Si crees que «la máquina de vapor se inventó en el siglo XVIII» o que «la memoria de los peces tropicales dura tres segundos», deberías leer esto:
Mito: la máquina de vapor se inventó en el siglo XVIII
La versión «más oficial» de la historia señala que el ingeniero escocés James Watt (1736-1819) realizó mejoras fundamentales a la máquina de Newcomen —un instrumento de vapor atmosférico inventado en 1711— y con ello se originó la llamada Revolución Industrial. Pero la primera máquina que funcionó con vapor fue creada por el matemático y geómetra griego Herón de Alejandría (a.C 10-70 d.C.), en el año 62 de nuestra era.
La máquina de Herón era una eolípila, también llamado aelópilo —esfera de viento—, que funcionaba con base en el principio de propulsión a presión. Consistía en un recipiente lleno de agua que era calentado en su base, y estaba conectado a una esfera móvil —todo de metal—; a su vez, tenía dos orificios por los que salía el vapor de agua y éste hacía girar la esfera —como se muestra en esta imagen:
El invento de Herón alcanzaba 1,500 revoluciones por minuto, pero, como nadie le encontró una función práctica a su máquina, no pasó de ser una curiosa novedad que pronto fue relegada al olvido. Por otro lado, 600 años antes de la invención de Herón, Periandro —tirano de Corinto— ya había desarrollado el principio de la vía férrea: el diolkos.
El diolkos era un camino de piedra caliza —con 6 kilómetros de longitud— al que se le habían realizado un par de surcos paralelos con 1.5 metros de separación; sobre estas «vías» se desplazaba una especie de vagones sobre los cuales se montaban los barcos, y luego eran empujados por cuadrillas de esclavos, para así cruzar naves por el istmo de Corinto.
El diolkos permaneció en uso hasta el siglo ix de nuestra era. Es curioso que a nadie se le hubiera ocurrido aplicar la invención de Herón para empujar estos vagones.
En el siguiente video se explica cómo funcionaba la «máquina de vapor» de Herón —en inglés—:
Mito: Raleigh introdujo el tabaco y la papa a Europa
Sir Walter Raleigh es más famoso por las cosas que nunca hizo que por las que si realizó.
Por ejemplo, jamás visitó Virginia, de hecho, nunca estuvo en Norteamérica. Como ya lo hemos mencionado en otras publicaciones, Jean Nicot, embajador francés en Lisboa, fue quien introdujo el tabaco a la corte francesa en 1560 —cuando Raleigh apenas era un niño—, y fue de Francia de donde llegó el tabaco al resto de Europa.
Por otro lado, desde mediados del siglo xvi, ya se conocían las papas en España y, como ocurrió con el tabaco, de ahí llegaron a las islas británicas. La única anécdota que existe de Raleigh relacionada con las papas fue que, cuando sembró un espécimen de ese tubérculo en su jardín, sus vecinos amenazaron con incendiar su casa si no lo arrancaba.
Otro mito alrededor de Raleigh es la «anécdota» de que extendió su capa sobre un charco para que pasara la reina Isabel I. Esta leyenda la inventó Thomas Fuller, varios años después de la ejecución de Raleigh, y se hizo célebre por la novela Kenilworth (1821), del escritor escocés sir Walter Scott.
Lo que sí es cierto, y jamás se menciona, es que la viuda de sir Walter Raleigh llevó consigo la cabeza embalsamada de su marido —dentro de una bolsa de terciopelo— durante 29 años.
Hasta en El Pájaro Loco se muestran con burla estas falsas ideas sobre Raleigh, entre otros mitos de la historia —en inglés.
Mito: los peces tropicales tienen una memoria de tres segundos
En 2003, investigadores de la Facultad de Psiquiatría de la Universidad de Plymouth se propusieron demostrar qué tanto había de cierto en esta idea. Con ese fin, entrenaron a un grupo de peces tropicales para que empujaran una palanca cada vez que quisieran obtener comida.
Luego, esa misma palanca se programó para que sólo funcionara a determinada hora del día. Los peces no tardaron en aprender a activarla y repetir lo aprendido —al menos— durante tres meses.
El experimento también demostró que los peces son capaces de distinguir diferentes formas, colores y sonidos, pues también fueron entrenados para alimentarse en momentos y lugares concretos como respuesta a una señal audible.
Los peces no se acercan a las paredes de una pecera porque las vean, sino porque cuentan con un órgano sensorial llamado «línea lateral», el cual los ayuda a evitar colisiones y a sentir el movimiento y la presión del agua. Así es como logran orientarse cuando no hay luz en su entorno.
Por cierto: los peces se marean si entran a corrientes vertiginosas de agua.
Información tomada de The Book of General Ignorance, Lloyd & Mitchinson, Faber and Faber Limited: London, 2006.