¿Sabes que a la Ciudad de México se le conoce como la «Ciudad de los Palacios» por todos los edificios grandes y antiguos que se encuentran en el Centro Histórico? Éstos fueron construidos para que personajes nobles o ricos vivieran en ellos.
Ahora son museos, oficinas de gobierno o bancos, pero todavía pueden visitarse. Si ya has ido a alguno, quizá te habrás preguntado cosas como: ¿para qué servían todas esas habitaciones?, ¿cómo una sola familia podía llenar todos esos espacios?, ¿cómo era la vida diaria allí?
¿Cómo eran las casas?
Los palacios — a los que también se les llama casas señoriales— se construyeron durante la época de la Colonia. A simple vista, eran casi todos iguales, pero podían cambiar según el capricho de sus dueños —como sigue ocurriendo hasta ahora. La mayoría de las casas del siglo xvi sólo tenía dos plantas porque la mayoría de la gente le tenía miedo a los temblores y a la fragilidad del suelo. Además, muchas personas vivían en la casa: aparte de la familia del dueño, también estaban los ahijados, los entenados,1 Nombre con el que se conoce a los hijastros o a quienes dependían económicamente de una persona. los hijos bastardos y los sirvientes… ¡toda una vecindad!
Así, en la planta baja, había un zaguán, dos patios y varios cuartos, mientras que en la planta alta estaban los aposentos de la familia.
Por cierto, ¿sabes lo que es un zaguán? Pues un espacio entre la puerta principal de la casa y el primer patio. Generalmente, uno podía ir y venir de un área a otra sin ningún obstáculo, libremente, pero algunas veces se colocaba una puerta entre ambos espacios para impedir la entrada al patio a personas no deseadas.
¿Y los patios?
¿Tu casa tiene patio? Estas «casitas» tenían dos. Alrededor del primero, el principal, había cuartos con vista a la calle, que eran usados como recámaras de la familia, habitaciones para la servidumbre masculina o como locales para tiendas y almacenes.
Éste era el lugar donde los habitantes de la casa tomaban el fresco, y las habitaciones que daban a él eran las más iluminadas y ventiladas. Ahí estaban las escaleras que llevaban a la planta alta; además, siempre había una fuente en el centro o empotrada en uno de los muros. El piso y las paredes estaban llenos de plantas sembradas en macetas que le daban, junto con algunas jaulas de pájaros, apariencia de jardín.
El segundo patio era el de servicio. Éste se usaba para las actividades cotidianas de limpieza, por ejemplo, lavar la ropa y asear a los caballos. También tenía un abastecedor de agua potable, que era un lujo que sólo los ricos se podían dar. Y al fondo se encontraban las caballerizas, el pajar, la bodega, el corral y la hortaliza.
Más tarde, en el siglo xvii, los palacios cambiaron un poco: ahora, en lugar de ser dos, eran tres los patios que tenían. El primero y el segundo seguían usándose como siempre, y el tercero se ocupó para guardar los carruajes y los animales de tiro.
Pero no fueron los patios los únicos: también las casas añadieron otro piso más y ahora eran de tres niveles. El nuevo piso, llamado «entresuelo» porque era intermedio, se rentaba. Por ejemplo, si abajo había locales, las personas que los arrendaban lo podían ocupar. O si no, los parientes más necesitados de la familia, el administrador de la hacienda mientras estaba en la ciudad o la servidumbre.
Al último piso se le llamaba «los altos», tenía paredes más altas y fuertes que el entresuelo, y estaba destinado para la familia del señor.
El techo, último nivel de la construcción, era plano y parecido al de las casas indígenas; y las azoteas estaban llenas de plantas con flores. Esto las convertía en un lugar agradable para descansar.
¿Para qué servían tantas habitaciones?
Si subías a la planta alta, podías encontrar cámaras, salas, recámaras, saleta, retrete, recibidor, cocina y capilla u oratorio.
Las cámaras, salas, recámaras y saletas eran multiusos y sólo podrías diferenciarlas por su decoración, pues normalmente una misma habitación podía ser usada para recibir visitas, como comedor o alcoba, etcétera.
Los retretes a veces formaban parte de la cámara, pero no eran eso que estás pensando, no: eran, más bien, una especie de almacén donde se guardaban un sinfín de cosas como ropa, libros, cajas.
Al final del siglo xvii, las casas ya no tenían tantas habitaciones. Y entonces se podían distinguir ocho tipos de piezas en la planta alta: de asistencia, sala del estrado, salón del dosel, gabinete, capilla, recámaras, cocina y comedor.
¿Cómo diferenciar una casa señorial de otra que no lo es? ¡Fácil! La casa señorial tiene capilla, sala del estrado y salón del dosel.
La capilla doméstica era la habitación donde la familia y los sirvientes rezaban el rosario diariamente, pero sólo las mujeres de la casa cuidaban de ella.
En la sala del estrado no se permitían hombres, pues era el lugar reservado a las actividades femeninas. Ahí tejían o bordaban el traje de boda y la mantilla del recién nacido —«echaban el chal»; ahí pasaban el tiempo con sus amistades, platicando y bebiendo chocolate, sentadas sobre una tarima o un estrado de madera cubierto con una alfombra y cojines.
¿Te imaginas tener un lugar en tu casa reservado exclusivamente para invitados que nunca llegarán? Pues eso es exactamente lo que era el salón del dosel: un lugar que sólo existía en la casa de algunos nobles con títulos de Castilla que tenían la esperanza de que los reyes de España los visitaran algún día, pues era una habitación particular para recibirlos como se merecían: había un retrato del monarca en turno y un sitial, que era como un trono, debajo de un dosel —techo de tela—. Por supuesto, estos salones nunca se utilizaron, pero se mantuvieron durante toda la época de la Colonia.
Algunas casas señoriales
Si quieres ver en persona alguna de estas casas, aquí te decimos dónde encontrarlas. ¡Puedes decirles a tus papás que te lleven a verlas!
– Museo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Moneda 4 —antiguo Palacio del Arzobispado, data de 1530. Fue la casa del primer arzobispo de México, fray Juan de Zumárraga, y, antes, de los conquistadores don Andrés Núñez y Martín López. Está construido sobre el templo del dios azteca Tezcatlipoca.
– Museo de la Ciudad de México, Pino Suárez 30 — propiedad de los condes de Santiago de Calimaya, construido en 1536. Era un lote que originalmente Hernán Cortés le regaló a su primo Juan Gutiérrez Altamirano.
– Palacio de Iturbide, avenida Madero — esta residencia, que data del siglo xviii, tuvo numerosos dueños: el contador mayor de la Nueva España, Francisco de Córdova; los condes de San Mateo de Valparaíso y marqueses de Jaral de Berrio; la familia Moncada y, finalmente, después de consumarse la Independencia, fue cedida a Agustín de Iturbide, cabeza del victorioso Ejército Trigarante.
Adaptado de Araceli Cortez Ocampo, «La vida en los palacios novohispanos», en El libro de todo, como en botica I (col. Algarabía); Editorial Lectorum y Editorial Otras Inquisiciones: México; pp. 69-75.