La música en el cine, a diferencia de la música como arte independiente y autónomo, cumple para muchos una labor subordinada sobre los demás elementos narrativos que conforman una obra cinematográfica, por lo que su función es vista, en algunas ocasiones, como un dispositivo meramente utilitario en tanto que acentúa la tensión y emotividad de las secuencias visuales.
De hecho, todavía queda cierto resquicio de aquel prejuicio, arraigado entre algunas personas que gustan del cine y quienes insisten en que «la música en el cine no se tiene que escuchar», como si la sonorización cinematográfica se tratara de un elemento frívolo del que, sin embargo, difícilmente se puede prescindir.
Unos pocos tecnicismos
Una película se compone de tres universos sonoros principales: el soundtrack, el score y la banda sonora. El primero corresponde a todas las canciones que habitan dentro de una película; puede tratarse de música original, realizada exclusivamente para determinada obra, o música licenciada, por la cual los productores pagan derechos de uso. El score, en cambio, es aquella sucesión de sonidos que acompañan ciertas escenas de forma discontinua y que predisponen al espectador en una suerte de inmersión suspensiva, de celebración o de extrañamiento. Por último, la banda sonora es prácticamente la suma de las dos anteriores, además de los efectos de sonido y los diálogos, en los que el impacto de la modulación de la voz funcionan como potenciadores sensoriales.
Un mundo, muchos mundos
El cine, como bellamente lo describe Raúl Ruiz, «es un mundo de imágenes en el que coexisten simultáneamente varios otros mundos». Existen los mundos de Steven Spielberg, de Francis Ford Coppola o de Giuseppe Tornatore, pero también existen esos mundos tal vez más ajenos, pero quizás más íntimos y más presentes en nuestra memoria, creados por Vangelis, Nino Rota y Ennio Morricone.
La simple existencia de los scores en una secuencia cinematográfica la recubre de carácter dramático. Los sonidos llegan a la sensibilidad del espectador incluso antes que la narrativa escénica. Por eso, muchos directores, de la mano de los scoristas, hacen uso de efectos de sonido intermitentes y líneas armónicas sorpresivas dentro de películas de terror y suspenso. Los scores también funcionan como indicadores de tiempo, al emplear figuras melódicas que remiten a una década determinada, por lo que su uso es recurrente en películas de época. De igual manera, en caso de que exista una elipsis que implique un significativo cambio en el tiempo, los scores facilitan el entendimiento del salto, ya que la música funciona como clarificadora de la narrativa que leemos en escena.
Por lo tanto, la música direcciona la lectura del relato, lo dota de una línea discursiva que inhibe el surgimiento de lecturas alternas que distraigan al espectador del significado principal, pues le proporciona directrices sólidas.
No es fortuito el hecho de que solamente algunas escenas se acompañen de música de fondo, ya que dentro de los elementos que juegan en la construcción de un relato, se priorizan unos sobre otros, lo cual hace que el potencial narrativo esté impregnado de matices y acentos.
Algunos scores icónicos
Hay películas que nos han hecho sentir un estado hipnótico, en el que aquellos que se encuentran presentes en una sala cinematográfica gozan de «una oscuridad urbana en donde se elabora la libertad del cuerpo», como decía Roland Barthes. Todo esto no se logra con la presencia de un solo elemento, sino que se consigue con música cargada de sentido anímico, junto con la composición de planos y la elección de la paleta de color que logran codificar el sentido de una película.
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