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Extinción: ¡Aguas que desapareces!

Extinción: ¡Aguas que desapareces!

Extinción. Esa palabra que conocemos bien porque desde mediados del siglo XX se «ha puesto de moda», pues tanto especies animales como vegetales no paran de extinguirse, una por una. No obstante, son muchos los factores que influyen para que una especie se despida y no siempre es culpa nuestra —aunque con el cambio climático, pues…

Nuestro planeta ha visto de todo: sequías, tsunamis, terremotos, incendios, erupciones volcánicas, caídas de meteoritos, glaciaciones, derivas continentales, etcétera; pese a todo ello, la vida ha persistido. Eso sí, es importante ver los golpes más grandes que los seres vivos han sufrido para comprender mejor los más leves.

El chasquido del infinito

Para empezar, hay que especificar a cuál tipo de extinción nos referimos, todo de acuerdo con su finalidad. La primera es la extinción filética o falsa extinción, debido a que si bien cierta especie o grupo taxonómico entero desaparece, su descendencia evolucionada sobrevive; por ejemplo, el ser humano actual tuvo sus respectivas extinciones filéticas, así como las aves son las herederas de los dinosaurios. También se usa éste término cuando una especie que se creía extinta, vuelve a aparecer.

Por otra parte tenemos a la extinción terminal, que a su vez se divide en dos: de fondo y masiva. Una extinción de fondo consiste en la desaparición progresiva de menos de 10% del total de especies durante un año o menos de la mitad entre uno o tres millones de años —ma—. Ahora bien, una extinción masiva es cuando se superan los porcentajes anteriores en la misma cantidad de tiempo o incluso en menos, a nivel global. Oficialmente han ocurrido cinco extinciones masivas y generalmente a éstas se les usa para definir el principio y fin de algunas eras geológicas.

Extinción masiva con m de madres

La primera extinción masiva fue la del Ordovícico-Silúrico, la cual inició hace 439 ma, eliminando 85% de las especies marinas —aún no se poblaba la tierra— y al parecer sucedió por dos eventos: la deriva continental de Gondwana al sur, que provocó una glaciación y disminución del nivel oceánico, así como el aumento de radiación por una supernova cercana. Tal extinción duró aproximadamente entre 500 mil y un millón de años.

La siguiente fue la del Devónico-Carbonífero, hace 367 millones de años, en la que desapareció 82% de las especies, debido a los constantes calentamientos y enfriamientos globales, provocados por erupciones volcánicas y glaciaciones. Esto causó que los océanos disminuyeran su salinidad y su cantidad de oxígeno —fenómeno conocido como anoxia—, al mismo tiempo que la atmósfera se llenó con más gases invernaderos como metano y dióxido de carbono, en parte provocado por la mera presencia de las plantas terrestres. Imagínese eso durante tres millones de años.

Extinción: ¡Aguas que desapareces!

Sin embargo, la extinción del Pérmico-Triásico ha sido la más devastadora de todas, ya que 95% de las especies marinas y 70% de las terrestres desaparecieron hace 251 millones de años. La hipótesis más fuerte de la llamada «Gran mortandad» apunta a que se debió por una serie de catástrofes que comenzaron por el impacto de un meteorito en lo que hoy es la Antártida. La onda sísmica de dicho impacto provocó, justo al otro lado del planeta, erupciones volcánicas durante un millón de años —en los actuales traps siberianos, ‘escaleras’ formadas por roca volcánica—, calentando el planeta al llenar de sulfuros el agua y de metano, la atmósfera.

Ahora m de menos ojetes

Las últimas dos extinciones masivas terminaron con 76% de las especies: la del Triásico-Jurásico y la del Cretácico-Paleógeno, hace 210 y 65 ma, respectivamente. La primera se debió por la fragmentación del supercontinente Pangea, mientras que la segunda, bien sabida, fue por el impacto de un meteorito en la actual Península de Yucatán y subsiguientes factores. En cuanto a la duración, la del Triásico-Jurásico persistió aproximadamente un millón de años mientras que la del Cretácico-Paleógeno no se sabe con exactitud, incluso hay quienes aseguran que duró, si acaso, un mes.

No obstante, al ver todas estas extinciones, y en especial las últimas dos, nos hacen notar la importancia de que una o varias especies desaparezcan para que otros organismos proliferen. Los dinosaurios necesitaron que desaparecieran los grandes anfibios, los terápsidos y los arcosaurios para dominar dos periodos geológicos; por otro lado, éstos tuvieron que extinguirse para que los mamíferos se convirtieran en los últimos reyes animales.

Extinción: ¡Aguas que desapareces!

¿Sexta extinción masiva?

Hablando de mamíferos, desde que nuestros primeros antepasados homínidos surgieron hace unos seis o siete millones de años, nuestra presencia ha impactado a los demás seres vivos, para bien o para mal. Es más, la propia existencia del ser humano moderno —Homo sapiens sapiens— literalmente se chingó a los neandertales y a otros homínidos que se le atravesaron. O un poco más reciente, la infame extinción del pájaro dodo a causa de su reclusión insular y caza absurdamente sencilla.

Extinción: ¡Aguas que desapareces!

Sin embargo, no hay que entrar en radicalismos: el ser humano no es la fuente de la sexta extinción masiva, pero sí de la disminución de todos los demás seres vivos —nosotros mismos incluidos—, la cual es cada vez más rápida. Básicamente, la sobrepoblación y el consumismo son los factores principales, pues eso se traduce en la demanda de una mayor cantidad de recursos y de espacio. ¿La consecuencia?, el tan mentado calentamiento global, que no sólo se ve con incendios forestales como los que consumen a Australia cada tanto, o los del Amazonas, sino en la homogeneización de las estaciones, el aumento del nivel del mar o la desaparición de algunas cadenas alimenticias, por mencionar algunos.

Sea como fuere, quien lleva el «mejor» recuento de especies vivas y extintas es la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza —UICN—, con su famosa Lista Roja. Dicha lista no es más que un inventario para recabar los índices poblacionales de las especies, clasificándolas en tres categorías: de bajo riesgo, amenazada y en extinción.

A su vez, éstas se subdividen en preocupación menor y casi amenazada; vulnerable, en peligro y en peligro crítico o críticamente amenazada; y extinta en estado silvestre y extinta, respectivamente.

México megadiverso, ¿no?

Ahora bien, no es ningún secreto que nuestro país tiene riqueza natural; no obstante, tampoco lo es nuestra poca responsabilidad social hacia el medio ambiente. Para que se haga una idea, uno de nuestros lábaros patrios, el águila real, está considerada en peligro de extinción y únicamente en el territorio mexicano; cabe recordar cuando Leonardo DiCaprio tuvo que firmar, junto con un presidente mexicano, para asegurar la supervivencia de la vaquita marina, o cuando ilegalmente se cazaron casi todos los lobos mexicanos recién reintroducidos al exterior.

95% de las especies existentes han sufrido un proceso ininterrumpido de extinciones de fondo.

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