Todos los días desde que comenzó la pandemia, cientos de miles de médicos alrededor del mundo dedican su jornada entera, cubiertos de pies a cabeza, a salvar vidas ante la presencia de un ente invisible.
Entre la enfermedad y el resto de la población, sólo los tenemos a ellos. Por eso mismo, este testimonio de la doctora Brenda Aceves, residente de Medicina Interna en Fundación Clínica Médica Sur, resulta tan especial.
Sirva su publicación como un agradecimiento a la comunidad médica mexicana por sus esfuerzos y dedicación.
Estudiar medicina no reside en la buena memoria, la teoría, la lógica o inteligencia humana; estudiar medicina radica en el entendimiento del ser humano.
Como la filosofía, la medicina desentraña el pensamiento, la ideología y la sabiduría humana; la medicina busca, como la metafísica, el significado de la naturaleza, los componentes de la realidad y la abstracción de la vida. Medicina y sociología buscan la comprensión de la conducta humana, el movimiento de masas y su evolución en periodos de espacio y tiempo. El cuerpo humano es física, átomo, molécula y función.
Medicina es espacio y tiempo; medicina es realidad y abstracción; medicina es un ejemplo de teorías inconclusas, hechos e investigaciones interminables que acaparan el comportamiento instintivo del ser por conocer respuestas a su existencia. El médico busca el arte en la existencia misma. Resumiendo, el estudio de la medicina radica en la ciencia y el arte entremezclados para el entendimiento de nuestra propia existencia.
El médico se solapa en el estudio profundo del ser. Encuentro erróneo pensar en el médico como la solución ante la enfermedad; el médico estudia al ser para entender la enfermedad. Para que se dé este entendimiento se necesita de la relación entre el médico y el paciente; confluencia bilateral entre dos seres iguales que buscan el apoyo en gestos, palabras o un simple apretón de manos para saberse acompañados. Aquí radica la responsabilidad del médico, en la huella que dejemos en la vida del paciente como en la nuestra.
El trato médico-paciente se define como la relación que tiene el pintor con su lienzo y paleta, a la relación entre el escritor y su inspiración y al músico con su pentagrama. Se necesita de esta coexistencia para la creación de la armonía, de la belleza y del entendimiento de una pieza como un todo por la suma de sus partes. Cada detalle que conforma al todo lo moldea de forma única e irrepetible y le proporciona un sentido a su existencia y realidad.
El médico entiende que la realidad del ser humano no es absoluta; entiende que cada individuo posee su propia realidad y por lo tanto su propia existencia. El médico entiende su existencia como parte de la existencia del otro; es decir, que el médico conoce esta dualidad de existencias entre la suya y del prójimo para entenderse a sí mismo.
Conoce el fin de la vida pero lo entiende también como el inicio, conoce el ciclo de la vida como continuidad de la existencia.
El médico hace suyo el inicio y el fin de las vidas que se apoyan en sus manos. Se cree que el médico manipula un juego de dioses y fuerzas sobrenaturales para engañar este «fin» que nos acecha; sin embargo, es el médico quien mejor conoce los límites, las reglas y quien mejor sabe que la máxima evasión a la muerte es la misma razón de supervivencia del instinto humano.
El médico vive, el médico siente y el médico sufre porque el médico es también paciente. El médico conoce el dolor, el sufrimiento y la tristeza, pero también conoce la esperanza, el milagro y el alivio. El ser médico es entender esta confluencia de elementos de vida, hacerlos propios y poder transformarlos para lograr su desarrollo como individuo.
El médico es analista, un máximo observador de cada detalle que conforma al todo y que conoce que su existencia conforma una minúscula parte de ese todo. Es mediante esta habilidad de desprendimiento del instinto ególatra del ser humano con la cual el médico es capaz de colocarse a sí mismo en segundo plano para tomar la mano del paciente.
El médico «sabe que no sabe nada», es así como nunca termina su carrera de aprendiz. El médico evoluciona con el tiempo, se adapta en el espacio y se transforma en su desarrollo.
El médico no pierde el instinto curioso del niño, la rebeldía del joven, la pasión del adolescente, el aprendizaje del adulto y la sabiduría del viejo.
El ser médico es todo. No soy capaz de decir que el médico es el individuo perfecto o el ciudadano ideal, pero me mantengo firme al decir que el médico es humanista, intelectual, culto, filósofo y artista. El médico es el máximo filántropo y altruista en la vida humana.
¿El médico nace o se hace? Nunca conoceré la respuesta; sin embargo, considero que el médico cuenta con habilidades que pocos llegan a desarrollar. Por lo tanto, no todos podemos llegar a ser médicos. Aquél que se llama a sí mismo médico conoce su carga y se mantiene erguido para soportarla en el camino. El médico no piensa en el peso o en el sacrificio que esta carga le produce, el médico la resguarda y la hace suya. El médico y su carga se vuelven uno mismo.
¿Cuál es la máxima carga de un médico? La responsabilidad de otra vida humana en sus manos. La belleza y la vulnerabilidad de esta carga hacen única a la profesión y envuelve a la vocación.
Ser Médico
Un agradecimiento a la comunidad médica mexicana por sus esfuerzos y dedicación.
- miércoles 13 mayo, 2020
Compartir en:
Twitter
Facebook
LinkedIn
Email
Deja tu comentario
Suscríbete al Newsletter de la revista Algarabía para estar al tanto de las noticias y opiniones, además de la radio, TV, el cine y la tienda.