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Los «topos» de la guerra civil española

Los «topos» de la guerra civil española

Ellos fueron perseguidos, sumergidos y escondidos por años, cuando no décadas, estos «topos» atestiguan una época donde el virus de las ideologías era el que imponía el encierro o la muerte. Conoce más de ellos en este nuevo podcast junto a Pilar Montes de Oca y Josenrique Martínez Alba.

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Los enterrados vivos de la Guerra Civil

Es muy penoso hablar sobre las guerras. Más aún, cuando una en particular ha afectado la vida de los propios abuelos y, por tanto, transformado —casi siempre para mal— la historia familiar. No por nada es un tema misterioso e incómodo. En mi casa siempre rondaron las pláticas sobre la Guerra Civil Española, por lo que mi imaginación infantil creó numerosas historias que seguramente nunca ocurrieron. No obstante, aquello sirvió para despertar mi curiosidad y esforzarme por conocer más acerca de aquella terrible guerra.[1]
Nunca faltan los olvidados de ninguna historia. Desde luego, las guerras no son la excepción. En el caso de la Guerra Civil Española, están «Los Topos» —término que proviene de la obra periodística Los Topos de Manuel Leguineche y Jesús Torbado, publicada en 1977—.

De la derrota al encierro

Con la victoria del bando nacional, el 1º de abril de 1939, los derrotados del bando republicano —ya fueran excombatientes, funcionarios leales a la República, miembros de los partidos opositores al franquismo o gente de a pie de «dudosa» lealtad al nuevo régimen— enfrentaban cuatro opciones:

  1. El exilio en otros países, como es el caso de alrededor del medio millón de personas que se refugió en Francia, la Unión Soviética o Hispanoamérica.
  2. La guerra de guerrillas en remotos bosques, como los maquis, que duró hasta 1952 y participó también en la resistencia antialemana en Francia.
  3. Enfrentar la represión sostenida en forma de venganzas personales y marginación social, o bien, prisión y ejecución —entre 165 ó 250 mil víctimas, dependiendo de los cálculos—.
  4. El confinamiento en un agujero, un granero o una galería subterránea para los «enterrados vivos», sumidos en el miedo a la «furia» de un enemigo que no olvidaba y que los buscaba para fusilarlos —incluso mediante los «comités de exterminio»—, ofreciendo 60 mil pesetas como recompensa por cada «rojo» entregado.

Escondite de un “topo” en Béjar, municipio y ciudad de la provincia de Salamanca, en la comunidad autónoma de Castilla y León, España. Fuente: Cadena SER.

Al igual que los mineros de antaño que no veían la luz del sol o los topos o tejones en la naturaleza, los «topos» de la Guerra Civil Española vivieron años encerrados, a merced del auxilio de compañeros de lucha y la discreción de buenos samaritanos, pero siempre temiendo por sus vidas. Sin duda, muchos de ellos no habrían sobrevivido sin la incondicional ayuda de sus parejas o sus familias, sobre todo de mujeres de gran valentía —lo mismo que, en incontables casos, arraigadas convicciones políticas— que criaron solas a familias y protegieron «topos», aun en medio de las carencias de la posguerra.

Desenterrando la memoria

Don Protasio Montalvo, un edil republicano, fue el último «topo» en deshabitar uno de estos zulos, en la localidad de Cercedilla, en Madrid. Había vivido 38 años en él, comiendo lo que podía y entreteniéndose con las pocas noticias y contados diarios de los que le proveía su mujer. Dado que nunca pudo ponerse de pie completamente en aquel agujero, de apenas 1.40 m de altura, sufrió daños a sus riñones. Finalmente, en 1977, abandonó su confinamiento para ir a renovar su carné del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), con lo cual pudo participar en el nuevo orden democrático que inauguró la constitución del año siguiente.

Manuel Cortés, conocido como “El topo de Mijas”. Fuente: La Sexta.

Actualmente, ya no queda ningún «topo» vivo que pueda narrar sus experiencias de una época donde la pluralidad ideológica ni la libertad para salir a la calle podían darse por sentados, si bien existen documentos gráficos, como el filme La trinchera infinita (España-Francia, 2019) de Jon GarañoAitor ArregiJosé Mari Goenaga, inspirada en la vida de Manuel Cortés, alcalde republicano de la localidad malagueña de Mijas, quien vivió oculto durante treinta años. Restan, sin embargo, las historias y los testimonios de estos fieles combatientes que resistieron el embate del enemigo, primero; la soledad y el encierro, después; y conquistaron, por último, el odio y el rencor —quizá porque, increíblemente, consideran que aquello era sólo «la forma de pensar de la derecha».
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Josenrique Martínez Alba es abogado de profesión y republicano por educación. Ama la libertad y los espacios abiertos.

[1] v. Sir Antony Beevor, La Guerra Civil Española, Barcelona, Crítica, 2005.

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