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Schadenfreude

por María del Pilar Montes de Oca Sicilia
Schedenfreude

Quizá el bueno de Homero Simpson tenga razón, pero no del todo, porque así como los alemanes tienen palabras para unas cosas, en náhuatl hay palabras para otras y los que hablamos español —y, en específico, español mexicano— también tenemos otras más. Por ejemplo, ¿qué me dicen del tan consabido itacate?, ¿cómo traducírselo a un francés? O, ¿cómo explicarle en dos palabras a un sueco eso de curársela? Es difícil, porque cada lengua tiene su idiosincrasia y hace palabras de los conceptos que considera importantes y que para otras no lo son.

Lo que sí es cierto es que los alemanes «se la sacaron» con una palabra genial —que ya se ha importado al inglés y a algunas otras lenguas—: Schadenfreude —en alemán los sustantivos empiezan con mayúscula—, que significa algo así como «sentir felicidad por la desgracia ajena» ya que en ella se conjuntan dos raíces de significado disímbolo: Schaden «adversidad, daño, perjuicio», y Freude «alegría, gusto».

Oooh, esos alemanes tienen palabras para todo.

Homero J. Simpson

Podríamos decir que la Schadenfreude es complementaria a la envidia, que es cuando nos sentimos apesadumbrados o nos enojamos ante la prosperidad o el bien ajeno.1 Como contraparte, hay un concepto budista llamado mudita, que es «alegría ajena» o la «felicidad por el éxito de los otros». Y, para completar, podríamos añadir a este cuarteto de sentimientos la compasión o la empatía o sea «el dolor por la infelicidad o el sufrimiento ajenos».

El filósofo y sociólogo Theodor Adorno2 define Schadenfreude como «un deleite esperado, lógico o anticipado ante el sufrimiento y mal ajenos», y nosotros la podríamos describir como «sentir un placer malicioso y perverso frente la desgracia de otros», algo así como un «gozo sádico» o lo que yo llamo una «lastimita bonita» —como cuando en México decimos «lero lero, candelero» o «pa’ que se le quite».

Vía amazon.com

Se trata de un sentimiento tan común en la naturaleza humana desde tiempos muy antiguos, que ya se reprueba en los Proverbiosdel Antiguo Testamento: «no te alegres cuando tu enemigo caiga, no dejes que tu corazón se regocije ante su declive, porque el Señor lo verá y lo juzgará». Y en doctrinas de la Iglesia católica medieval, se describe como delectatio morosa —lo que el d r a e traduce como «complacencia deliberada en un objeto o pensamiento prohibido», algo así como un «deleite mailicioso»— y se considera un gran pecado.

A partir del siglo XX, la palabra, y por ende el concepto, ha cobrado relevancia, al punto de que se han hecho estudios de escáner cerebral sobre ella. Uno de ellos, realizado en 2006, arrojó que la Schadenfreude es un fenómeno fisiológico inherente al ser humano y que las mujeres lo sentimos más que los hombres porque en las participantes de sexo femenino se activaron más las áreas cerebrales de placer cuando les informaban que cierta persona que ellas conocían había padecido cierto evento desafortunado que en los de sexo masculino. ¿Será que somos más vengativas, envidiosas o lo que sea? No lo sé.

Lo que sí no cabe duda, es que, aunque no tengamos la palabrita, la sensación la hemos experimentado todos. Por ejemplo, cuando te cuentan que tu exnovio, ese que te dejó de mala manera por otra, es completamente infeliz con ella porque le resultó una arpía de siete suelas que sólo quiere su dinero; o cuando ves a la pérfida que te hizo ver tu suerte, caminando cabizbaja y sola por la acera de enfrente, volteando a ver tu ventana; o bien cuando te pide trabajo o ayuda ese cuate que era tan soberbio y sangrón, que tenía muchísima lana y te veía por encima del hombro, en la universidad.

María del Pilar Montes de Oca Sicilia ha sentido Schadenfreude muchísimas veces en su vida y por diversas razones y es un sentimiento del que no se avergüenza —y a últimas fechas aún menos, porque siempre es la misma persona quien se lo despierta.

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