Precisamente así, como el «veredicto del dodo», Lester Luborsky y sus colaboradores llamaron a un estudio que realizaron luego de hacer una revisión exhaustiva de los artículos científicos sobre terapias psicológicas, pues concluyeron que ninguna de ellas era mejor que otra. ¿Pasa los mismo con la aromaterapia?
En realidad, los pacientes que se someten a una terapia psicológica, cualquiera que ésta sea, presentan una mejoría tangible con respecto a aquellos que no, incluyendo aquéllas que son impartidas por paraprofesionales. Sin embargo, algunos psicólogos advierten sobre ciertos peligros que corremos al hacer caso del psicobalbuceo —termino acuñado por el escritor Richard Rosen en 1975— de estas terapias psicológicas «alternativas», como los fraudes, la poca o nula formación académica de los charlatanes que no son capaces de identificar síntomas tempranos de psicopatologías serias y la posible agresión verbal o física a las que el paciente se ve expuesto.
Como un par de los muchos ejemplos de este tipo de «terapias» están la aromaterapia y las Flores de Bach.
Aromaterapia
Según los aromaterapistas, ésta va más allá del posible uso medicinal de los aceites esenciales extraídos de las plantas. Para los neoerianos (referente a la nueva era), estos aceites son el «alma» de la planta, el lugar donde está almacenada su «energía vital», y al rodearnos de su aroma podemos, claro está, balancear nuestros chakras.
Hay muy poca evidencia empírica, más allá de lo anecdótico, de los supuestos beneficios psicológicos de esta terapia y, por el contrario, hay estudios, como el de Sandra Sgoutas Emch —psicóloga de la Universidad de San Diego California— que indican que oler lavanda no ayuda en nada a la, por demás modesta, tarea de calmar nuestros nervios cuando, por ejemplo, estamos resolviendo un examen de matemáticas.
Adaptado de: Luis Javier Plata Rosas, Mitos del siglo XXI: charlatanes, gurús y pseudociencia; Editorial Lectorum y Editorial Otras Inquisiciones: México, 2013; pp. 110-116.