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La danza: arquitectura corporal

Es posible que la danza haya existido desde el principio de la humanidad pues es un movimiento y el movimiento se puede convertir en lenguaje

Cada día en el que no hayamos danzado al menos una vez es un día perdido.

Friedrich Nietzsche
La danza es movimiento, y el movimiento puede convertirse en lenguaje. Así que es posible que la danza hubiera existido desde el principio de la humanidad como medio para comunicar y manifestar tristezas, alegrías y deseos, prescindiendo del lenguaje verbal y figurativo. Esto la ha convertido en una de las artes más simbólicas, cuya historia tiene tantos enfoques como antecedentes, géneros y legados culturales. Acerquémonos —de puntitas— a algunos de ellos.
Los primeros antecedentes de la danza se encuentran en las pinturas rupestres, donde ciertas imágenes pueden interpretarse como «dancísticas»: rituales con movimientos corporales rítmicos para celebrar al Sol, la Luna, la lluvia, la fecundidad, o como parte de ritos de guerreros o de la caza.

Los registros de la Antigüedad permiten deducir que en la India, Egipto, Grecia y Roma, la danza formaba parte de los festejos —muchas veces con un carácter de éxtasis sexual—, o como acompañamiento de representaciones teatrales. Más adelante, en el Medievo europeo, la acción evangelizadora de la Iglesia la relegó a un segundo plano, por tanto son escasos los testimonios de este arte.

El ballet y su origen

Como arte, técnica y medio de expresión, lo que hoy llamamos danza tiene sus orígenes en el ballet o danza clásica. Demos un breve tour histórico por este lenguaje escénico y estético.

Fue a finales del siglo XV, en las fiestas de las cortes italianas, cuando se presentaron los primeros números de danza bajo un esquema performático multidisciplinario; es decir, estos actos —llamados extravaganzas— eran parte de elaborados espectáculos que involucraban pintura, música y poesía. El argumento de estos números artísticos se basaba principalmente en la mitología grecolatina, y su intención era meramente recreativa: divertir a la high society de la época.

Tiempo después, en Francia, estos primeros ballets cortesanos italianos se convirtieron en espectáculos de salón más formales, ejecutados sobre un estrado por aristócratas aficionados, con los espectadores —incluida la familia real— distribuidos en las galerías montadas en los tres lados restantes del salón. Este formato marcaría la pauta de las presentaciones de los ballets cortesanos.

En 1581, Catalina de Médici organizaba la boda de Margarita de Lorena, y para ello mandó traer a París a Baltazarini di Belgioioso, un experto en música y danza, a quien le dio instrucciones para presentar un espectáculo al que llamarían el Ballet Comique de la Reine, una comedia que se presentó en el Palacio de Louvre, consolidando al ballet como forma artística.

Ya para el siglo XVII, los ballets se presentaban en las cortes europeas como un espectáculo teatral. La primera escuela fue la Académie Royale de Danse, fundada en 1661 por Luis XIV de Francia —quien, por cierto, era un bailarín devoto—, de la que saldrían los primeros maestros y bailarines profesionales; además, fue Pierre Beauchamp, primer director de esta Academia, quien determinó las cinco posiciones básicas de colocación del ballet.

La danza: arquitectura corporal- ballet

Románticos, rusos y posmodernos

En 1760, en sus Cartas sobre la danza y los ballets, el francés Jean-Georges Noverre criticó la frialdad mecánica y la utilización de vestuarios y pelucas, apostando por una mayor naturalidad y realismo, lo que cambió el espíritu de la danza de forma radical.

El ballet romántico dio inicio en Francia con La Sylphide (1832) —con una coreografía de Filippo Taglione para su hija Marie—, que desarrolló los elementos del decorado para crear una atmósfera melancólica. Otra obra maestra del estilo romántico fue Giselle (1841), con música de Adolphe Adam y coreografía de Jean Coralli.

Por otro lado, el ballet entró a Rusia en el siglo XVIII como una política del zar Pedro I «el Grande», quien introdujo la danza como un medio de propaganda e importó maestros extranjeros para que enseñaran dicho arte; entre ellos destacó el francés Marius Petipa, maestro del Ballet Imperial de San Petersburgo y coreógrafo de piezas fundamentales de la danza clásica como La bella durmiente, El Cascanueces y El Lago de los Cisnes —estas dos últimas con música de Tchaikovsky.

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