Conoce la historia de ‘la muda’. Tengo seis hermanos —conmigo somos siete hijos— y resulta que, durante la mayor parte de mi infancia, todos los fines de semana, mi familia y yo nos íbamos a la casa de Cuernavaca en una camioneta de esas guayines que se usaban por lo años 70, una Galaxy color blanco, junto con el perro y a veces hasta la muchacha.
Como es de imaginarse, mi mamá se ponía como loca tratando de coordinar la ida, la comida, la ropa de todos, etcétera.
Empezaba con una cantaleta desde que nos levantábamos hasta que nos metíamos al coche:
—Mónica, ¿ya llevas tu sombrero y tu traje de baño? Diego, ¿llevas tu llanta y tu patito de hule? Manuel, no te olvides de meter los refrescos y la hielera. Claudia, acuérdate que te quemas mucho, lleva tu crema Nivea para el sol.
Gerardo, ya deja de jugar y métete a la camioneta con tu toalla, ¡y no se te olviden las guetas! Elba, lleva tus lechugas, porque acuérdate que estás a dieta. Viejo, ¿cerraste la puerta y le dejaste comida al perro? Porque acuérdate que la última vez se salió por la puerta de atrás. porque no tenía comida ni agua ni nada.
Por cierto, también le dejaste agua, ¿verdad? —etcétera, etcétera, etcétera… Mientras tanto, mi papá observaba la escena, hacía lo suyo y se sentaba al volante a esperarnos.
Un día de tantos, mi mamá se sube a la camioneta hable y hable y hable y hable, y le pregunta:
—Y tú, viejo, ¿traes una muda?
Y mi papá le contesta lacónicamente: —¡Qué más quisiera yo! ¡Traer una muda!