Es fundamental hablar de la vida y la obra de esta escritora que, para muchos críticos, fue la mayor creadora literaria mexicana después de Sor Juana.
Ellos me enseñaron
«Mis padres fueron José Antonio Garro y Esperanza Navarro, dos personas que vivieron siempre fuera de la realidad, dos fracasados, y que llevaron a sus hijos al fracaso. A mis padres sólo les gustaba leer, y a sus hijos no nos gustaba comer, nunca teníamos apetito; o nos daba pereza masticar: “Que le hagan papilla a los chicos”, ordenaba mi padre. A Esperanza: mi madre, le gustaban únicamente los dulces y los pasteles. José Antonio en cambio amaba los buenos platillos […]1 Tomado de René Avilés Fabila, «Elena Garro, por ella misma», en La Crónica, 26 de septiembre de 2016.
»Ellos me enseñaron la imaginación, las múltiples realidades, el amor a los animales, el baile, la música, el orientalismo, el misticismo, el desdén por el dinero y la táctica militar leyendo a Julio César y a Von Clausewitz.
Mientras viví con ellos sólo lloré por Cristo y por Sócrates, el domingo en que bebió la cicuta, cuando mi padre nos leyó los Diálogos de Platón […]
»Mis padres me permitieron desarrollar mi verdadera naturaleza, la de “partícula revoltosa”, cualidad que heredó mi hija Helenita y que los sabios acaban de descubrir. Estas “partículas revoltosas” producen desorden sin proponérselo y actúan siempre inesperadamente, a pesar suyo. En mi casa podía ser rey, general mexicano, construir pueblos con placitas, casas, calles, cuartel e iglesia en el enorme jardín por el que paseábamos en burro o a pie. Mi casa estaba en Iguala, Guerrero, es decir, una de mis casas. […]»
El mundo era muy trágico
«También construimos un teatro y teníamos títeres. A
veces me convertía en merolico y salía a vender ungüentos para curar todos los males. Mi ayudante era Boni, mi primo predilecto, y con el que me escapaba cargando dos “máuseres” para ir a la laguna. Los arrieros nos devolvían a la casa, insolados, con las narices y la frente peladas por el sol. […]
–Conoce «El final de un amor adúltero… y todo por unos gatos»–
»En Iguala no íbamos a la escuela, teníamos al profesor Rodríguez, alto, moreno, de gran bigote y enorme sabiduría… Todos los Garro le debemos mucho al profesor Rodríguez, figura tierna, sabia y encantadora de mi infancia. Él traía las noticias terribles de lo que sucedía fuera de mi casa:
la política, los fusilamientos y los robos. “¡Un maestro es sagrado!”, nos decía mi padre con los ojos despidiendo chispas verdes como una advertencia. Mi padre y mi tío Boni eran nuestros maestros de latín y francés […]
«Yo no pensaba ser escritora. La idea de sentarme a escribir en vez de leer me parecía absurda. Abrir un libro era empezar una aventura inesperada. Yo quería ser bailarina o general»
»En esos días el mundo era muy trágico. Mi héroe era el padre Pro y mi enemigo, Plutarco Elías Calles. Cuando el general Amaro llegó a perseguir a los cristeros, todo el pueblo se encerró. Deva y yo salimos a correr junto a su coche abierto para gritarle hasta quedarnos roncas: ¡Viva Cristo Rey! […]»
No pensaba ser escritora
«A los 17 años fui coreógrafa del Teatro de la Universidad. El director era Julio Bracho. Debutamos en el Teatro de Bellas Artes con un éxito tan grande que los amantes del arte se movieron con rapidez para destruir el grupo. Opinaron que pegar carteles en la ciudad anunciando Las troyanas era hacerse publicidad.
En ese tiempo los Contemporáneos eran importantes. En realidad era un grupo bastante notable, aunque me parece que está olvidado. Xavier Villaurrutia quería montar Perséfone de André Gide, y me llamó […]
–Conoce también: La comprensión de la lectura. Fuera del diccionario–
»Un día me casé, abandoné a mis maestros: Julio Jiménez Rueda, que me pronosticó éxitos literarios; Samuel Ramos, gran maestro; Hilario Medina y su rigurosa Historia universal; el profesor Valenzuela de Historia griega, fabuloso expositor; Salvador Azuela, a quien apreciaba mucho; el maestro García, gran latinista; la señorita Caso, Julio Torri, Enrique González Martínez, quien nos daba la clase en francés […]
»Mi padre creía que podía escribir por mi afición a la lectura: en ese caso todos en la casa debimos ser escritores.»
Todo fue un mal sueño
«En 1953, estando enferma en Berna y después de un estruendoso tratamiento de cortisona escribí Los recuerdos del porvenir como un homenaje a Iguala, a mi infancia y a aquellos personajes a los que admiré tanto y a los que tantas jugarretas hice.
–Lee: El escritor en situación–
Guardé la novela en un baúl, junto
con algunos poemas que le escribía a Adolfo Bioy Casares, el amor loco de mi vida y por el cual casi muero; aunque ahora reconozco que todo fue un mal sueño que duró muchos años.
»Creo que te he hablado de un mundo que ya no existe. Parece que México es otro país, que los intelectuales lo han llenado de periféricos, elevadores callejeros, puentes, ideas, y que han abolido los jardines.
Me dicen que la contaminación se corta con cuchillo. Te he dicho todo lo que recuerdo… Creo que debo aclararte que Mariana3 Testimonios sobre Mariana (1981). no es una autobiografía sino una novela. […] Aunque es verdad que tomé rasgos de algunas personas vivas y difuntas para crear a un solo personaje.
Acuérdate de Ortega y Gasset: “lo que no es vivencia es academia”. Recuerda también a Dostoyevski y a Balzac: “la novela es vida”. Eso no quiere decir que lo que cuento en Mariana sea una simple calca de mi vida al papel […]»
Lee más memorias de Elena Garro en Algarabía 147.