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José Alfredo Jiménez para principiantes

Si eres un mexicano que se respete, siempre llegarás al gran José Alfredo, quien, de tan emblemático, no hace falta mencionar su apellido.
José Alfredo Jiménez para principiantes

Por María del Pilar Montes de Oca Sicilia

No importa si te gusta el rock puro de los Rolling Stones o The Beatles o el progresivo —y eres uno de los que babean con Roger Waters—; si lo que te viene bien es el hip hop o el rap —desde Eminem hasta Control Machete—; o si eres más bien de la balada romántica —y tienes todos los álbumes de José José, como yo, e incluso te acuerdas de unas de Camilo Sesto.

Tampoco importa que lo tuyo sea bailar salsa y cumbia y te sepas las de Rubén Blades y Óscar de León; si le entras al pasito duranguense u oyes a los Tigres del Norte; y menos aún que seas del tipo culto, y escuches con gozo a la Berliner con Von Karajan porque tienes buen oído y le inteliges a la música orquestal.

No importa si el Metal te raya, desde Judas Priest hasta Metallica, o más bien es el jazz lo que te checa, y oyes a Miles Davis hasta en el coche; y no, no importa —aunque un poco más— si te desviaste en el camino y lo tuyo es Maluma y el reggaeton, o peor aún, si escuchas detenidamente las letras tan rimaditas de Arjona o te pasan los narcocorridos; en fin, que no importa ni siquiera si te gusta la música o no… el hecho es que —si eres un mexicano que se respete— siempre, de alguna manera u otra, tarde o temprano, llegarás al gran José Alfredo, quien, de tan emblemático, no hace falta mencionar su apellido.

José Alfredo Jiménez


Cuando estés borracho, cuando tengas una pena en el alma, o sufras mal de amores, cuando tengas celos y rabia; cuando no encuentres consuelo; cuando estés enamorado como un idiota; cuando estés despechado y tengas ganas de venganza; cuando no puedas más y quieras cantar «las de dolor y contra ellas»; cuando entres en la madurez y veas que la vida realmente iba en serio; cuando sufras una separación forzosa; cuando vivas un amor imposible y así… ahí estará él para acompañarte y ahí estará este ejemplar de Algarabía, para que José Alfredo te aconseje, te ayude a desahogarte y te anime en el camino.

Usted sabe que José Alfredo Jiménez es, ha sido y seguirá siendo uno de los mejores compositores de México, no sólo del género vernáculo, sino de la canción popular en general.

José Alfredo también que es uno de los guanajuatenses destacados e ilustres de nuestro país —junto con el «charro cantor» Jorge Negrete, el gran Diego Rivera nuestro querido Jorge Ibargüengoitia—, ya que nació en Dolores Hidalgo —«yo allí me quedo paisano, ahí es mi pueblo adorado»— y que se mató a tragos —murió a los 47 años de cirrosis hepática— después de andar en todos los rincones de un sinfín de cantinas.

Pero, quizás, lo que usted no sabe es que José Alfredo hizo su primera grabación el 4 de junio de 1950 —a instancias de Emilio Azcárraga Vidaurreta, entonces director de la XEW—, que carecía de educación musical y, en principio, no sabía tocar ningún instrumento; ni siquiera conocía los términos vals o tonalidad, al punto que para componer le «cantaba» las canciones a un arreglista —Rubén Fuentes, la más de las veces—, o de plano se las chiflaba.

Tampoco es de todos sabido que cuando tuvo que trabajar, hizo de todo: fue portero de futbol profesional en equipos como el Oviedo y el Marte, también fue mesero y vendedor, y aunque siempre se vistió de charro ni siquiera sabía montar.

El hecho es que José Alfredo Jiménez es de esos poetas innatos, sin diccionario, dotados de una extraordinaria fecundidad creativa, que podía componer en una servilleta, en un papel, a capella, en un ratito, sobrio o pedo; como ejemplo están las casi 300 canciones que compuso, cuya gran mayoría no tiene desperdicio; porque sus letras son, como diría mi nana Delfina: «séntidas, séntidas», profundas y concisas.

Además, sus frases son soberbias, certeras y llegadoras, como ésta que es mi favorita:

«Cuando estoy entre tus brazos, siempre me pregunto yo:
¿Cuánto me debía el destino que contigo me pagó?»

Y para qué seguir escribiendo si las podemos cantar; como cuando empezamos a enamorarnos y decimos:

«Poco a poco
me voy acercando a ti
poco a poco
la distancia se va haciendo menos
yo no sé si tú vives pensando en mí
porque yo sólo pienso
en tu amor y en tus besos.»

Para luego darnos cuenta, que no era de a de veras y quejarnos con:

«Despacito, muy despacito
se fue metiendo en mi corazón
con mentiras y cariñitos
la fui queriendo con mucho amor…
Y hoy que quiero dejarla de amar
no responden las fuerzas de mi alma
ya no sé dónde voy a parar
pero yo, ya no puedo olvidarla.»


Y así, José Alfredo nos puede llevar y traer por los caminos de las diversas emociones amorosas, siempre acompañado de un tequila en el rincón de una cantina:

«Estoy en el rincón de una cantina
oyendo una canción que yo pedí,
me están sirviendo ahorita mi tequila
ya va mi pensamiento rumbo a ti.»

Y es justo cuando podemos invitar a la ingrata:

«Tómate esta botella conmigo
y en el último trago nos vamos
quiero ver a qué sabe tu olvido
sin poner en mis ojos tus manos.
Ésta noche no voy a rogarte
ésta noche te vas de a de veras
qué difícil tener que dejarte
sin que sienta que ya no me quieras.»

Y si se acerca el fin de año, agregar:

«Diciembre me gustó pa’que te vayas
Que sea tu cruel adiós mi Navidad
No quiero comenzar el Año Nuevo
Con ese mismo amor que me hace tanto mal.»

Y desearle que le vaya bien diciendo:

«Ojalá que te vaya bonito
ojalá que se acaben tus penas
que te digan que yo ya no existo
y conozcas personas más buenas.
Que te den lo que no pude darte
aunque yo te haya dado de todo,
nunca más volveré a molestarte
te adoré, te perdí; ya ni modo.»

Y quejarnos después de que:

«Nada me han enseñado los años,
siempre caigo en los mismos errores,
otra vez a brindar con extraños
y a llorar por los mismos dolores.»

Para que cuando ella se vaya, le podamos reprochar elegantemente con:

«Cuando te hablen de amor y de ilusiones
y te ofrezcan un sol y un cielo entero
si te acuerdas de mí, no me menciones
porque vas a sentir amor del bueno.»

Pero qué tal si se nos hace y podemos decir:

«Solamente la mano de Dios
podrá separarnos.
Nuestro amor es más grande
que todas las cosas del mundo.»

Y solazarnos en las noches de amor diciendo:

«Amanecí otra vez
entre tus brazos,
y desperté llorando
de alegría
me cobijé la cara
con tus manos,
para seguirte amando todavía…
te despertaste tú,
casi dormida,
y me querías decir
no sé qué cosas
pero callé tu boca
con mis besos,
y así pasaron muchas,
muchas horas.»

Y felices exclamar:

«Por el día que llegaste a mi vida
Paloma querida, me puse a brindar…
Yo no sé lo que valga mi vida,
pero yo te la quiero entregar,
yo no sé si tu amor la reciba
pero yo te la vengo a dejar.»

Y más allá, agradecerle al Altísimo, con:

«No encontré las palabras precisas
pa’ decirte con mucha pasión
que te quiero con toda mi vida,
que soy una esclavo de tu corazón.
Sólo Dios, que me vio en mi amargura,
supo darme consuelo en tu amor,
y mandó para mí tu ternura
y así con tus besos borró mi dolor.»

Y asegurar con fuerza:

«¡Qué bonito amor!, ¡qué bonito cielo!
¡Qué bonita luna!, ¡qué bonito sol!»

O:

«Amor que brota del alma
como éste que en mi brotó
tendrá que ser un cariño
que solamente lo apague Dios.»

Y felizmente entonar:

«Y te voy a enseñar a querer
porque tú no has querido
ya verás lo que vas a aprender
cuando vivas conmigo.»

O:

«Yo sé que no hay en el mundo,
amor como el que me das.
Y sé que noche con noche, va creciendo más y más.»

Pero si el amor nuestro es de ésos imposibles, nos puede servir cantar:

«Si nos dejan,
nos vamos a querer toda la vida,
si nos dejan,
nos vamos a vivir a un mundo nuevo…
Yo pienso que tú y yo
podemos ser felices todavía.»

O:

«Que no somos iguales
dice la gente…
Vámonos, donde nadie nos juzgue
donde nadie nos diga
que hacemos mal.
Vámonos, alejados del mundo
donde no haya justicia
ni leyes ni nada
nomás nuestro amor.»

Y si las cosas se empiezan a poner difíciles, podemos recitarle:

«No me amenaces, no me amenaces;
cuando estés decidida a buscar otra vida,
pues agarra tu rumbo y vete;
pero no me amenaces, no me amenaces;
ya estás grandecita, ya entiendes la vida
ya sabes lo que haces.
Porque estás que te vas,
y te vas, y te vas, y te vas
y te vas, y te vas, y no te has ido
y yo estoy esperando tu amor,

esperando tu amor, esperando tu amor
o esperando tu olvido.»

O también:

«Se me acabó la fuerza
de mi mano izquierda
voy a dejarte el mundo
para ti solita.
Como al caballo blanco
le solté la rienda
a ti también te suelto
y te me vas ahorita.»

Y si paga mal, en el momento de la despedida, ya tenemos qué decir:

«Te vas porque yo quiero que te vayas,
a la hora que yo quiera te detengo…
Yo quiero que te vayas por el mundo,
y quiero que conozcas mucha gente,
yo quiero que te besen otros labios
para que me compares hoy como siempre.»

Y si las cosas se ponen peor:

«No quiero ni volver a oír tu nombre
no quiero ni saber a dónde vas
así me lo dijiste aquella noche
aquella negra noche de mi mal.»

Y aún más, terminar tajantemente con un:

«Olvídate de todo
menos de mí…
porque ni tú ni nadie
arrancarán de mi alma
los besos que te di.»

Y en momentos de desesperación, tener las palabras justas para gritar:

«No vale nada la vida
la vida no vale nada;
comienza siempre llorando
y así llorando se acaba;
por eso es que en este mundo
la vida no vale nada.»

Pero como en el desamor, las penas no acaban, siempre podremos cantar:

«Es inútil dejar de quererte
ya no puedo vivir sin tu amor
no me digas que voy a perderte
no me quieras matar corazón.
Yo que diera por no recordarte,
yo que diera por no ser de ti,
pero el día que te dije te quiero
te di mi cariño y no supe de mí.»

O bien cuando llegue la nostalgia:

«Cuando los años pasen
y sin querer te encuentre
no vayas a mirarme
con el odio infame de la desesperación
porque el amor
de mi alma se lo entregué
a tus ojos y aunque quisiera
odiarte seguirás viviendo
en mi corazón.»

Y pedirle al mariachi que se eche esa de:

«Ya traté de vivir sin mirarla
ya luché por no ser infeliz
y tan sólo encontré dos caminos
o lograrla o dejar de vivir.»

O ésa otra de:

«Si te cuentan que me vieron muy borracho
orgullosamente diles que es por ti
porque yo tendré el valor de no negarlo
gritaré que por tu amor me estoy matando
y sabrán que por tus besos me perdí.»

Pero en otros casos, cuando estemos lejos de nuestro amor, podemos entonar algo así como:

«Estoy tan lejos de ti
y a pesar de la enorme distancia
te siento juntito a mí,
corazón, corazón, alma con alma
y siento en mi ser tus besos
no importa que estés tan lejos.»

Y rogarle a Dios que regrese, sin importar el orgullo:

«Yo pa’ qué quiero riqueza
si voy con el alma perdida y sin fe
yo lo que quiero es que vuelva,
que vuelva conmigo la que se fue.»

O así:

«Te voy a dedicar otra canción
a ver si me devuelves tu cariño…
Ya todo lo que tuve se me fue
si tú también te vas me lleva la tristeza
no dejes que me muera por tu amor,
si tienes corazón, enséñalo y regresa.»

O simplemente contentarnos porque al perder, salimos ganando:

«Me equivoqué contigo
me equivoqué a lo macho
por tu mirada clara
por tantas otras cosas…
Pero qué triste realidad me has ofrecido,
qué decepción tan grande haberte conocido
quién sabe Dios por qué te puso en mi camino.»

Y maldecir una y otra vez, cantando:

«¿Por qué volviste a mí,
siendo tan grande el mundo,
habiendo tantos hombres,
por qué volviste a mí?»

Para seguir con:

«¡Qué triste agonía,
tener que olvidarte
queriéndote así,

qué suerte la mía, después de una pena
volver a sufrir…
qué triste agonía, después de caído
volver a caer…
qué suerte la mía, estar tan perdido
y volver a perder…»

Para seguir de cantina en cantina, queriéndonos curar de ese amor gritando:

«Es imposible que yo te olvide
es imposible que yo me vaya
por donde quiera que voy te miro
ando con otra y por ti suspiro.
Si ando en mi juicio, no estoy contento
Si ando borracho, pa’ qué te cuento.»

Y luego volvernos a encandilar con otro amor no correspondido para decir:

«Ando volando bajo
mi amor está por lo suelos
y tú tan alto, tan alto
mirando mi desconsuelo.
Tú y las nubes me traen muy loco
tú y las nubes me van a matar
yo pa’rriba volteo muy poco
tú pa’bajo no sabes mirar.»

Para acabar como empezamos, dolidos, borrachos de amor o desamor, porque así es la vida y así somos mujeres y hombres:

«Ando borracho, ando tomado
porque el destino cambió mi suerte
Yo, yo que tanto lloré por tus besos
yo, yo que siempre te amé sin medida
hoy, sólo puedo brindarte desprecio
yo, yo que tanto te quise en la vida.


Y no hay fin; hay más, mucho más, que ni son todas las que están ni están todas las que son: frases, letras, palabras, acordes clave, canciones que nos acompañan siempre con una copa en la mano, porque como diría Joaquín Sabina: «Las amarguras no son amargas, si las escribe un tal José Alfredo».

Agradecemos a Paloma y José Alfredo Jiménez Jr. su ayuda en la revisión de este artículo y las facilidades prestadas para su publicación.

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