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La dolce vita de Gioacchino Rossini

Chicos y chicas, sigo de viaje por París. Ay, es que es la ciudad luz, la ciudad del amor y, por ende, la ciudad del chisme.

Chicos y chicas, sigo de viaje por París. Ay, es que es la ciudad luz, la ciudad del amor y, por ende, la ciudad del chisme.
En un evento gastronómico al que asistí recientemente estuve conversando acerca del famosísimo compositor Gioacchino Rossini, que anda muy desaparecido del ambiente musical desde hace varios añitos.

París, Francia, 1837

Y pues sí, me enteré de que este músico, italiano de nacimiento, fue un niño prodigio: desde los seis años ya tocaba en la banda municipal de Pésaro, su ciudad natal, y a los 18 ya había estrenado su primera ópera, pero qué muchacho más talentoso, digo yo.
Dicen que el regordete Rossini exudaba música por todos los poros, que podía componer una pieza de éxito en tan sólo unos minutos y acerca de cualquier tema. Tan es así que sus óperas Guillermo Tell y El barbero de Sevilla —entre muchas otras— son conocidísimas por todas las sociedades europeas.
Pero también cuentan que al compositor le fascina la buena vida y la gentil convivencia, sobre todo, el buen comer. Es un bromista irredento, un tanto perezoso y bonachón, así que cuando le encargaban alguna ópera o sinfonía, él se esperaba hasta el último momento para hacerla y prácticamente minutos antes del estreno entregaba el encarguito.
Desde 1925, Gioacchino se estableció en París y repentinamente, en 1929, anunció su retiro a los 37 años. Ya han pasado ocho añitos desde entonces y no parece que el buen Rossini vuelva a componer nunca más. ¿Qué por qué se jubiló cuando estaba en la cumbre del éxito? Pues nadie lo sabe a ciencia cierta. Unos dicen que porque estaba cansado, otros, que porque tiene varias enfermedades, algunas raras y otras innombrables.
Y hay quien comenta que simplemente quería dedicarse a vivir plácidamente y sin tensiones: el hombre ha ganado tanto dinero de sus composiciones que tiene para ser rico hasta que se muera, así que no necesita trabajar; aunque le gusta la música, estaba un poco hastiado de trajinar en giras y otros compromisos, por lo cual prefirió dedicarse a su hobby favorito: la gastronomía.
Y es que a este ex compositor lo que más le gusta en el mundo es la comida, hasta dicen que en su vida ha llorado sólo dos veces: una cuando murió su padre y otra cuando se le cayó un delicioso pavo por la borda de un barco. Es muy amigo de Carême, uno de los chefs más famosos y prestigiados de Europa, con quien se anda compartiendo las recetas. Y por si fuera poco, Rossini, que dice que su barriga es como la joroba de un camello, ha creado sus propios platillos, como los Canelones a la Rossini y los Tournedós Rossini, unos filetes que están para chuparse los dedos.
Pequeñuelos, me despido porque ya se me hizo agua la boca, voy a seleccionar de entre las múltiples invitaciones que tengo para cenar, no sin antes compartirles que Rossini acaba de divorciarse de la cantante Isabella Colbran y ya puede vivir a gusto con su nueva mujer, Olympe Pélissier, con quien comparte el amor a la buena cocina… ¡qué romántico!
Au revoir!

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