Esta condición existe porque el tiempo de rotación de la Luna sobre su propio eje y su tiempo de traslación alrededor de la Tierra es exactamente el mismo. Los científicos saben que esta peculiaridad de la luna es una consecuencia inevitable de un efecto similar al de nuestras mareas. Aunque creamos que las mareas son un fenómeno estrictamente oceánico, la misma clase de efecto ocurre en la corteza sólida.
Si alguno de esos tiempos variara siquiera un poco, las partes visibles de la Luna cambiarían continuamente durante el año.
Las rocas también responden a la atracción gravitacional de la Luna —aunque en menor proporción— y al igual que en el mar, se forman dos masas de agua o rocas, respectivamente en la Tierra, que permanecen estáticas con respecto a la Luna. Al girar la Tierra, el movimiento genera fricción, que convierte la energía de rotación en calor.
Tras un largo periodo de tiempo, mientras la energía rotacional se consume, el tiempo de rotación del planeta se hace más lento —el día se hace una milésima de segundo más largo cada siglo. La corteza sólida de la Luna responde igualmente a la atracción gravitacional de la Tierra.
Los científicos han deducido que hace miles de millones de años las «mareas» lunares comenzaron a perturbar el tiempo de rotación de la Luna hasta que lo hicieron igual al de traslación y desapareció el fenómeno de las mareas. De esta forma, la Luna continuará «congelada», presentándonos su misma brillante cara indefinidamente.
Un fenómeno similar ocurrió con los dos satélites de Marte y con algunos de los de Júpiter, en donde también se dieron las condiciones adecuadas de masa y distancia.
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Texto original en Algarabía 14, tomado de William C. Vergara, Science in Everyday Life, N. Y.: Harper & Row, 1980 y de Isaac Asimov, The Sun Shines Bright, Avon, 1981. Revisión y corrección del ingeniero Ignacio Gómez Gallegos.