La cigüeña de París

Vaya usté’ a saber con cuántas «explicaciones» —de lo más insospechadas— tienen que salir los padres cuando sus hijos pequeños les preguntan cualquier cosa sobre el sexo y la reproducción humana. Tal es el caso de la historia de la cigüeña de París y de cómo los bebés son llevados por ella, vía aérea, a sus padres.
Este relato se popularizó entre los antiguos como una más de esas socorridas respuestas de los progenitores a preguntas difíciles. Como pasa con toda gran leyenda, un halo de misterio descansa sobre su origen. Ésta es la historia.

Desde la antigüedad, a esta ave se le ha descrito con caracteres afables. Los egipcios, por ejemplo, la relacionaron con el alma, asignándole el jeroglífico ba;1 En la mitología egipcia, es la fuerza anímica que compone la parte espiritual que sobrevive a la muerte del ser humano. y los israelitas, con la cualidad de la misericordia —en hebreo chasidah, ‘misericordioso, bueno’—. En la religión eslava, las cigüeñas eran portadoras de las almas de los nonatos, desde Iriy2 Mundo mitológico de donde proceden las almas de los antepasados. hasta la Tierra. Por su parte, los griegos y romanos le asociaron características paternales; para estos últimos, las cigüeñas eran aves sagradas, protectoras de la mujer, el matrimonio, el parto y, por supuesto, los bebés.
Los egipcios, eslavos, griegos y romanos asociaban a la cigüeña con el cuidado paternal.
Bien porque son monógamas, bien porque su instinto las hace preparar el nido con meses de antelación y cuidar con esmero de sus polluelos —en franca similitud con el ser humano—, las cigüeñas se constituyeron como símbolo de la devoción paterna.
Se cree que la leyenda surge en Alsacia —región francesa situada al noreste del país, famosa por sus vinos blancos—, donde estas aves eligieron hacer sus nidos, luego de emigrar desde África en busca de climas húmedos y por el tipo de alimentación que ésta les proveía. Se dice que un día un par de cigüeñas anidó en la chimenea de una casa, éstas dejaron el nido por un tiempo y al volver a éste la pareja que la habitaba tuvo un hijo. Como se puede ver, la asociación fue fácil: los padres corrieron el rumor de que las cigüeñas habían «traído» al bebé.
Con el paso de los años, se extendió el mito de que las cigüeñas traían no sólo buena fortuna, sino que contribuían a la fecundidad. Después, no se sabe cómo tuvo lugar una sustitución: París en lugar de Alsacia, y a los niños se les comenzó a relatar el cuento de que la cigüeña de París era la que «traía» a los bebés.
En el siglo xix el escritor danés Hans Christian Andersen popularizó esta leyenda en Europa central con «Las cigüeñas», una fábula que trata de una «familia» de estas aves que es objeto de la burla de unos chiquillos. En el relato de su venganza, los polluelos, instruidos por su madre, deben llevarles «hermanitos» a los niños, que tomarán de un estanque mágico donde los bebés duermen un sueño profundo: al que no participó de la burla, le entregarán un niño y una niña, pero al que se empeñó en ella y atizó la socarronería de sus compañeros le llevarán un bebé muerto.
Hans probablemente basó el argumento de su texto en las leyendas que circulaban entre los pueblos germánicos, según las cuales las cigüeñas les proveían de familia a quienes se convertirían en padres y madres, llevando en sus picos o en una cesta a los bebés encontrados en lugares inhóspitos como cuevas o pantanos. Así, en los hogares donde deseaban un hijo, los futuros padres de éste colocaban dulces en el alféizar de una ventana de su casa para guiar a la cigüeña en el camino hacia ellos.
En América el mito tomó diferentes formas y se fueron tejiendo historias sobre bebés discapacitados que las cigüeñas habían dejado caer —a propósito o por descuido—, o de hijos de esclavos negros que habían sido traídos por buitres, en lugar de las blancas aves. Fue mediante éstas y otras historias llenas de alegorías que la cigüeña de París llegó a ser conocida en muchas regiones.
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