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La atrevida aventura de Helen Keller

por Hillary Rodham Clinton

En retrospectiva, me doy cuenta de que no tuve muchas clases en la escuela elemental sobre mujeres famosas. Recuerdo a mis maestros mencionar a Cleopatra, Isabel I o Juana de Arco, quienes me resultaron interesantes, pero nunca atraparon mi atención como sí Helen Keller. Aunque puede parecer sorprendente ahora, toda mi vida escolar transcurrió antes de que los niños discapacitados tuvieran derecho a la infraestructura que les permitiera asistir a una escuela pública: desde el jardín de niños hasta la secundaria, no tuve compañeros con discapacidad. 

Sin embargo, en 1957, cuando tenía diez años, vi una producción de The Miracle Worker en el programa de televisión Playhouse 90, que solía presentar dramas de alta calidad. Dicha dramatización, escrita por William Gibson, de la vida de Helen Keller como una joven ciega y sorda, así como de su periplo junto a su maestra, Anne Sullivan, me permitieron imaginar sus dificultades y regocijarme de sus logros.

Desde el «sur profundo»

Helen Keller nació, el 27 de junio de 1880, en el pequeño pueblo de Tuscumbia, Alabama. A los 19 meses se enfermó de un padecimiento que nunca se diagnosticó, pero que la dejó ciega y sorda. No podía ir a la escuela ni ser dejada nunca sola. Desarrolló un rudimentario sistema de signos para comunicar sus necesidades básicas a su familia, pero quedó aislada, frustrada y presa de estallidos de ira contra quienquiera que se le acercase.

Un día, mientras leía American Notes for General Circulation de Charles Dickens, la madre de Helen, Kate, se topó con la historia de Laura Bridgman, una chica ciega y sorda que estaba siendo educada en la que hoy se conoce como la Escuela Perkins para Invidentes, en Massachusetts. En ella, la madre de Helen vislumbró un atisbo de esperanza para su hija, y aplicó para que un maestro de la institución fuera enviado a Tuscumbia. 

La «Miracle Worker» en acción

La elegida, Anne Sullivan, arribó a la casa de los Keller, en Alabama, el 3 de marzo de 1887, un día que Helen llamaría «el cumpleaños de su alma» —bella frase que siempre ha resonado conmigo, pues se trata de una inmejorable manera de resumir el momento de conocer a alguien que cambiará tu vida para bien—. Anne, invidente también, era una graduada de Perkins de 20 años, que, pese a las dificultades, no se arredró y bien pronto reconoció la fiera inteligencia de Helen, a quien enseñó a comunicarse deletreándole palabras en su mano, para que ella las memorizara. 

Un señero día de abril de 1887, Anne llevó a Helen frente a una bomba de agua, mojó su rostro y le deletreó la palabra «agua» sobre la mano, con lo que ésta aprendió que las palabras deletreadas en su mano se correspondían con el mundo a su alrededor. «De alguna manera», diría Helen más tarde, «se me reveló el misterio del lenguaje». 

Las mieles de la fama

Poco después, ya era celebrada en los periódicos de Estados Unidos y Europa y, a los ocho años, llegó a conocer al Presidente Grover Cleveland en la Casa Blanca. Cuando murió el perro de Helen, llegaron donativos de todo el país para que reemplazara a su mascota, pero ella pidió que, más bien, donaran a un niño que quería asistir al Instituto Perkins. La colecta bastó para enviarlo a la escuela.

Desde temprana edad, Helen tenía la determinación de asistir a la universidad, lo cual logró al ser admitida al Radcliffe College de Harvard. Anne tomó con ella todas las clases, deletreando sobre su palma, tan rápido como podía, todo lo que se decía en las aulas o transcribiéndole textos al Braille. En 1904, a la edad de 24 años, Helen se graduó cum laude, y se convirtió en la primera persona ciega y sorda en obtener el título de bachiller en artes —humanidades—. (Cosa rara, no se les ocurrió en Radcliffe otorgarle el mismo título a Anne, pese a que había tomado todos y cada uno de los mismos cursos). Helen, ya mientras cursaba aún sus estudios, se dedicó a escribir y dar discursos —gracias a la ayuda no sólo de Anne, sino de un entrenador vocal—, además de publicar su autobiografía, The Story of My Life.

«La ceguera no limita la visión de mi mente. Mi horizonte intelectual es infinitamente amplio. El universo que abarca es inconmensurable.»

Helen Keller

La historia de Helen suele contarse como la de una joven extraordinaria que enfrentó la adversidad a base de pura fuerza de voluntad. Y es cierto, pero es, también, una historia sobre el potencial —a menudo no realizado debido a circunstancias externas— de todo niño. Si Helen no hubiera aprendido a comunicarse, a leer ni a expresar sus pensamientos; si hubiera sido recluida en algún orfanato o sanatorio para «enfermos mentales» —como incontables personas con discapacidad por aquel entonces—; nos habríamos perdido de su mente brillante y espíritu indómito. Nunca dejé de pensar en Helen cuando era una joven abogada y contribuí mi granito de arena trabajando para el Children’s Defense Fund, tratando de convencer al Congreso de aprobar legislación que estipulara que todos los niños, sin importar sus capacidades, tienen derecho a la educación.

Comienza la aventura

Las aventuras más emocionantes de Helen comenzaron, no obstante, donde la «Trabajadora Milagrosa», Anne, se quedó. Tras la universidad, se dedicó a estudiar las condiciones y vidas de las personas con discapacidad en su país —una materia por demás desconocida—, y, prontamente, identificó una conexión entre discapacidad, explotación y pobreza. En aquel entonces, la vasta mayoría de personas con discapacidad no tenía acceso a oportunidades de empleo ni educación y era dejada de lado y marginada por la sociedad. «Me deprimí por un tiempo», dijo Keller, «pero poco a poco recobré la confianza y me di cuenta de que lo sorprendente no es lo malo de las condiciones, sino los avances que la Humanidad ha tenido a pesar de éstas. Ahora lucho para cambiar las cosas».

Contrario a algunas leyendas en torno a Helen Keller, no fue nada más un individuo inspirador que se interesó por las personas con discapacidad, sino una activista en toda regla, dedicada a construir un mundo más justo, pacífico y equitativo para todos. Fue cofundadora de la Unión de Libertades Civiles de EE. UU. —ACLU, por sus siglas en inglés—, en parte para proteger los derechos de trabajadores que estaban en huelga en pro de mejores condiciones y salarios justos. Como otros fundadores de la ACLU, fue blanco de vigilancia por parte del FBI, en tanto socialista, pacifista y abogada del control de la natalidad —«La inferioridad de la mujer está hecha por varones», señaló alguna vez—. Se pronunció en contra de los linchamientos y de la supremacía blanca y apoyó de viva voz a la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color (NAACP).

Voz de los sin voz

Viajó por el mundo, hablando contra el fascismo en Europa. En 1938, por ejemplo, escribió al editor del New York Times urgiéndolo a que el diario no menospreciara las atrocidades nazis y, una década después, visitó el Japón de posguerra, en calidad del primer embajador de buena voluntad estadounidense, donde llamó la atención sobre los invidentes y discapacitados de ese país. 

A los 75 años de edad, emprendió su más demandante acometida: un viaje de 50 mil km a través de Asia para animar y dar esperanza a gente con problemas de visión y otras discapacidades.

«Me gusta el debate franco y no tengo objeción contra la crítica dura, siempre y cuando se me trate como un ser humano con mente propia.»

Helen Keller

Helen fue famosa desde los ocho años hasta su muerte, en 1968, y, como la mayor parte de la gente bajo los reflectores públicos —sobre todo, las mujeres—, fue sujeto de críticas. La acusaron de plagio y de ser títere de las personas que la rodeaban —como si una persona ciega y sorda no pudiera expresar opiniones propias—. Cuando hablaba de su vida y vicisitudes, era aplaudida; cuando mencionaba asuntos sociales o políticos, era desdeñada y sobajada —como algo «impropio» para ella o «más allá» de sus capacidades—. «Mientras mantenga mis actividades dentro del ámbito del servicio social y la invidencia, me lanzan los elogios más extravagantes, pero, si se trata de discutir un acuciante problema social o asunto político, sobre todo si me toca estar —como suelo estarlo— en el lado impopular de la controversia, el tono cambia completamente», confesó.

Para algunas personas y por sorprendente que parezca, Helen Keller continúa siendo una figura controvertida aún hoy. La recordé de nueva cuenta a propósito de su compromiso con dotar a cada niño de la oportunidad de asistir a la escuela cuando, en 2018, oí que el Comité Educativo Estatal de Texas había recomendado eliminar lecciones tanto sobre Helen como sobre mí de las clases de historia estadounidense en aras de hacer más «accesible» el currículum. Lamenté que los estudiantes texanos no fueran a aprender de su extraordinaria vida y del impacto que ha tenido sobre tantas otras. Cuando el comité revocó su decisión y nos reintrodujo a las dos, me alegré por partida doble. Su historia merece ser contada una y otra vez, pues no es nada más la historia de una pequeña niña extraordinaria que pasó su vida cuestionando por qué las cosas eran como eran, sino que la gastó defendiendo a la gente que no tenía ningún poder.

Hillary Rodham Clinton (1947-) es abogada, diplomática y política. Es coautora, junto a su hija Chelsea, del libro de donde este texto fue tomado, editado y traducido: The Book of Gutsy Women. Favorite Stories of Courage and Resilience (Nueva York, Simon & Schuster, 2019), pp. 24-28.

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