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Escándalo momificado

¡Ay, mis niños, ayer vi algo que por poquito me desmayo en el mismísimo lugar donde me encontraba! Me tuvieron que sentar, echarme aire y darme agua porque nada más no me reponía del sofoco...

¡Ay, mis niños, ayer vi algo que por poquito me desmayo en el mismísimo lugar donde me encontraba! Me tuvieron que sentar, echarme aire y darme agua porque nada más no me reponía del sofoco cuando me di cuenta de «a quién» me acababa de encontrar frente a frente.
Fíjense nada más: me paseaba con gran placidez y alborozo por las calles de esta linda y pintoresca ciudad en compañía de unos amigos y se nos ocurrió visitar la típica Feria du Midi, que cada año alegra Bruselas para festejar el aniversario de su independencia. Había un montón de puestos de comida, souvenirs y decenas de juegos y atracciones nacionales y de otras partes del mundo.
De repente nos detuvimos ante una carpa con el rimbombante letrero de «Panóptico de la Inquisición», presentado por un tal doctor José Thunus, que yo creo que es un merolico ambulante de la peor calaña, un pilluelo, pues.
Como se imaginarán, el cajoncito más morboso y curiosillo de nuestra imaginación se abrió y dijimos: «Vamos a entrar, a ver qué hay». ¡Oh, queridos, un museo de los horrores, ni más ni menos! Una serie de momias espantosas con las descripciones de los tormentos que sufrieron antes de morir. Pero no fue esto lo que me perturbó más, sino que me pareció descubrir entre ellas la de un personaje que forma parte indiscutiblemente de la historia de México: estoy hablando nada más y nada menos que de fray Servando Teresa de Mier, ¡así como lo oyen!
Ahora déjenme darles los antecedentes de este caballero. Servando Teresa de Mier nació en Monterrey en 1763. Ingresó en la Orden de los Dominicos, donde estudió teología y se convirtió en un erudito varón y en un consumado orador. Sin embargo, un discurso en el que relacionaba a la Virgen de Guadalupe con la diosa prehispánica Tonantzin hizo que fuera acusado de herejía, excomulgado, encarcelado y luego expulsado a un apartado convento en España. Escapó de ahí, medio colgó los hábitos y viajó por varias partes de Europa; en el Viejo Continente hizo labor por conseguir la independencia no sólo de México, sino de toda América.
Finalmente pudo regresar a la Ciudad de México, donde fue un activo liberal y político. Se dice que en sus últimos días, ya enfermito, solicitó regresar con los Dominicos y lo logró. A su muerte, en 1827, fue enterrado en la iglesia de Santo Domingo.
Pero aquí apenas comienza la historia. Han de saber, hijitos, que en 1861 se descubrieron —justamente en la iglesia que acabo de mencionar— los restos de trece frailes y empezó a correr el rumor de que habían sido torturados y emparedados por la Inquisición. Al final resultó que no era así, que eran santos varones dominicos cuyos restos habían sido exhumados y colocados en una bóveda, donde se habían momificado de forma natural. Como seguramente sospechan, queriditos, una de estas momias era precisamente la de fray Servando.
Una vez resuelto este misterio, un funcionario público hizo una burrada de las grandes: se le ocurrió regalar —o vender, vayan ustedes a saber— cuatro de estas momias a un tal Bernabé de la Raya, al parecer argentino, que deseaba exhibirlas «con fines científicos» en Buenos Aires, según él. ¡Qué va! Quién sabe qué aventuras hayan pasado estas momias y por cuántos lugares han sido expuestas, hasta que ayer me las encontré en esta feria de Bruselas.
¡Ay, fray Servando, y pensar que te vi cara a cara, vis-à-vis, tête-à-tête, en el tenebroso jacalón del doctor Thunus! Sí, chiquillos, de lo que no estoy muy segura es cuál de las cuatro momias del dichoso panóptico es la del liberal fraile, si será la número 86, que según el charlatán «sufrió el tormento del fuego», o la 89, quesque «sufrió el tormento del agua». Aunque para mí que es la número 91, que según dice: «sufrió el tormento de la pera de la angustia», por lo que tiene la boca bien abierta. Sí. Yo creo que esa meritita es la de Teresa de Mier, porque con eso de que murió de un mal del pecho…
Au revoir!

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