Sabemos mucho de lo que el régimen nazi hizo en la medicina, de los experimentos con seres humanos, del genocidio y de la forma en que utilizó la ciencia para fines inhumanos. Ya en 1947, Telford Taylor había dicho: «los médicos nazis han convertido a Alemania en una combinación infernal entre manicomio y osario». Pero es casi lo único que se dice acerca de sus investigaciones científicas.
La horrible ciencia Nazi
Esto es de entenderse, tomando en cuenta la magnitud y la naturaleza de sus actos.
La doctora Diana Rivera apunta al respecto: «…la ciencia nazi ha sido simbolizada por los experimentos en campos de concentración, la colaboración en el holocausto, los asesinatos tortuosos, y la eutanasia de cientos de miles de personas con discapacidades físicas y mentales».
Esas implacables acciones impiden que les demos crédito por ciertas acciones, y ni siquiera el reconocimiento de que el Tercer Reich era progresista en ciertos asuntos de salud pública puede mitigar la enormidad de todo lo demás sucedido en su nombre.1 Y justamente una de esas acciones era la campaña antitabaco que tuvo lugar antes y durante la II Guerra Mundial en Alemania.
El tabaco en el Reich
En 1939, el médico alemán Franz H. Müller publicó el primer estudio epidemiológico y científico que demostraba la relación entre el cáncer de pulmón y el consumo de tabaco, un descubrimiento que estudios posteriores habrían de corroborar. A partir del mismo, Adolfo Hitler y toda su maquinaria gubernamental iniciaron una importante campaña antitabaco, la primera en el mundo, la única hasta entonces.
Müller analizó los hábitos de fumar de 86 pacientes masculinos con cáncer de pulmón y luego los cruzó con los hábitos de 86 que no lo padecían. El estudio arrojó que los pacientes fumadores eran mucho más susceptibles a desarrollar cáncer que los que no: 16% del grupo sano eran personas que no fumaban, comparado con sólo 3.5% en el caso de los enfermos.
Se prohibió fumar en los espacios públicos —incluyendo la calle—, en los tranvías y hasta en los refugios antibombas; se prohibió la propaganda y la publicidad de cigarros; se restringió la dotación de cigarros a mujeres y se evitó que menores de 18 años y mujeres embarazadas fumaran.
Hitler dice
La política antitabaco se aceleró a mediados de los años 30 y en cuanto empezó la guerra.
En 1940, Hitler ordenó que a los soldados se les racionara el tabaco a seis cigarrillos por día y que se retribuyera a los que no fumaban con más comida, chocolate, o bien con cigarros para que los intercambiaran por lo que quisieran.
En materia civil, se decía que la mujer alemana no debía fumar —«Die deutsche Frau raucht nicht!»— y el centro de la propaganda era nada menos que Hitler, con frases como: «Hermano nacionalsocialista: ¿sabía usted que el Führer está en contra de fumar y cree que cada alemán es responsable de sus actos, pero no tiene derecho a dañar su cuerpo?».
Más malo que el Führer
En este mismo sentido, no sólo hubo prohibiciones sino también iniciativas para ayudar a la gente a dejar de fumar; por ejemplo, se empezaron a usar chicles de nicotina y enjuagues bucales para que el sabor del tabaco resultara nauseabundo; además, el gobierno brindaba ayuda psicológica y fomentaba el deporte.2 Asimismo, se asignó un gran presupuesto al Wissenschaftliches Institut zur Erforschung der Tabakgefaheren —Instituto para el Estudio de los Peligros del Tabaco— y a otras instituciones de investigación.
«Nuestro Führer no toma, no fuma y su desempeño en el trabajo ¡es increíble!».
Estas acciones fructificaron en descubrimientos que hoy nos suenan muy conocidos: que el cigarro causa cáncer de pulmón, que está relacionado con otros cánceres, y que está involucrado en los males cardiacos, coronarios e infartos cerebrales; que el fumador pasivo se ve afectado por la inhalación indirecta del humo del cigarro —de hecho, el término Passivrauchen fue acuñado durante el régimen nazi—, y que el tabaco «es un veneno que mata lentamente».
La idea de la raza pura
Es interesante notar que estas medidas eran parte de una campaña mucho más ambiciosa en pro de la salud de los ciudadanos y miembros del partido, y una forma de «higienización de la raza».
Las autoridades promovieron una reducción de las comidas grasosas —incluyendo salchichas y crema batida— y una dieta alta en frutas y verduras; fomentaron el uso de la harina integral en las panaderías y pastelerías, y restringieron el uso de aditivos dañinos en la comida, como los colorantes y la sacarina —de hecho, Hitler seguía una dieta estrictamente vegetariana.
Sin embargo, a lo que imprimieron mayor énfasis fue al hábito de fumar, ya que éste iba en detrimento directo de la «nueva raza aria», esa que era atlética, musculosa, sana, fuerte y que, por supuesto, no fumaba.
Este rechazo al tabaco caracterizó a todos los países del Eje: mientras que Winston Churchill,3 Charles de Gaulle, José Stalin y Franklin D. Roosevelt eran fumadores y podríamos decir que hasta amantes del cigarro. Hirohito, Benito Mussolini, Francisco Franco y, por supuesto, Hitler, no fumaban.
Era bueno hasta que me lesioné la rodilla
De hecho, se dice que Hitler había fumado mucho durante su juventud —hasta 40 cigarros diarios—, pero después odió el cigarro y vivía preocupado de que Eva Braun, su pareja, y su mano derecha, Martin Bormann, fumaran, sobre todo en lugares públicos.
Hitler pensaba que fumar era «decadente» y «la venganza del hombre rojo contra el blanco, por haberle dado el licor y el alcohol».
Una de sus frases era «muchos hombres de excelencia se han perdido gracias al veneno del tabaco»; también decía que «es incorrecto decir que un soldado no puede sobrevivir sin tabaco». Al iniciar el régimen nacionalsocialista, la mayoría de los alemanes fumaban.
¿Qué dijeron los números?
El consumo de tabaco de 1932 a 1939 creció de 570 a 900 cigarros per capita al año, mientras que Francia tuvo un crecimiento de 570 a 630 cigarros en el mismo periodo. Después de la campaña y debido a los pocos recursos que había durante la Guerra, el consumo de tabaco disminuyó en un 14%, mientras que el número de fumadores compulsivos también disminuyó de 4.4% a sólo 0.3%.
Al terminar la II Guerra Mundial, Alemania, en su posición de perdedor y con pocos recursos a la mano, cesó la investigación. Las compañías tabacaleras de EE.UU. entraron rápidamente al mercado alemán.
1 Diana Esperanza Rivera Rodríguez, «La alemania nazi (1933-45) y el control del cáncer», en Revista Colombiana de Cancerología, 2006; 10 (1), pp. 71-74.
2 Robert N. Proctor, «The Anti-Tobacco Campaign of the Nazis: A Little Known Aspect of Public Health in Germany», Departamento de Historia, Pennsylvania State University.
3 La imagen que se tiene del ministro británico es siempre con un puro en la mano y, según su carta de desayuno, éste incluía whisky y cigarro. Vivió hasta los 91 años.
Conoce sobre la efectividad de los esfuerzos alemanes contra el tabaquismo, y las intenciones detrás de este programa en Algarabía 57.
Ve también en algarabía.com:
Cuando fumar era cool