Bien conocido es el dicho «Al pueblo, pan y circo», que muy probablemente todos hemos escuchado alguna vez y que, de hecho, se generó entre los gobernantes de la antigua Roma —«panem et circenses»—, precisamente porque acostumbraban ofrecerlo al pueblo a cambio de obediencia, de su confianza y —sobre todo— de mantenerse alejados de los asuntos que preferían conservar dentro del círculo político.
La entrada a los espectáculos, así como el acceso fácil a los alimentos, era un derecho de los ciudadanos y no solamente una opción de esparcimiento. Es, quizás, por eso, junto con el alto grado de adrenalina, tensión, e incluso de sangre, que éstos se apasionaban tanto cuando asistían a verlos. Algunos hasta los comparan con los juegos de futbol modernos, pues es más o menos el ambiente que se vive en un partido el que podría equipararse con el de estos antiguos eventos.
«¿Adónde vamos el sábado: al teatro, a las carreras o a las luchas?»
Quizás ésta era una pregunta común en la antigua Roma —sólo que, por supuesto, formulada en latín; y quizás, en lugar de sábado, era otro día de la semana— puesto que los ciudadanos tenían básicamente estos tres tipos de shows para escoger: el teatro, las carreras y las luchas —entre gladiadores o de personas contra animales, munera y venationes, respectivamente—. De cierta forma, ésos fueron antecedente de los espectáculos actuales.
El teatro sigue siendo prácticamente lo mismo, exceptuando quizás la vestimenta y el lugar donde se desarrolla —antes los foros eran al aire libre—: había un guión, actores, diálogos, público, vestuario y escenario especiales. Las obras se llevaban a cabo en, precisamente, un teatro, como éste, que aún se conserva bastante bien en Cartagena, España:
Las carreras de coches o cuadrigas eran las que se desarrollaban en la construcción propiamente llamada circo, que era una especie de pista oval separada a la mitad por la «espina» —construcción rectangular y alargada— y rodeada de gradas.
Y, además de las carreras de cuadrigas —que eran el gran acontecimiento en un circo—, también había otros espectáculos, como el Ludus Troianus, que simulaba una batalla, las acrobacias ecuestres y las carreras pedestres.
Las carreras de coches modernas —como Fórmula 1 o NASCAR— son las herederas de esta práctica de diversión romana.
Las luchas —el más sanguinario de todos los eventos— se llevaban a cabo en los anfiteatros, cuyo mayor y más célebre ejemplo es, precisamente, el Coliseo romano, que actualmente sigue en pie y abierto al público como atracción turística en la capital italiana.
Los espectáculos que tenían lugar en los anfiteatros eran los más sangrientos y con los que se despertaban las pasiones más bajas de los asistentes que, con frecuencia, pedían la cabeza de algún pobre infortunado —que podía ser un prisionero de guerra, un criminal o un gladiador—, cosa que en ocasiones les era concedido.
Tanto las peleas entre gladiadores —munera—, como las de hombres contra fieras salvajes, como leones y osos —venationes— llegaban a ser extremadamente sangrientas.
Durante las peleas entre gladiadores —donde el combate era cuerpo a cuerpo—, si alguno de los contendientes era herido, su destino lo decidía el público.
Cuando se luchaba contra animales, éstos se mantenían encerrados y sin alimento unos días antes del evento, para aumentar su fiereza y el peligro al que se exponía el combatiente.
Se cuenta que, en una ocasión, Nerón hizo pelear a un ejército de pretorianos contra 400 osos y 300 leones.
Los eventos modernos, que quizás podrían equipararse a aquellos combates, son la lucha libre y el box, donde también las pasiones del espectador se enardecen durante los puntos más álgidos de las peleas.
Documental sobre el Coliseo romano:
Hora de opinar: Suponiendo que actualmente existieran —y estuvieran permitidos— ese tipo de eventos tal como eran entonces, ¿crees que tendrían éxito y el mismo efecto sobre el público? ¿Serían igual, más o menos sanguinarios? ¿Tú asistirías?