—primera de dos partes—
La ciencia, entendida como el proceso de obtención de conocimientos por medio de la observación de la naturaleza, no tiene una fecha ni un lugar de origen específico. Y difícilmente podría señalarse a algún científico como su iniciador; pues, aunque Galileo ensalzó al «divino Arquímedes» por sus enormes aportaciones a la física, fue en realidad éste quien, con sus descubrimientos, inspiró a Einstein, actual ostentador del título de «padre de la física moderna».
Aquí, algunos de los antecedentes y las razones.1 Resumido y adaptado de: «How the Modern Physics Was Invented in the 17th Century», en Scientific American, abril 2012. Traducido por Luisa Martínez Cadena y editado por Carlos Bautista Rojas.
Los más relevantes predecesores de Galileo, Aristóteles y Arquímedes, vivieron dos mil años antes que él. Su sucesor, Isaac Newton, nació el mismo año en que él murió. Y su labor también trascendió en el trabajo astrofísico de Copérnico, reconocido como el iniciador de la revolución científica.2 El concepto de «revolución científica» se entiende como el conjunto de cambios históricos en el pensamiento y las creencias, así como en las organizaciones sociales y las instituciones, que tuvo lugar en Europa entre los años 1550 y 1700; empieza con Nicolás Copérnico y su idea del universo heliocéntrico, y termina con las leyes de mecánica y de gravitación universal de Isaac Newton. [N. del E.]
Pero, ¿qué fue eso que descubrió Galileo para generar tal grado de innovación?3 v. Algarabía 68, mayo 2010, ¡Eureka! «Y sin embargo, se mueve»; pp. 74-79.
La «gran pregunta» de la ciencia
Sin duda, se trata de sus investigaciones acerca de fenómenos específicos como la inercia y la caída libre. Antes de Galileo, otros genios habían tenido logros semejantes: por ejemplo, el científico islámico Alhazen —Ibn al-Haytham— (965-1040), que estudió la inercia seis siglos antes, o el chino Mo Tzu (470-391 a.C.), que analizó este fenómeno dos mil años atrás. Sin embargo, ambos casos por mucho tiempo permanecieron ocultos en antiguos manuscritos.
El científico, historiador y sinólogo británico Joseph Needham afirma que entre el siglo I a.C. y el siglo XV d.C., la civilización china demostró mucho mayor eficiencia que la occidental al aplicar el conocimiento humano de la naturaleza para resolver problemas y necesidades humanas en la práctica. Y entonces, planteó la histórica y célebre «gran pregunta»: ¿Por qué la física moderna —esa matematización de las hipótesis acerca de la naturaleza, con todas sus implicaciones en la tecnología avanzada— no despegó sino hasta los tiempos de Galileo, y por qué la ciencia moderna no se desarrolló en la civilización china —o en cualquiera perteneciente a la India—, y sí en Europa?
Ahora bien, lo primordial no es preguntarse por qué la física moderna surgió en Europa, sino por qué durante tanto tiempo las demás civilizaciones no se enfocaron en ella. El cuestionamiento de Needham, entonces, no es sólo un ejercicio de reflexión acerca del «¿Qué habría pasado si…?», sino sobre estructuras culturales que favorecen al desarrollo de la ciencia.
Los «problemas» de la revolución científica
En su ensayo Las raíces sociales y económicas de los principios de Newton (1931), Boris Hessen planteó la hipótesis «externalista» de que la física moderna surgió a partir de un interés social por satisfacer las demandas de la economía capitalista. Por su parte, Robert Merton argumentó que las ideologías protestantes favorecieron de forma particular al desarrollo de la nueva física con el factor experimental como clave.
Tiempo después, Alexandre Koyre refutó a Merton y aseguró que no se trataba de un tema de experiencia, sino de «matematización de la naturaleza». Finalmente, Edgar Zilsel sugirió que la física moderna emergió como consecuencia de la necesidad capitalista de crear nexos entre los grupos académicos y los desarrolladores de tecnologías.
La enorme diversidad de hipótesis sólo refleja la ausencia de una explicación real. En su propuesta, Needham confirma que la pregunta seguía sin responderse; de hecho, el gran logro de la revolución científica, la mecánica celeste, no tuvo ningún valor para la economía.
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