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Michigan y Seattle: ¿nahuatlismos o falsos cognados?

¿Alguno de ustedes piensa que es posible componer un soneto —dos cuartetas y dos tercetas— arrojando un puño de sopa de letras sobre una hoja de papel en blanco? Bueno, si no el soneto entero, ¿al menos cree que podrían llegar a formarse unas pocas palabras?

Yo tampoco creía que el azar diera para tanto, hasta que por ahí, hace algunos ayeres, me enteré de que los defensores denodados de la cultura del Anáhuac están convencidos de que Michigan y Seattle son topónimos de origen náhuatl.
En efecto, los fundamentalistas de la mexicanidad analizan Michigan como si estuviera formado a partir de michin ‘pez, pescado’, y el sufijo locativo –can. Desde este punto de vista, el compuesto Michigan —la g no es sino la c sonorizada— significa «lugar de peces» o «donde los peces», lo que llega a tener sentido porque se trata de uno de los Grandes Lagos de nuestro vecino país del norte.

Nahuatlismos de exportación

Según los nahuacentristas, la interpretación anterior se refuerza por la mera existencia del topónimo Michoacán que, de acuerdo con las autoridades en la materia, proviene del náhuatl clásico Michi-hua-can, que se analiza como michin ‘pez, pescado’, –hua, posesivo, y –can locativo, es decir «lugar de los dueños de los pescados» o «lugar de pescadores». En cuanto a Seattle, los perpetuadores de la sociedad precuauhtémica afirman que se trata de un nombre calendárico náhuatl, exactamente de Ce Atl, que significa «Uno Agua».
Al igual que en el caso anterior, el nombre del lugar sería adecuado porque corresponde al puerto marítimo más importante de la costa noroeste de los ee.uu.
Aquí cabe reconocer que los nombres calendáricos eran parte de la cotidianidad azteca. Algunos de los ejemplos más conocidos son: Ce Acatl Topiltzin Quetzalcoatl «Uno Caña Nuestro Noble Señor Serpiente Emplumada», quien fuera un legendario gobernante de Tula; Ome Tochtli «Dos Conejo», que se desempeñaba como el gran sacerdote del Dios de la Bebida, patrono de los borrachos; Macuil-xochitl «Cinco Flor», numen masculino de las flores, patrono de los jugadores de patolli y protector de los cortesanos. Sobra apuntar que todos estos nombres están formados con cualquiera de los primeros trece números y uno de los 20 signos del calendario adivinatorio llamado Tonalamatl, que consta de 260 combinaciones.
Una vez expuesta la opinión de los paladines de la cultura del Anáhuac —por cierto, muy respetable—, conviene tomar posesión del bufete del abogado del Diablo y pasar a exponer un punto de vista diferente. Así las cosas, hay que hacer notar primero que cuando nos topamos con palabras como las que ahora nos ocupan, para explicar sus semejanzas tenemos que recurrir a cualquiera de los siguientes argumentos: el origen común, la difusión y el azar. A continuación revisaremos cada uno de estos expedientes, en relación con los topónimos de marras.

Origen, difusión y azar

Un hallazgo de origen común se dio en el siglo xvi, cuando los españoles se lanzaron a la conquista de lo que hoy es El Salvador. Al lado del ejército español marchó un nutrido contingente de guerreros tlaxcaltecas, todos ellos hablantes del náhuatl central. Al acercarse al Señorío de Cuzcatán —hoy El Salvador—, los de Tlaxcala se dieron cuenta de que los habitantes de aquella región centroamericana se expresaban con una lengua muy parecida, mas no igual, al náhuatl que ellos hablaban. De hecho, el modo de hablar de los centroamericanos les recordaba mucho al habla infantil de los del centro de México, razón por la cual les llamaron pipiles, que quiere decir «niños».1 Una diferencia muy visible entre ambas variantes es que ahí donde el náhuatl usa /tl/, el pipil tiene /t/. Un puñado de ejemplos son: atl —náhuatl—, at —pipil— «agua»; tlalli / tal «tierra», papalotl / papalut «mariposa», comitl / gumit «olla».
En la actualidad sabemos que hacia el año 900, un grupo de nahuas —los ancestros de los actuales pipiles— emigró del Soconusco hacia Centroamérica, estableciéndose en Guatemala, Honduras, El Salvador y llegando incluso hasta Nicaragua. En este particular es interesante hacer notar que no faltan quienes afirman que el topónimo Nicaragua proviene de la frase náhuatl Nican Anahuac, que significa «Aquí es Anáhuac», cuyo sentido contextualizado sería «Hasta aquí llega el Anáhuac»… ¡Vaya usted a saber!
Con respecto a la difusión, pienso que los mejores ejemplos nahuas son los correspondientes a las palabras tomatl, ‘tomate’ y chocolatl, ‘chocolate’, aunque el segundo constituye un nahuatlismo polémico, ya que el árbol de cacao no es natural del altiplano central y porque muy probablemente se trata de una mezcolanza entre el maya y el náhuatl, en la que participan las voces mayas choc, ‘caliente’, caw, ‘cacao’, y la palabra nahua atl, ‘agua’, produciendo un compuesto que se podría traducir como «bebida caliente de cacao».
De cualquier manera, es un hecho que las palabras tomate y chocolate se difundieron, desde el náhuatl, a prácticamente todas las lenguas del mundo, experimentando las modificaciones fonéticas que les impusieron las lenguas receptoras. Al llegar a este punto, no está de más hacer notar que tanto el origen común como la difusión constituyen argumentos históricos de peso. Por último, el azar, ese causante de espejismos léxicos que con cierta frecuencia ha puesto a prueba la objetividad de doctos, diletantes y legos. ¿O quién no se ha asombrado con el extremo parecido de teotl ‘dios’ en náhuatl y el de theos ‘dios’ en griego? ¿Y quién no se ha rascado la cabeza, estupefacto, cuando se entera de que en mbabaram —una lengua australiana del norte de Queensland— perro se dice «dog», igual que en inglés? También es sorprendente descubrir que en maya agujero se escribe «hol» y en inglés «hole» —su sonido es muy parecido: /jol/—. Un último ejemplo es el correspondiente a abuelo, que tanto en inuktitut como en malayo se dice «atuk».
Los lingüistas estiman que, en el léxico de dos lenguas no emparentadas, se  puede encontrar entre 4% y 7% de palabras muy parecidas entre sí, pero sin origen común

Entonces, ¿sí o no?

Si revisamos con cuidado el caso de Michigan y Michoacán, veremos que se trata de falsos cognados, pues Michigan viene del objiwa antiguo meshi-gami, que sin problemas se puede traducir como «gran lago». De esta lengua de la familia algonquina que se hablaba en la región de los Grandes Lagos, el topónimo pasó al francés y finalmente llegó al inglés. Michoacán —como ya se apuntó— viene del náhuatl michi-hua-can, que significa exactamente «lugar de los dueños de los pescados» o «lugar de pescadores». Por otra parte, es importante hacer notar que a la ciudad de Seattle le pusieron ese nombre en 1853, para honrar y perpetuar en la memoria de los hombres a Noah Sealth, el jefe de las tribus suquamish y duwamish —de la familia selicana— que, según la tradición popular, le aclaró a Franklin Pierce —el mismísimo presidente de los ee.uu. en aquel entonces— que no le podía vender la tierra que habitaba su gente diciendo: «¿Cómo es posible comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?… Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del reflejo del agua, ¿cómo podréis comprarlos?». Fue David Swinson «Doc» Maynard quien, impresionado por la conciencia ecologista del Jefe Seattle, promovió que la ciudad recién fundada llevara el nombre del jefe indígena. Es un hecho histórico. No hay duda, pues, que se trata del nombre propio del autor de La carta del indio, en lengua selicana, y no del nombre calendárico Ce Atl, en la lengua de los aztecas.
Para terminar, considero que con lo dicho hasta aquí quedan claras dos cuestiones. Primero, que tanto Michoacán y Michigan, como Ce Atl y Seattle, son pares de falsos cognados, espejismos lingüísticos muy sugerentes, pero a final de cuentas, espejismos. Y en segundo lugar que, efectivamente, el azar es el causante de algunas de las fantasías lingüísticas más desbordadas, lo mismo a nivel genético que en materia de difusión.2 A quien desee saber más acerca de las cuestiones tratadas, el autor recomienda la siguiente bibliografía: Francisco Barriga Puente, «Fundamentos para la clasificación de las lenguas», en Los sistemas de numeración indoamericanos; un enfoque areotipológico, México: UNAM, 1998; y Carlos Montemayor, Análisis de nahuatlismos polémicos, México: INAH-CNCA, 2010.

¿Quieres saber más sobre lenguas indígenas? Visita la web del INALI.

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Francisco Barriga es Maestro en Lingüística y Doctor en Antropología. Hasta el momento ha publicado tres libros y un montón de artículos, prólogos y  reseñas. En un par de ocasiones su trabajo ha obtenido el Premio Anual del  INAH (1992 y 2004). Actualmente se desempeña como Coordinador Nacional  de Antropología y no deja de dar clases en la ENAH. Se reciben acuerdos y  desacuerdos con respecto a lo aquí escrito en: fco_barrig@yahoo.com.mx

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