, sobresale la novata Gloria Holden brillando como la melancólica condesa.
Marya Zaleska, un monstruo-víctima que desprecia su poder: en una filmografía dominada por monstruos masculinos resulta fascinante la fría vulnerabilidad de la vampiresa y la exploración sexual de marcados tonos lésbicos. Sin embargo, la cinta pasó inadvertida para la audiencia y la crítica.
It isn’t a wolf… it’s a werewolf!
Al iniciar la II Guerra Mundial, el mercado cinematográfico de los EE.UU. se volvió primordialmente «casero», perdiendo la riqueza de la influencia europea; los estudios no querían ideas nuevas, sólo variaciones temáticas. Ésta fue la época del monster mash hollywoodense, que sólo buscaba reusar a los personajes más icónicos; de entre éstas sobresale la excelente Son of Frankenstein (1939), última aparición de Boris Karloff como la criatura.
El género no murió, sólo mutó. En 1941 llegó The Wolf Man, que si bien no era el primer intento de la Universal por llevar al licántropo a la pantalla —ya lo habían hecho en 1935 con Werewolf of London— logró establecer una nueva mitología cinematográfica para el hombre lobo encarnado en Lon Chaney Jr. —hijo del legendario actor—, creando una de las mejores películas de horror del cine clásico.
A mediados de los años 50 los monstruos habían quedado en el pasado, ahora las amenazas de la bomba atómica y la exploración espacial ocupaban las pesadillas colectivas. Sin embargo, el último monstruo de la Universal regresó con una criatura peligrosa surgida de una tradición antigua y traída a un mundo moderno donde debe matar para sobrevivir. Estrenada en 1954, filmada en blanco y negro y proyectada en 3D, Creature from the Black Lagoon fue uno de los más perdurables éxitos de la Universal —según se dice, la inspiración vino de una leyenda prehispánica que Gabriel Figueroa contó al productor William Alland en una fiesta.
Aún con este éxito, la era de la Universal terminó al inicio de los años 60, dando paso a la gran época de la Hammer Film Productions, que revivió a los monstruos góticos con sangrientas versiones a color protagonizadas por actores como Christopher Lee y Peter Cushing, antes de perder el terreno en favor del horror psicológico de los años 70.
Posteriormente, los pequeños cines que proyectaban cintas viejas, las retransmisiones en tv, la llegada del VHS y la restauración de decenas de archivos, permitieron que generaciones nuevas conocieran a esos monstruos dementes, solitarios, sedientos a veces de venganza, a veces de sangre y a veces de amor, que décadas antes habían creado el cine de terror.