Al respecto, la pregunta es: ¿por qué el introducir virus o bacterias en mi organismo va a prevenir que un día cualquiera me enferme precisamente del mal que causan estos microorganismos patógenos? He aquí la respuesta:
La vacuna, descubierta en el siglo XVIII por Edward Jenner, logró combatir muchas de las dolencias que entonces eran mortales para el hombre y los animales, como la viruela, el cólera y la rabia. ¿Cómo funcionan las vacunas?
Funcionan de la siguiente manera: se toma una pequeña muestra de los agentes patógenos —ya sean virus o bacterias— que causan la enfermedad y se inactivan o atenúan; después, se administran al paciente por medio de la vacuna. Entonces, el organismo comienza a producir anticuerpos contra este agente infeccioso y esta inmunización preparará al cuerpo humano para responder de manera rápida y eficaz contra la enfermedad.
Ahora bien, a pesar de que las vacunas se forman de un patógeno, son eficaces debido a que el agente infeccioso entra en el organismo y desencadena una respuesta para defenderse de sus efectos, causando la enfermedad, pero de
manera controlada. Entonces ocurre una lucha entre el desarrollo del mal y la repuesta inmunitaria.
Si el organismo infectado sobrevive, genera un registro en el sistema inmunológico que permitirá a nuestro cuerpo responder más rápidamente ante una segunda infección.
Aquí se aplica, entonces, lo que decía mi abuelita: «Lo que no te mata te hace más fuerte».