Imagine que de la noche a la mañana, Internet dejara de existir o que un asteroide tuviera una trayectoria directa hacia la Tierra; seguramente le entraría un miedo súbito e inexplicable debido a que no conoces el motivo de ambos fenómenos. Justamente fue así como el virus de la inmunodeficiencia humana, la infección por el virus y el síndrome de la inmunodeficiencia adquirida llegaron «de la nada» a principios de los años 80.
Todo comenzó en 1981 cuando el médico estadounidense Michael Stuart Gottlieb trató en tres meses a cuatro pacientes con la misma e inusual infección de pulmón: neumonía causada por el hongo Pneumocystis Carinii —ahora llamado P. Jirovecii—. Estas personas con una vida normal y que gozaban de buena salud, de pronto vieron debilitado su sistema inmunitario al punto de quedar totalmente incapacitadas. Sin embargo, aún se desconocía al patógeno culpable de estos casos inexplicables.
El virus
Ahora sabemos que taxonómicamente se trata de un lentivirus, que es un subgénero de los retrovirus —como la gripe—, cuyo periodo de incubación es muy largo, de ahí su nombre. Como buen retrovirus, el VIH depende de enzimas transcriptasas que se encargan de convertir el ARN del virus en ADN, para que se inserte en el genoma del huésped y el virus se replique. Pero el VIH no fue descubierto sino hasta 1983, cuando ya había cundido la pandemia de sida.
Las víctimas microscópicas del VIH son los linfocitos T, los macrófagos y las células dendríticas. Precisamente es por los linfocitos o células T que la infección es mortal: cuando el nivel de células T de tipo CD4+ alcanza niveles críticos, se pierde la inmunidad celular volviendo al organismo más susceptible a infecciones oportunistas, como la mencionada neumonía jirovecii. La infección por VIH ocurre por la transferencia de fluidos corporales como sangre, semen, líquido preseminal, flujo vaginal o leche materna, donde el virus se encuentra como partícula libre dentro de las mismas células presentes en ésos.
No obsante, el origen de ese virus en el humano se trató de una zoonosis; es decir, el virus original provino de otra especie animal y mutó para nosotros. ¿Y quiénes nos regalaron ese mal? Nuestros parientes primates que padecen el virus de inmunodeficiencia en simios o VIS. Por si eso no fuera suficiente, provino de dos especies distintas: el VIH-1 —el más común y agresivo— del VIS-CPZ en los chimpancés; y el VIH-2, del VIS-SM en los mangabey grises, un tipo de macaco. Y como ya se mencionaron los distintos fluidos que permiten la transferencia del virus, usted saque sus conclusiones.
El síndrome
Si la persona infectada pasa de una fase aguda a una crónica y en su sangre tiene menos de 200 células TCD4+ por microlitro —la millonésima parte de un litro— además de presentar las dichosas infecciones oportunistas, oficialmente tiene sida. De las tres categorías cínicas de la infección —A, B y C—, se considera sida cuando:
Categoría A3. El infectado puede estar asintomático aunque con nivel bajo de células T.
Categoría B3. La persona desarrolla enfermedades como candidiasis, enfermedad pélvica infamatoria, herpes zóster, leucoplasia oral vellosa o púrpura trombocitopénica idiopática.
Categoría C1, C2 y C3. El paciente presenta infecciones oportunistas provocadas por bacterias —tuberculosis—,virus —retinitis o bronquitis—, hongos —criptococosis— y protozoos —isosporiasis intestinal crónica o toxoplasmosis neurológica—, o procesos tumorales como el sarcoma de Kapos o el linfoma de Burkitt.
Algunos estudios indican que el virus y su subsecuente enfermedad han existido desde la década de 1920 después de cientos de años de mutación.
Los chivos expiatorios
Muchos de los primeros pacientes que presentaron esa misteriosa enfermedad eran hombres homosexuales y hasta la fecha, a ellos se les sigue culpando absurda e injustamente de «esparcir» el sida a la humanidad: la infame «plaga gay». Pero los prejuicios no acabaron ahí, la histeria fue tan grande que se negó contratar a personas cero positivas en diversos trabajos —como en Hollywood— o surgieron mitos risibles como que el contacto físico —no sexual—, como saludar con la mano o darse de besos, era sinónimo de contagio.
No obstante, los únicos fluidos «no sexuales» que transmiten el VIH son la sangre y la leche materna. Entonces, ¿cómo es que un hombre adulto heterosexual y monógamo contrajo el virus? La leche materna quedaba definitivamente descartada por obvias razones, lo que indicaba que la sangre era la culpable. Y cuando se comenzó a ingresar a pacientes drogadictos, se supo que los poppers —que estaban de moda— y las agujas compartidas por drogas intravenosas también eran un medio de transmisión.
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