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Ganapán, cuentachiles, aguafiestas.

¿Qué hay detrás de tan curiosas palabras?

En esta ocasión hablaremos de tres defectos del género humano: la pereza, la avaricia y la nada envidiable cualidad de echar a perder. Para quienes cuentan entre sus dones estas características aquí les va un trío de epítetos que son certeros, punzantes y refinados

¿Ha visto alguna vez a un cargador del mercado de La Merced? Bueno, pues, según el DRAE—y con el respeto debido para todos quienes nos ganamos la vida con el sudor de nuestra frente—, este individuo es un verdadero ganapán, ya que este término significa: «hombre que se gana la vida llevando recados o transportando bultos de un punto a otro» o, de manera coloquial, «hombre rudo y tosco».

Un ganapán también es quien se gana la vida con labores esporádicas que no requieren ningún tipo de preparación. De ahí la frase «Nunca saldrás de pobre si sigues siendo un ganapán y no estudias». Y es que en México abundan estos peculiares personajes que, al decidir llevar una vida «más sencilla», se convierten en ganapanes sin darse cuenta de que, si deciden ligarse a una chica e invitarle una salidita al cine —o ya de menos una cerveza—, es seguro que el bolsillo protestará y sobrevendrá algún tipo de disgusto entre la pareja. Así que si quiere evitar convertirse en un porteador, recadero, gañán, palurdo y palero, lo mejor es dejar de rascarse el ombligo, retomar los estudios y darle la vuelta a la vida de ganapán.

«Eso de la Santísima Trinidad es muy fácil, es como el huevo: yema, clara y cascarón».
Decir de la abuela María para explicarle teología a sus hijitos.

Por otra parte, en mi terruño he oído frases como: «¡Tu papá es un cuentachiles!» o «El cuentachiles de tu novio no quiso cooperar», y es que esta fusión de verbo y sustantivo resulta en un complemento coloquial muy utilizado en México para nombrar esos seres que escatiman todo lo que deben dar.

Un cuentachiles es lo mismo que cicatero, mezquino, tacaño, ruin, miserable o, como lo diría mi tía Chole: «Es bien codo». El Diccionario de mejicanismos nos explica que este detestable adjetivo se refiere a un «cominero, refitolero», es decir, «al hombre que se entremete en las menudencias de su casa que son propias de mujeres» —en Cuba, un cuentachiles es mejor conocido como cazuelero—. O sea que, además, se mete con las decisiones que seguramente ya tomó, ya sea, su esposa, su hija, su hermana, su madre o su abuela. Y, por si fuera poco, también es conocido como chismoso. ¡No es posible! Esta clase de individuo es de lo peor.

Finalmente, seguro que usted se ha topado con uno o varios aguafiestas que, como el agua, inundan el festejo con su mal humor o pesimismo, o que, después de su intervención, lo dejan aguado y sin sabor. Y nada más cercano a la realidad, ya que dicha palabra, según el DRAE, significa: «persona que turba cualquier diversión o regocijo», como aquel que interviene cuando alguien está contando un chiste y cuenta el final, y tampoco falta el ñoño que, cuando mejor se pone el reventón, nos recuerda que tenemos un examen al día siguiente.

Aunque el auténtico aguafiestas no es una mala persona y, por lo general, no se da cuenta de la mala pasada que les juega a los otros; simplemente se para en el lugar menos indicado. De manera que, si usted está en la fila del cine y alguien, al salir, le revela el final, no se revuelque del coraje, recuerde que aquel aguafiestas no lo hizo con la intención de molestar o, mejor, piense que un día le tocará a ese personaje sufrir las inclemencias de un estropeador profesional en una fiesta, a media película o —más divertido— en su propia boda.

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