A pesar de no haber tenido recientemente erupciones importantes, el viejo Popocatépetl se ha empecinado a proyectar cenizas, fumarola y materiales volcánicos que inquietan a todo aquel que vive a su alrededor.
Del náhuatl Popōca, «que humea», y tepētl, «montaña»; cuenta la leyenda prehispánica que Popoca era un guerrero que tras regresar victorioso de la guerra encuentra a su amada muerta de tristeza. Tras este desencanto el soldado la cargó en brazos hasta la cúspide de un cerro donde se desplomaría junto al cuerpo desfallecido de su amada, ofreciéndose en sacrificio a los dioses.
La nieve los sepultó a ambos y así, cuenta la leyenda, nacieron los volcanes.
En la mira luego de despertar
Fue en 1993 cuando, tras un largo periodo de descanso, dos de los servicios sismológicos coordinados por los institutos de Ingeniería y Geofísica de la UNAM registraron el despertar del volcán. Alarmados, apenas un año después el Centro Nacional de Prevención para los desastres (Cenapred) en conjunto con los órganos de la Universidad trazaron, edificaron y organizaron una estructura integral para el monitoreo de «Don Goyo».
En un principio se trataba de cuatro estaciones que dieron fruto apenas en diciembre del 2016 que fueron instaladas proporcionado datos de vital importancia para manejar una erupción de cenizas volcánicas. No obstante, la recurrencia en la actividad del cerro humeante hizo necesario intensificar los esfuerzos, sumando el trabajo de especialistas en sismología, vulcanología, geología, geoquímica, electrónica y comunicaciones.
Diariamente se trabaja a alturas sumamente complicadas de acceder, llegando hasta los 4,500 metros -apenas mil por debajo del cráter- donde es común padecer bajas temperaturas, fuertes vientos, tormentas y nieve, repercutiendo no solo en el mantenimiento de los aparatos sino también en la salud del personal que ahí opera.
Los primeros registros de expedición al Popocatépetl datan del año 1289, cuando los Tecuanipas habitaban la zona. Los españoles por su parte llevaron acabo una exploración en 1519, bajo las órdenes de Diego de Ordás quién pretendía obtener del cerro azufre para su pólvora.
Solamente a través de una participación en conjunto, tanto entre instituciones como entre disciplinas de estudio se ha logrado el correcto funcionamiento de estos cuerpos veladores, equipándose con las tecnologías más desarrolladas a nivel internacional y los expertos más capacitados del país.
En la actualidad se cuenta con veintiocho estaciones de monitoreo, quince de las cuales son sísmicas y cuatro detectan flujos y lluvia. Se cuenta también con bases con helicópteros, aviones, imágenes por satélite y cámaras de video instaladas cerca del Iztaccíhuatl en el Paso de Cortés; así como máquinas para medir las vibraciones al interior del cono, inclinómetros y medidores geoquímicos para determinar las propiedades intrínsecas del volcán.
En la tradición literaria el Popocatépetl ha sido objeto grandes leyendas, otra de la más conocida es la del anciano Gregorio: La gente que vive en las faldas del volcán cuenta haber visto en varias ocasiones a un viejecillo que dice llamarse Gregorio Popocatépetl. Este hombre obtuvo la fama por ser reconocido como «el espíritu del cráter», y se dedica a brindar enseñanzas a la gente sobre la importancia de la naturaleza en la vida del hombre, jalándole las orejas a quienes mal tratan el medio.
Se dice también que advierte de las erupciones que tendrá, paseándose con los ojos rojos por los pueblos que están bajo el cono del volcán.
De cualquier forma Goyo no nos tomará por sorpresa, pues ya sea mediante un informe expedido por Cenapred o por el color en un par de ojos milenarios, los mexicanos podremos seguir viviendo –al menos por lo pronto- a los pies del robusto nevado.