No sé si valga la pena decirles lo que les voy a decir, pues estoy absolutamente consciente de que estoy hablando con un montón de idiotas cuyo cerebro no funciona y basta mirarles la cara para saber que no comprenderán nada.
¿Les gusta este inicio? Se trata de un caso de captatio malevolentiae, es decir, del uso de una figura retórica que no existe y no puede existir, pues tiene como fin el enemistarse con el auditorio y predisponerlo contra el hablante.
Benevolencia
Observen cómo habría sido diferente si yo hubiera comenzado de esta manera:
«No sé si valga la pena decirles lo que les voy a decir, porque estoy absolutamente consciente de que estoy hablando con un montón de idiotas cuyo cerebro no funciona; sin embargo, hablo sólo por respeto hacia esos dos o tres de ustedes que están presentes en esta sala y que no pertenecen a la mayoría de los imbéciles».
Éste sería un caso —aunque excesivo y peligroso— de captatio benevolentiae, pues cada uno de ustedes se habría persuadido automáticamente de ser uno de esos dos o tres y, mirando a los demás con desprecio, me escucharía con afectuosa complicidad.
La captatio benevolentiae es un artificio retórico que consiste, como ya habrán entendido, en ganarse rápidamente la simpatía del interlocutor.
Son formas comunes de captatio los exordios: «es para mí un honor hablar a un público tan calificado», y es captatio habitual —a tal punto que ha dado un vuelco en su uso irónico— el «como usted sabe» en el que, al recordar a alguien algo que no sabe o que ha olvidado, se antepone que se tiene casi vergüenza de repetirlo, pues evidentemente el interlocutor es el primero en saberlo.
¿Por qué en retórica se enseña la captatio benevolentiae?
Como todos ustedes saben, la retórica no es esa cosa que a veces se considera indecente, por la cual nos obligamos a usar palabritas inútiles o deshacernos en llamamientos emotivos y exagerados, y no es tampoco, como lo quiere una lamentable divulgación, un arte sofista —o al menos, los sofistas griegos que la practicaban no eran esos sinvergüenzas que nos presentan frecuentemente unos malintencionados manuales.
Persuasión
La retórica es la técnica de la persuasión e, insisto una vez más, la persuasión no es una cosa mala, aunque se puede persuadir a alguien con artes reprobables a hacer algo contra su propia voluntad.
La técnica de la persuasión ha sido elaborada y estudiada porque existen muy pocas cosas que pueden convencer a un auditorio a través de razonamientos apodícticos. Una vez que se establece lo que es un ángulo, un lado, un área, un triángulo, nadie puede poner en duda la demostración del teorema de Pitágoras.
Aunque, para la mayor parte de las cosas de la vida cotidiana, se discute sobre asuntos que suscitan diferentes opiniones.
Dado que en la mayoría de las discusiones de este mundo se delibera sobre cuestiones que son objeto de debate, la técnica retórica enseña a encontrar las opiniones con las que la mayor parte de los auditorios concuerda; también ayuda a elaborar razonamientos que sean difícilmente contestables, a usar el lenguaje más apropiado para convencer de la bondad de la propia propuesta e, incluso, a suscitar en el auditorio las emociones idóneas para el triunfo de nuestra argumentación, incluida la captatio benevolentiae.
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Obviamente hay discursos persuasivos que pueden ser fácilmente demolidos por discursos mucho más contundentes, y de tal manera se muestran los límites de una argumentación.
Todos ustedes —captatio— conocen seguramente esa imaginaria publicidad que dice: «Coman mierda; millones de moscas no pueden equivocarse», la cual a veces es utilizada para negar que las mayorías tienen siempre razón.
El argumento puede ser rebatido preguntándose si las moscas prefieren el estiércol animal por razones de gusto o por necesidad.
Se preguntará entonces si esparciendo en los campos y las calles caviar y miel, las moscas no serían atraídas con mayor fuerza por estas sustancias y se recordará que la premisa: «Todos los que comen algo es porque les gusta», puede ser contradicha por una serie ilimitada de casos en que las personas están obligadas a comer cosas que no les gustan, como sucede en las cárceles, en los hospitales, en el ejército, durante los periodos de carestía y los asedios, y en el curso de las curas con dietas.
Una vez que se llega a este punto, es claro por qué la captatio malevolentiae no puede ser un artificio retórico.
Si yo puedo imponer algo por medio de la fuerza, no necesito pedir el consentimiento: los asaltantes, los estupradores, los saqueadores de ciudades y los Kapo de Auschwitz no necesitaron jamás técnicas retóricas.
La retórica tiende a obtener consensos y, por lo tanto, no puede cumplirse más que en sociedades libres y democráticas.
Pero las cosas no son tan simples; la retórica puede emplearse para la prevaricación. Si, como dice el diccionario, prevaricar significa «abusar del propio poder para obtener ventajas contra el interés de la víctima», frecuentemente quien prevarica y está consciente de ello pretende, en cierta manera, legitimar su propia acción. Por tanto, se puede prevaricar y usar argumentos retóricos para justificar el propio abuso de poder.
Conoce más sobre esta seudorretórica de la prevaricación en este libro de la Colección Algarabía que conjunta muchos ángulos, perspectivas y temas sobre esa herramienta que nos delata al hablar.
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