Tragedia
«Tanto penar para morirse uno», diría el gran poeta Miguel Hernández. Y sí, porque esta vida es realmente penosa, engorrosa, llena de contratiempos y —como diría Woody Allen— dura muy poco.
Ya lo dijimos: «Comienza siempre llorando y así llorando se acaba», y de ello estamos llenos de ejemplos: como el mismo cine y aquellas películas en las que no paramos de llorar porque nos demuestran la miseria humana, como Ladrón de bicicletas de Visconti, por poner sólo un ejemplo, donde además no hay redención. Todo esto los griegos lo entendieron desde el principio de los tiempos con sus tragedias devoradoras, sus coros, su teatro inclemente, sus máscaras y, sobre todo, con su mitología devastadora, en donde cada uno de los dioses era peor que el otro.
Comedia
¡Ah, qué bonito es lo bonito! What a wonderful world!. Visto del otro lado de
la moneda —como en la película Melinda and Melinda, de Woody Allen—, «¡qué bello es vivir!»
Y reírse como loco y mofarse de la vida y leer a Ibargüengoitia, ver la películas de los hermanos Marx, oír sus frases y que la risa nos haga sentir cada vez mejor. Disfrutar de las palabras que revelan sensaciones felices como la sonrisa sarcástica del glaswen de la lengua galesa; ver comedias, y no tomarnos la vida tan en serio porque de todas maneras se va a reír de nosotros. En este mundo todavía hay esperanza, nuestros cerebros son plásticos y se pueden remodelar, podemos acabar con la depresión, aprender nuevos trucos, cambiar de humor.
Escúchame y sabrás: