Hace ya muchos, muchos años, cuando tus abuelos eran niños o probablemente aún ni nacían, el mundo comenzaba a transformarse: era el principio del siglo xx —el siglo pasado—.
En 1913, hubo en Nueva York una gran exposición de arte en donde, por vez primera, se habló de cosas como «cubismo» y «futurismo».
Sueños y fantasías
Durante el tiempo que pasó entre las dos guerras mundiales, empezó entre los artistas una «moda» llamada surrealismo —del francés surréalisme: sur, «sobre, encima», y réalisme, «realismo»— en la que la imaginación era lo más importante, así como los sueños y todo aquello que les hacía sentir miedo o alegría. Esto podría ser expresado pintando o escribiendo, así que hubo pintores y escritores surrealistas. Éstos, en su mayoría, no sólo se dedicaban al arte, sino que también estaban interesados en la política.
Dada ¿qué?
Imagina que tienes una bolsa llena de palabras recortadas de revistas y periódicos, y que sacas una por una al azar y vas formando frases con ellas. Muy probablemente te quedaría algo como esto:
¿Qué te parece? ¿Entendiste algo? Bueno, pues digamos que algo así era el dadaísmo, una forma de hacer arte en la que se inspiró el surrealismo. En ella también había pintores y escritores. De hecho, muchos de ellos hicieron obras de arte que tenían que ver con los dos estilos.
Ni en sueños
Los sueños, la locura y las alucinaciones eran los temas principales de los surrealistas. Ellos describían sus sueños tal y como los recordaban y los plasmaban así en sus obras: en las pinturas, por ejemplo, usaban colores variados y formas extrañas, dependiendo de lo que cada artista había soñado, por lo que cada cuadro era único.
Algo que estos artistas acostumbraban a hacer para crear, era comenzar a escribir, a pintar o a dibujar lo primero que se les viniera a la mente sin importar si tenía sentido o no, y seguían hasta finalizar la obra. Es decir, lo que les interesaba a estos señores era crear sin ningún límite; por llamarlo de alguna manera, «sin pensar», o al menos sin pensar tanto, que saliera lo primero que se les ocurriera, ya que si pensaban demasiado, entonces ya no tendría el mismo resultado libre de reglas.
Hubo artistas de muchos países que se unieron a este estilo: franceses, alemanes, estadounidenses, belgas, italianos, suizos, españoles… de entre los cuales destacó un señor llamado Salvador Dalí —quizá su nombre te suene—. Dalí era un señor muy chistoso que llevaba un bigote muy raro: levantado y enroscado de las puntas, como si lo hubieran asustado. Él era pintor, pero también se dedicó al cine. Al final, se peleó con los demás surrealistas porque ellos pensaban que a Dalí le interesaba más el dinero que el arte y decidieron aplicarle «la ley del hielo». Pero esto no impidió que su trabajo, hasta la fecha, sea uno de los más representativos del surrealismo.
Debido a que muchos artistas españoles vinieron a vivir a México por esos años, el surrealismo también llegó a nuestro país gracias a ellos; de hecho, fue la primera región latinoamericana donde se desarrolló. Lo puedes ver, por ejemplo, en las pinturas de Frida Kahlo. ¿Las conoces? ¿Te gustan?
Tal vez ahora tú te atrevas a crear tu propia obra surrealista: acuérdate de algún sueño que hayas tenido y agarra un lápiz y escribe o dibuja lo primero que sientas al recordarlo… ¡a ver qué sale!
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Adaptado del texto de Hilda Alejandra Varela Galán, en Algarabía 37, agosto 2007, ARTE: «Vanguardia surrealista»; pp. 15-19.