Santa Claus, San Nicolás o Papá Noel son algunos de los nombres con los que conocemos a ese personaje que cada Navidad deja, a los pies del árbol, un regalo a los niños que se portan bien. Pero, ¿quién es este hombre que ahora identificamos con la imagen de un viejito rechoncho de largas y rizadas barbas blancas que, embutido en un traje rojo, se cuela por las chimeneas?
«La gente está olvidando cuál es el verdadero sentido de la Navidad: el nacimiento de Santa», Bart Simpson.
La figura de Santa Claus está inspirada en la existencia de un santo conocido como Nicolás de Bari (h. 280-h. 350), nativo de Patara, provincia de Licia, en la actual Turquía, quien fuera obispo de la ciudad de Mira, también en Asia Menor.1 En 1087, con la invasión mahometana a Turquía, fueron llevados los restos de San Nicolás a la ciudad italiana de Bari, en donde se encuentran hasta el día de hoy. Es por ello que este santo es conocido con el nombre de San Nicolás de Bari.
De hecho, Santa Claus es una contracción del nombre latino Santus Nicolaus, con que se conocía a aquel benefactor anónimo que aprovechaba la oscuridad de la noche para dejarle regalos a la gente que se los merecía por sus buenas acciones… o eso cuenta la leyenda.
Antes de que Claus fuera santo
A Nicolás de Bari le tocó vivir la persecución de los cristianos prescrita por el emperador romano Diocleciano (245-313), en el año 303, a partir de la cual
fue hecho prisionero, aunque logró conservar su vida para beneficiarse del Edicto de Milán (313), que decretaba la libertad y tolerancia religiosa en todos los territorios del Imperio Romano.
San Nicolás evitó que tres hermanas pobres fueran prostitutas.
La biografía de Nicolás ha sido aderezada con algunas leyendas a través de las cuales se pondera su bondad, su espíritu caritativo y su desapego a los bienes materiales. Se dice, por ejemplo, que, aunque quedó huérfano a temprana edad, heredó una gran fortuna
que empleó para beneficiar a los
más necesitados.
Uno de ellos
fue el padre de tres hermanas
casaderas tan pobres, que estuvieron a punto de dedicarse a la prostitución para llevar el sustento a casa y para procurar la dote de la hermana mayor. Enterado de esta situación, el buen Nicolás se aproximó una noche a la casa de las hermanas y, sin que nadie lo viera, arrojó por la ventana una bolsa llena de monedas de oro que cayó en un calcetín que habían puesto a secar junto a la chimenea.
Con esto garantizó la dote de una de las hijas; después hizo lo mismo con las otras dos.
Como todo santo, Nicolás también fue autor de sonados milagros, como la resurrección de tres niños que murieron asesinados. De esta forma, bondad, carisma y una especial generosidad hacia los infantes comenzaron a asociarse con el obispo de Mira, cuya fiesta fue instituida el 6 de diciembre, día de su muerte.
Éstos son algunos hechos de su leyenda, que pudieron contribuir a su pronta popularidad en la propia Turquía, Grecia e, incluso, en Rusia, territorios que comparten el patronazgo de Nicolás con los niños, las solteras y los marineros.
Más tarde, sobre todo durante los años del gobierno de Otón ii (955-983), a la cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico (967-983), el culto a San Nicolás se extendió hacia el norte de los Alpes. Algunos investigadores creen que la princesa bizantina Teófano (955-991), esposa de Otón, fue una de las principales impulsoras de esta expansión.
Lo cierto es que este culto arraigó y se transformó sobre todo en manos de los holandeses, quienes lo asociaron y amalgamaron con una tradición nórdica que hablaba de un mago que castigaba a los niños malos y premiaba a los buenos. El resultado de esta asociación fue Sinterklaas —«San Nicolás» en holandés—, que hasta la fecha es representado con una mitra obispal color rojo.
En Holanda se le conoce como Sinterklaas a San Nicolás.
Sinterklaas, Christkind y otras versiones de Santa
San Nicolás, transformado en Sinterklaas, era un dadivoso personaje que gustaba de dar regalos a los niños el 6 de diciembre, día de su fiesta; además, fue adoptado como patrón de la ciudad de Ámsterdam, activo puerto comercial que no tardó en dejar sentir la influencia de las tradiciones de sus pobladores en muchos de los territorios a los que llegaban sus navegantes y colonos. De esta manera, la costumbre comenzó a filtrarse en la Gran Bretaña —donde tomó la forma de Father Christmas2 Quien se convirtió en el epítome de la buena voluntad.— y, de forma más tardía, a los territorios con población holandesa, como la Nueva Ámsterdam —hoy Manhattan— en Nueva York.
Pero, antes de acercarnos tanto en el tiempo, no podemos obviar la reacción de la Reforma protestante ante esta costumbre de dar regalos a los niños en nombre de San Nicolás. Por tratarse de un santo católico, Martín Lutero reprobaba esta práctica y promovió,
en cambio, a otro personaje conocido como Christkind, «el mensajero de Cristo», como el nuevo encargado de llevar regalos a los niños, pero ahora en Navidad. De esta forma se agregó un elemento más que se incorporó a algunas culturas que honraban a Nicolaus, cada una a su manera.
Santa cruza el charco
El ejemplo más exitoso de adopción, adaptación, difusión
y transformación del culto a San Nicolás tuvo lugar en La Gran Manzana, metrópoli cuyo pasado es retratado por el escritor neoyorquino Washington Irving (1783-1859) en La historia de Nueva York según Knickerbocker (1809), en la que son retomadas las costumbres de los holandeses asentados en aquella ciudad, con la intención de hacer un cuadro satírico de ellas, incluyendo lo referente a Sinterklaas, a quien describe como un hombre mayor, grueso, generoso y sonriente que iba vestido con sombrero de ala y pipa holandesa.
Tenía, además, un caballo volador que arrastraba un trineo en el que cargaba los regalos que repartía a los niños, arrojándolos por las chimeneas de las casas. Irving llamó a este hombre «El Guardián de Nueva York», gracias a lo cual su influencia trascendió los círculos de inmigrantes holandeses a todos los habitantes de Manhattan, primero, y de todo ee.uu., después.
En varios lugares de Europa, los niños reciben sus regalos el 5 o 6 de diciembre, Día de San Nicolás.
En teoría, el texto de Irving3 Otros dicen que fue el poema A Visit from St. Nicholas que el profesor del seminario episcopal de Nueva York, Clement Moore (1779-1863), escribió para sus hijos. inspiró a Thomas Nast (1840- 1902), un caricaturista alemán avecindado en Nueva York, para dar forma a la más primitiva ilustración de Santa Claus (1863). Sus características no eran definitivas, en cada nueva imagen modificaba algo, a veces lo presentaba más como un gnomo que como un hombre y otras se parecía mucho a ese anciano rollizo y bonachón que todos tenemos en mente cuando invocamos el nombre Santa Claus. Además, agregó varios renos como los encargados de jalar el trineo, en sustitución del caballo descrito por Irving.
La posibilidad de imprimir imágenes a gran escala y la costumbre de enviar tarjetas navideñas ayudaron a afianzar a Santa Claus en las preferencias de los consumidores estadounidenses. Todo ello contribuyó, además, a la progresiva laicización del personaje.
A partir de la segunda mitad del siglo xix, San Nicolás se convirtió en un símbolo cultural exaltado por personas de diferentes credos. Los mensajes de paz, prosperidad y solidaridad que solían atribuírsele fueron hechos propios sin importar afiliación religiosa, y, en un viaje de regreso, cruzaron el Atlántico integrándose a las costumbres de los países europeos donde, por cierto, el Santa Claus estadounidense tuvo su propia síntesis con el Father Christmas británico y el Père Noël francés —ambos significan «Padre Navidad».
Santa quita la sed
Sin embargo, la iconografía de Santa Claus fue fijada definitivamente en la década de los años 30 del siglo xx, cuando el ilustrador de origen sueco Haddon Sundblom (1899-1976) comenzó a hacer los dibujos para los anuncios navideños de Coca-Cola.
Haddon Sundblom dibujó el Santa Claus de Coca-Cola desde 1931 hasta 1966.
Desde 1930 se utilizó una imagen muy similar a la creada por Nast, pero los directivos pidieron al sueco que modificara al personaje para la campaña del año siguiente. Fue entonces cuando los colores rojo y blanco llegaron para quedarse, pues
éstos eran los mismos que se utilizaban en el logo de la refresquera.
Además, Claus creció en tamaño; ahora no cabía duda de que era un «hombre» viejo, de largas barbas, venido del Polo Norte. Sundblom, de hecho, se inspiró en su amigo Lou Prentice para procurar que la imagen ganara en realismo e impactara más al consumidor.4 Años después, al morir Prentice, Sundblom se usó a sí mismo como modelo. ¡Y vaya que lo logró!, pues una de las primeras imágenes que de Santa Claus aparecieron lo presentaba en un centro comercial escuchando las peticiones de los niños. Desde entonces hasta ahora, esta imagen cobra materialidad cada diciembre, aunque ya nadie se acuerde del primer Claus… Nicolaus, quien, por cierto, también era santo de los comerciantes. Jo jo jo.5 La edición agradece a Eugenia Blandón Jolly la información brindada para la redacción de este artículo.