adplus-dvertising

Kandinski nació vanguardista

Seguramente alguna vez usted ha escuchado decir a alguien, estando frente a una pintura abstracta: «Eso lo podría haber hecho un niño de seis años», y lo cierto es que nada es más lejano a la verdad, en particular tratándose de Vasili Kandinski, pintor ruso considerado el primer artista abstracto de la historia.

Seguramente alguna vez usted ha dicho o ha escuchado decir a alguien, estando frente a una pintura abstracta: «Eso lo podría haber hecho un niño de seis años», y lo cierto es que nada es más lejano a la verdad, en particular tratándose de Vasili Kandinski, pintor ruso considerado el primer artista abstracto de la historia de la pintura. Si bien hay obras anteriores de pintores como Turner, que por su técnica casi desdibujan el objeto, no era la abstracción su propósito. Por el contrario, para Kandinski sí lo era.

Primero habrá que ubicarse en el tiempo, en la vida y las circunstancias de Kandinski para entender un poco cómo llegó a esa imaginería lo mismo profusa que dinámica, orgánica que geométrica, enigmática y bella.
Músicos Mussorgski, Borodin y Rimski-Kórsakov se habían interesado por el folklore ruso y extraído de él no sólo tonadas, sino colores y texturas musicales, que Kandinski tradujo a la pintura —esencialmente— por medio del color.
Vasili Vasílievi Kandinski nació en 1866 en Moscú en el seno de una familia acomodada con los privilegios que esto significa, viajó desde muy temprana edad, creció en Odesa, recibió clases de violonchelo y piano, hablaba alemán y estudió derecho y economía. Para fortuna nuestra y del arte, a los 30 años decidió abandonar la profesión y dedicarse a estudiar pintura en la Academia de Bellas Artes de Múnich, en Alemania, cuando conoció la obra de impresionistas como Claude Monet, cuyo colorido y pincelada, en aquellos tiempos —1896—, era tan gruesa y suelta que, si se veía de cerca, se perdía la forma y sólo se gozaba del color y la textura, como si fuera una pintura abstracta.

Entorno histórico

No hay que perder de vista que cuando Kandinski nació, el nacionalismo ruso estaba en auge, los músicos Mussorgski, Borodin y Rimski-Kórsakov se habían interesado por el folklore ruso y extraído de él no sólo tonadas, sino colores y texturas musicales, que Kandinski tradujo a la pintura —esencialmente— por medio del color, que aprehendió de las casas y las iglesias ortodoxas sobre las que una polícroma intensa se aplica sobre fondos oscuros y da como resultado un grueso delineado natural. No obstante el nacionalismo, músicos como Wagner o Arnold Schönberg tenían un pensamiento más revolucionario y una nueva visión que lo acercó al arte e influenció su pintura.
Para cuando empezó su carrera en el arte, la industrialización era algo amenazante, la producción en masa parecía devorar la belleza, la internacionalización engullía la identidad y proliferaban las bases de las corrientes vanguardistas como el simbolismo, el fauvismo y el cubismo.
En los albores del siglo xx, el hombre se transportaba en automóviles y descubría el vuelo y la cinematografía, había logrado conservar la voz en el fonógrafo y reproducir música. La ciencia avanzaba a pasos vertiginosos, por ejemplo, la microbiología, que terminó en las pinturas de Vasili como líneas orgánicas combinadas con las líneas geométricas. Por otro lado, las naciones no se ponían de acuerdo y se gestó la I Guerra Mundial estando Kandinski todavía en Múnich, lo que lo impulsó a regresar a Moscú, sólo para encontrarse, un par de años después, con la Revolución de Octubre y la caída del zarismo.

En un inicio Vasili colaboró con la nueva política cultural soviética en la conformación del Instituto de Cultura Artística en Moscú; sin embargo, la visión de los constructivistas y la imposición del arte utilitario produjo un rompimiento absoluto entre Malevich y Kandinski quien pronto regresó a Alemania y se incorporó a las filas de la Bauhaus. Pero poco le duró el gusto, el nacionalsocialismo presionó a tal grado que, después la escuela de Weimar se reubicó a Dessau y luego se instaló en Berlín hasta su disolución en 1933.
Kandinski se vio obligado a emigrar nuevamente, esta vez cerca de París, para terminar sus últimos años como ciudadano francés en el poblado de Neuilly-sur-Sein. Para entonces, el surrealismo y los contenidos psicológicos estaban en auge, lo que no le pasó desapercibido.
 

La Bauhaus

 A su salida de Rusia en 1922 —a la que jamás regresaría—, Kandinski entró a la escuela de la Bauhaus como maestro. Ahí, no sólo se integró a la cátedra, sino que adoptó su postura en la que los preceptos geométricos, compositivos, funcionales y abstractos se aplicaban de igual manera al diseño industrial que a la arquitectura y a la pintura.
El fundamento teórico de la escuela produce un nuevo libro de Kandinski, Punto y línea sobre el plano (1926), en el que detalla los principios conceptuales de la forma. Al lado de Walter Gropius y Paul Klee sostiene que la forma física empieza con un punto en el espacio, éste se desplaza, genera una línea, si ésta se mueve, delínea un plano y éste se desplaza forma un volumen, es decir, pasamos de la primera dimensión a la tercera.

Kandinski analiza la forma no sólo como el elemento plástico con el que trabaja el artista sino que lo intenta desde la percepción el espectador: no sólo lo que le significan esas formas sino los sentimientos que le despiertan, las reacciones que un determinado color puede originar o las relaciones y evocaciones que una forma despierta en su cabeza.
 
Encuentra completo este artículo en Algarabía 171.

Compartir en:

Twitter
Facebook
LinkedIn
Email

Deja tu comentario

Suscríbete al Newsletter de la revista Algarabía para estar al tanto de las noticias y opiniones, además de la radio, TV, el cine y la tienda.

Scroll to Top