Ahora, quienes tienen la rara fortuna de pertenecer a una nómina, es decir, de tener un empleo con prestaciones de ley, saben que tienen derecho a vacaciones —aunque en México sean de las más cortas—. Pero hace 150 años esta idea era impensable y apenas se empezaba a hablar de fines de semana. ¿Cómo es que la clase trabajadora consiguió disfrutar de unos días de descanso?
La palabra holiday —derivada del inglés antiguo haligdæg—, compuesta por holy, ‘santo’, y day, ‘día’, tiene su origen en la época medieval, cuando los viajes y días de descanso se realizaban por motivos religiosos: una peregrinación a un santuario o tierra sagrada; los días de asueto para celebrar la Navidad son ejemplo de ello.
El concepto de «vacaciones» tal como lo conocemos no fue acuñado sino hasta el siglo XIX, cuando en Inglaterra se estipuló que, además de los domingos y el día de Navidad, todos los trabajadores tenían derecho a cuatro días de descanso por año. Ahí comenzó todo.
Holidays
Podríamos decir que los precursores de las vacaciones sean los viajes que la gente de la Edad Media realizaba con motivos religiosos. Estas peregrinaciones se hacían comúnmente para visitar santuarios, ermitas y capillas ubicadas alrededor del mundo, como Winchester, Roma o Jerusalén.
Además de aquellas «escapadas para conocer el mundo» la población solamente viajaba por motivos de trabajo. A pesar de esta limitación, la vida no era totalmente gris, los campesinos también aprovechaban el descanso que se les otorgaba durante los llamados «días santos» para bailar, cantar, reunirse con amigos y practicar algunos deportes.
Durante esa misma época, existía un periodo que se asemeja a lo que nosotros llamamos vacaciones. En Inglaterra —durante la dinastía Tudor, en los siglos XV y XVII— se celebraban los doce días de Navidad, que comprendían del 25 de diciembre al 6 de enero. Durante este lapso todas las actividades se suspendían —con excepción del cuidado de ganado— y se aprovechaba para convivir.
Al pasar el tiempo, el hábito de viajar se fue fortaleciendo, claro que sólo en la clase adinerada, que era la que podía darse este lujo. Asimismo, con el fin de concluir su educación, los jóvenes de familias ricas acostumbraban viajar por Europa durante algunos años. Más tarde, en el siglo XVIII, se empezaron a construir carreteras que permitieron a la población viajar con mayor facilidad.
Poco antes de que la clase trabajadora recibiera un periodo de descanso pagado, se popularizó el uso de sanatorios, baños o spas: centros que tenían la fama de curar enfermedades. Además de estos lugares de relajación, también surgieron las pensiones y cafeterías, en donde la gente podía jugar a las cartas, tomar caminatas o montar a caballo como parte del tiempo de ocio.
Las semillas del cambio
El arte del descanso es una parte del arte de trabajar.
El imaginario colectivo nos ha llevado a identificar a la Revolución Industrial como un concepto de progreso en materia de producción masiva. Pero no olvidemos que este suceso histórico también acarreó una innovación, no sólo en las tareas, sino en el ritmo y los hábitos laborales.
El desarrollo industrial del siglo XIX aceleró las exigencias laborales de tal forma que quienes trabajaban en pequeños talleres o en granjas desde su hogar, se vieron en la necesidad de trasladarse diario a las fábricas textiles, cambiando radicalmente sus actividades cotidianas.
A pesar de estas transformaciones, las leyes no protegían a los trabajadores al inicio de la Revolución Industrial. En 1833 se dictó la primera ley que prohibía trabajar a los niños menores de 9 años. Para 1842 se hizo oficial una iniciativa en que se decretaba que las mujeres y los niños no debían trabajar en minas.
Vacaciones y literatura
«La prueba de la maravillosa singularidad del escritor es que durante esas tan comentadas vacaciones, que comparte fraternalmente con obreros y dependientes, no deja de trabajar, o a menos no deja de producir. Falso trabajador, también es un falso vacacionista».
Así como lo señala Roland Barthes en un artículo titulado «El escritor en vacaciones», existe una profesión que no toma vacaciones: la de escritor. Por ridículo que parezca, esa afirmación resulta del todo cierta si partimos de la idea que, a pesar de su condición humana, quien ha hecho de su profesión la escritura, es incapaz de desligarse totalmente de su fuente de trabajo: las vicisitudes de la vida cotidiana, de lo mundano y lo terrenal.
Quizá la perspectiva de Barthes sea un tanto romántica al presentar al escritor como «un superhombre, de una especie de ser diferente que la sociedad exhibe para gozar mejor de la singularidad ficticia que ella le concede»; sin embargo, en la actualidad la labor de un escritor no radica sólo en publicar libros, sino en el contenido generado día a día, ya sea en papel o en cualquier otra plataforma.
«¿Qué es un fin de semana?»
Los ratos de ocio son la mejor de todas las adquisiciones.
En 1871 se acordó que todos los domingos del año y algunos días festivos serían libres para los trabajadores; ésta fue una de las primeras leyes que determinaban el descanso como una de las necesidades básicas; sin embargo, la senda que dirigía hacia el concepto de «vacaciones» aún era incipiente.
Una década antes de la llegada del siglo XX, se definió por primera vez un concepto que ahora nos parece inherente a la vida. Para 1890 a la mayoría de los trabajadores y obreros se les había asignado medio día de descanso en sábado, lo cual originó el tan adorado concepto del «fin de semana».
Esta práctica se aplicaba, por supuesto, a la clase obrera, motivo por el cual no resulta extraño que en la serie de televisión británica Downton Abbey la aristócrata Lady Crawley ignore el concepto y pregunte: «¿Qué es un fin de semana?». Pues las vacaciones, el trabajo y el descanso de fin de semana eran prácticas totalmente ajenas a la nobleza.
A pesar de la popularización de los días prolongados de descanso, los viajes durante ese periodo seguían siendo asequibles solamente a la clase adinerada. Entonces, la recolección de lúpulos y las excursiones de un día eran algunas de las actividades que acostumbraba realizar la clase trabajadora en su tiempo libre.
Un pacto inamovible
No considero libre a quien no tiene algunas veces sus ratos de ocio.
Ocho décadas atrás, para ser exactos en 1936, gracias al régimen del socialista Léon Blum se instauró por primera vez en Francia una ley que acordaba que, además de un incremento salarial y seguro social, todos los trabajadores tenían derecho a recibir vacaciones pagadas.