¿Por qué padecimientos como la diabetes, la obesidad, la aterosclerosis y la hipertensión, se han convertido en los nuevos «jinetes del Apocalipsis»? ¿Cuál es el vínculo entre nuestra historia evolutiva y estas enfermedades? He aquí algunas respuestas.
Vivimos en la era de la inmediatez, en la que conocer lugares que se ubican al otro lado del mundo —o enamorarnos de personas que jamás hemos visto— está a un sólo clic. Estamos acostumbrados a obtener todo rápido y sin el menor esfuerzo. Una de las pruebas más tangibles de esto la constituyen los productos milagro: esas pastillas, aparatos, zapatos, bebidas y demás artículos que prometen ayudarnos a bajar de peso «sin dietas, sin rebote y desde la comodidad del hogar».
La accesibilidad a los alimentos —en abundancia— es lo que ahora afecta nuestra salud, pues ya no salimos nosotros mismos a cazar nuestras presas, o —por lo menos en las zonas urbanizadas— a arar el campo o recolectar los frutos de la tierra. En lugar de eso, muchos somos seres sedentarios que salimos de casa en auto para llegar a una oficina a sentarnos frente a un escritorio y al final del día hacer el viaje de vuelta hasta nuestro sillón favorito. Esta rutina ha traído como consecuencia una serie de enfermedades que han recibido el nombre de «el quinteto maligno»: diabetes, obesidad, dislipemia, aterosclerosis e hipertensión, o bien, el de «enfermedades de la opulencia».
Pero no siempre fuimos así. El refrán reza que «somos lo que comemos», pero la realidad es que «somos lo que comieron nuestros antepasados», ya que nuestros procesos metabólicos son el resultado de las diversas formas de alimentación que los cambios en el ambiente impusieron a nuestros ancestros.
Hace 20 millones de años…
El clima en la Tierra era cálido y húmedo, con lluvias abundantes que permitieron la expansión de enormes selvas ecuatoriales y tropicales, desde las costas del Atlántico en África hasta los confines de Asia. En este ámbito, con pocos riesgos y abundantes alimentos, evolucionaron los primeros homínidos.
El Ardipithecus ramidus, una especie poco tolerante a los cambios en el ambiente, buscaba la comodidad y la fácil subsistencia de cuanto los árboles le proporcionaban. Su constitución física era adecuada para trepar árboles: contaba con brazos largos y fuertes, un cerebro de 400 centímetros cúbicos, y una piel cubierta con pelo fuerte y espeso adaptado a la humedad del ambiente. Una buena visión de los colores le permitía detectar las frutas y su criterio estaba al servicio del sentido del gusto. Sólo necesitaba alargar la mano —literalmente— para tomar un fruto o un brote jugoso. ¿Le suena familiar?
Con el paso de los milenios llegó la sequía, los árboles empezaron a desaparecer y estos antropoides se vieron obligados a buscar otros alimentos más duros y con menos calorías: tallos, cortezas y raíces. Esto provocó el primer cambio evolutivo importante: sus colmillos comenzaron a disminuir y sus molares se volvieron más anchos y grandes, como piedras de molino.
45 mil millones: promedio de células grasas que hay en una persona adulta. El tamaño de las células grasas —no su cantidad— determina el sobrepeso
Las enfermedades de la opulencia:
diabetes mellitus: Enfermedad crónica que se caracteriza por un aumento de la cantidad de glucosa en la sangre. La más frecuente es la llamada Tipo 2. Por lo regular aparece en personas de más de 50 años, aunque cada vez se presenta en grupos más jóvenes. Al desarrollar diabetes, la principal causa de muerte es el infarto al miocardio.
hiperlipemia: Al interior de las arterias y venas se encuentran dos tipos de grasas: los triglicéridos y el colesterol, ambas imposibles de disolverse en la sangre. Cuando hay exceso de estas grasas que circulan por el torrente sanguíneo se produce la hiperlipemia.
aterosclerosis —o arteriosclerosis—: Cuando los triglicéridos y el colesterol están muy por encima de sus valores normales, comienzan a depositarse en las paredes de las arterias junto con calcio, bacterias y células, formando capas gruesas y rugosas llamadas placas de ateroma o ateroscleróticas. Estas capas se engrosan y bloquean las arterias hasta que la sangre ya no puede pasar por su interior. Si esta obstrucción ocurre en una de las arterias del corazón, una parte del músculo cardiaco se queda sin recibir sangre y se produce muerte por infarto; en cambio, si esto ocurre en una arteria del cerebro, el tejido cerebral afectado es el que muere.
hipertensión: El corazón ejerce presión sobre las arterias para que éstas conduzcan la sangre hacia el resto del cuerpo, a esta acción se conoce como presión arterial. Cuando se tiene un exceso de peso, el corazón se ve forzado a bombear más sangre de lo normal y este sobreesfuerzo lo hace aumentar de tamaño. Dicho crecimiento es perjudicial porque la cantidad de sangre que llega a éste no es suficiente para cubrir sus necesidades, y esto es lo que ocasiona un infarto al miocardio. Por otro lado, al actuar sobre las arterias cerebrales, la hipertensión puede ocasionar la rotura de algún vaso y desencadenar una hemorragia cerebral.
Conoce más sobre estas enfermedades y su origen en la versión impresa de Algarabía 104.