No quisiera ser díscolo de palabras, pero este difícil término me ha hecho sufrir tanto, que escribo en un estado muy díscolo y reconozco haberme portado muy díscolo con todos.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, díscolo significa «desobediente, indócil». Sin embargo, aunque su definición sea difícil de encontrar,
me he dado cuenta de que díscolo tiene varios significados distintos en el habla común.
Mi prima, por ejemplo, me dice que soy muy díscolo cuando se trata de compartir secretos, recetas y fórmulas, en el sentido de ser «tacaño», «codo», «mezquino», «ruin», «miserable», «avaro», «cicatero», «roñoso», «menguado», «cutre», «endurador», «verrugo», «guardoso», «parvífico», «cenaaoscuras»… ¡Cuánto me quiere! Ya lo sé.
También son díscolos aquellos que no comparten
su lunch, como el sargento Juan Garrison, que no lo compartía con el Agallón Mafafas en «Los Polivoces»,
y por eso le decía: «¡No sea díscolo, mi muchachito!».
Por otra parte, el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de J. Corominas y J. A. Pascual dice que díscolo es un arcaísmo antiguo y viejo de verdad, pues ya en latín —dyscolus— era una palabra poco usada por los griegos, que refería a ser «malhumorado, de trato desagradable». No se halla ni en La celestina, ni en Cervantes, Nebrija o Góngora; y entró a nuestro idioma español hacia 1710. Incluso existe una comedia de Menandro llamada El díscolo —también conocida como El misántropo—, de la que el propio Molière hizo una nueva versión siglos más tarde.
Un díscolo también puede ser un amargado que
odia al mundo y, si se odia al mundo, es natural estar malhumorado, ser indócil, tacaño y, por lo tanto, díscolo.
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