Cantinflas y El Faraón

El auge de la fiesta brava en México cobró fuerza con la llegada de Manuel Rodríguez «Manolete» en 1945, año en que se inauguró la Monumental Plaza México en la Ciudad de los Deportes. Uno de los toreros mexicanos más queridos por la afición era Silverio Pérez, conocido como «el Faraón de Texcoco».
«El Compadre», como también lo llamaban, incursionó en ruedos españoles y sus biógrafos afirman que Silverio «se asustó con el toro español, más bravo, grande y fuerte que el toro mexicano de esos tiempos».
Llevaba varios contratos, pues era casi casi la principal figura del toreo mexicano; pero como se asustó, dicen que un médico amigo suyo le inventó una enfermedad que consistía en que «veía doble» y así no podía cumplir el compromiso. Al ver dos toros, regresó a México.
Un día, otra gran figura del toreo —que el público de la Plaza México rechazaba tajantemente porque se decía que cuando estaba en España afirmaba que era español y cuando toreaba en México, que era mexicano—, Carlos Arruza, apodado «El Ciclón Mexicano», cayó herido y fue hospitalizado.
En el hospital recibía muchas visitas, entre éstas personajes de la política, la banca, la industria, y actores como Cantinflas. Así, una misma tarde coincidieron en la visita el banquero Aníbal de Iturbide, Luis Buñuel, Agustín Lara, María Félix, Silverio Pérez y Cantinflas.
Se alargó la visita; Arruza tenía que comer, pero le daba pena comer solo; al final propuso la idea de que encargaran quesadillas y sin recato alguno «todos le entraron con singular alegría». Cuando sólo quedó una quesadilla en el platón, alargaron el brazo al mismo tiempo Silverio Pérez y Cantinflas, quien cogió la quesadilla y cantinflescamente le dijo al Faraón: «Tú que ves doble, cómete la otra».