Uno de los colaboradores frecuentes de Algarabía es Isaac Asimov. Científico, divulgador, narrador, pocos temas escaparon a su analítica mente, y en esta ocasión presentamos uno al cual dedicó varios volúmenes, de entre los más de 500 libros que escribió: el humor.
Se trata de una faceta más del intelectual que gozaba contando chistes. Toda mi vida he contado chistes. En todas las reuniones entre amigos a
las que asisto, siempre hay dos o tres personas con un gran repertorio de divertidas historias y con la habilidad de contarlas finamente, por lo que el intercambio de chistes es inevitable.
La modestia me obliga a refrenar el deseo de decir que, de todos los presentes, generalmente soy yo el que tiene el catálogo más grande y el que mejor los cuenta, pero si no fuera modesto, lo diría.
Esto me ha llevado a que algunas veces me pregunten por qué una persona como yo, con pretensiones
de intelectual, se conforma con contar chistes interminablemente mientras rehúye las ardientes discusiones sobre política, filosofía y literatura que suceden en la otra esquina del salón.
A esto tengo tres respuestas. Las digo en orden de importancia ascendente:
1. Paso la mayor parte del día siendo intelectual ante mi máquina de escribir, y contar chistes de vez en cuando me ayuda a equilibrar la situación.
2. Chistes de cierto tipo, debidamente contados, pueden dar más luz sobre cuestiones políticas, filosóficas y literarias, que cualquier otro argumento soso.
3. Porque me gusta.
Teoría de un practicante
Para empezar, debo presentar mi propia teoría de lo que constituye el humor y qué es lo que hace a la gente reír. Niego cualquier conocimiento profundo sobre psicología u otra materia relacionada con el tema, sin embargo, he sido un contador en la práctica durante muchos años y reclamo el derecho a hablar desde la experiencia.
Un chiste no es nada por sí mismo, tiene que ser contado.
Es un fenómeno social, una interacción entre personas, como una copa de vino o como un pésame. Rompe la reticencia, calma la tensión y establece una conexión. Pero para que resulte efectivo, un chiste tiene que ser bien contado, y las habilidades y talentos varían. Generalmente, las personas que saben contar chistes saben también que su talento no es universal. Hay que ser elocuente y tener una prosa vasta y fluida.
Contar un chiste memorizado le quita lo espontáneo, lo vuelve mecánico —lo cual se nota— y repercute en el impacto del oyente. Así que, si usted no cuenta con los atributos necesarios, absténgase de contar chistes; nadie es talentoso para todo, por lo que no se debe sentir mal. Creo que el ingrediente necesario para que cualquier chiste tenga éxito, es el repentino cambio en el punto de vista. Esta variación se puede clasificar en diversas categorías.
Anticlimax
La modificación en el punto de vista produce una incongruencia, con la cual se obtiene una carcajada y una sensación placentera. Entre más aguda sea la incongruencia y más de golpe se meta en el chiste, mayores y más largas serán las risas. Es necesario, por lo tanto, que el cambio en el punto de vista no se vea venir sino hasta la última oración.
Shaggy dog
Cuando uno de estos chistes anticlimáticos se pasa de la raya, se le puede llamar un chiste shaggy dog —‘perro greñudo’—. En estos chistes el cambio en el punto de vista puede ser tan extravagante que puede provocar molestia en vez de risas, por lo que se debe contar con la colaboración de la audiencia y tener claro el tipo de carácter o sentido del humor de los oyentes. He aquí un ejemplo:
Un hombre entra a una pastelería y dice:
— Quiero un pastel de cumpleaños que tenga la forma de la letra H.
El pastelero asiente.
— Claro que sí. Se lo tengo listo a las 2 de la tarde, pero le va a costar mucho dinero.
— El dinero no es problema.
A las dos en punto regresa el cliente y le presentan, con mucho orgullo, un precioso pastel con forma de H. El cliente enfurece.
— ¡No una H normal, idiota! —grita— Quiero una H que fluya, una H manuscrita, garigoleada.
— Me lo hubiera dicho antes —contesta el pastelero—. Si puede regresar a las 8 de la noche se lo tendré listo.
El cliente vuelve a las 8 y le presentan un nuevo pastel. Se le queda mirando críticamente y dice:
— No me gusta la cubierta. La puede hacer en color rosa con algunos motivos bucólicos y flores. Pagaré por el trabajo extra.
— Lo puedo arreglar relativamente fácil. Lo tendré listo a las 10 —contesta el pastelero.
A las 10 regresa y el pastel es perfecto. Con una mirada de alivio, el pastelero saca una caja y se prepara para empacar el pastel.
— Espere, ni lo envuelva —dice el cliente— me lo voy a comer aquí.
–Escucha más de los chistes y la felicidad–
Alguna vez conté este chiste y alguien me argumentó muy serio:
«Pero si se lo iba a comer ahí, ¿que importancia tenía la forma del pastel?» No tenía caso ninguna explicación. Nunca lo entendería y sólo lograría que se crearan resentimientos entre ambas partes. Simplemente le dije: «Era excéntrico», y dejé que alguien más contara otro chiste mientras yo me reponía.
Paradoja
Algunas veces el cambio en el punto de vista puede ser un parpadeo y no una curva o un ángulo. Esto es: cuando el remate del chiste parece tener sentido y de repente no lo tiene. Esta rápida voltereta es lo que causa risa y entre más repentino sea el cambio al sin sentido, más fácil será «agarrar» el chiste y habrá más risas.
Por ejemplo:
El doctor sonríe amablemente a la mujer después de examinarla y le dice:
— Señora Brown, tengo buenas noticias para usted.
La mujer le dice: —¡Qué bien, doctor, pero soy la señorita Brown.
— Señorita Brown —dice el doctor cambiando de expresión—, tengo malas noticias para usted.
Dice una inocente jovencita: «Puedo entender que los astrónomos sepan la distancia entre las estrellas y su tamaño y su temperatura y todo eso. Lo que me intriga es cómo es que saben sus nombres».
Put down
Un abrupto cambio de vista puede ser lanzado como una flecha y herir a algunas audiencias sensibles. Cuando los oyentes, normalmente esperan compasión del «cuentista», éste repentinamente mete un insulto más al chiste. Podríamos llamarles chistes crueles, en donde todos quedan encantados, excepto el que recibe el insulto.
Por ejemplo:
La señora Johnson se encuentra con su vieja amiga, la señora Green, y barriéndola con la vista le dice:
— Pero, querida, ¿qué carambas le hiciste a tu pelo? ¡Parece una peluca!
— Para serte sincera —dice la señora Green con cierta vergüenza— es una peluca.
— ¿En serio? No se nota nada
Religión
Uno de los propósitos del chiste es decir lo
indecible. En el mundo de los chistes nada es sagrado —enfermedad, muerte, desgracia, tragedia, decepción, frustración, pena— y mucho menos, el cielo o el infierno.
El espíritu humano no puede ser restringido a la solemnidad sin encontrar refugio en lo superficial y en las babosadas.
Así que procederé a agarrar a chunga lo sagrado:
Mientras juegan una partida de ajedrez, el padre Shaughnessy le dice al rabino Ginsberg:
—Dígame, rabino, ¿alguna vez ha probado el jamón? Sea sincero conmigo.
—Una vez —contesta el rabino un poco avergonzado—, cuando estaba en la universidad, debo admitir que me sobrepasó la curiosidad y me comí un sándwich de jamón. Pero contésteme, padre, con la verdad, ¿alguna vez usted, a lo mejor, con alguna mujer…?
El padre Shaughnessy se sonroja y dice: —Debo confesar que una vez en la universidad, antes de ordenarme, tuve un pequeño incidente.
El silencio se impone y, con una pequeña sonrisa, el rabino dice: —¿A poco no es mejor que el jamón?
El tema continúa, Asimov considera que hacer chistes es todo un arte –empleando estereotipos, temas como el matrimonio, el sexo…–, y sus ejemplos son aún mejores. Encuéntralo en tu revista Algarabía.