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De motes y apellidos

De acuerdo con la tradición occidental, una mujer hereda el apellido de nacimiento de su padre y lo cambia para que coincida con el apellido de su marido —quien a su vez hereda el de su padre—.

Mi madre, como ya muchos de ustedes saben, se apellida Sicilia y Sicilia. Sí, sus padres eran primos hermanos, y aunque aun cuando en su época lo más común en México era que las mujeres casadas usaran el apellido del marido, e incluso cambiaran su firma al contraer matrimonio, mi madre nunca lo hizo y siempre estuvo muy orgullosa de su Sicilia y Sicilia.

—segunda parte—

Quizá sea por esa razón que a mí me parece tan extraña esta práctica. Veo en ella mucho sexismo, quizá atávico, quizá heredado de una época en la que la mujer pasaba de la casa paterna a la del marido como una cosa, y no como una persona.

Herencia paterna

De acuerdo con la tradición occidental, una mujer hereda el apellido de nacimiento de su padre y lo cambia para que coincida con el apellido de su marido —quien a su vez hereda el de su padre—. Esta costumbre del cambio de nombre ha sido criticada por varias razones: en primer lugar, se puede interpretar que tanto el padre como el futuro esposo de la mujer tienen el control sobre ella, y significa que las líneas de descendencia son masculinas —patrilinealidad—, como si el niño o la niña no tuviesen conexión con su madre y, por ende, no hubiera una línea de descendencia femenina —matrilinealidad—; por otra parte, significa que las mujeres no tienen apellidos por línea materna, sino sólo los que indican la relación con los hombres.
Yo nunca usaría otro apellido, ni siquiera el de mi marido —que además de ser muy elegante y rimbombante, es también el de mis hijos—, simplemente porque creo que un apellido habla de la sangre o de la educación o del linaje; de dónde vienes y de tu idiosincrasia. Porque un apellido también habla de naciones, de lugares, de idiolectos, de razas e incluso de religiones. Mi nombre, pues —como el de la mayoría de los habitantes de Occidente— habla de mi estirpe, de mi cuna y de mi procedencia. No puedo ni debo cambiarlo por ningún motivo, y menos por cambiar de estado civil.
Y aquí me acuerdo de Mariana, mi amiga, que es doctora en letras y una generación mayor que yo; ella me contaba que su marido se quejaba de que nunca usaba el apellido de casada para firmar sus artículos ni sus tesis ni sus ponencias, y ella le contestaba enfática: «¿Qué, acaso tú me pagaste la carrera? Me la pagaron mis padres, así que firmo con sus nombres». Y yo creo que tenía razón.
México. Aquí —¡gracias a Dios!— sí tenemos el segundo apellido, que marca nuestra relación materna, y por lo menos ese tema está resuelto. Y, hoy día, es casi imposible usar el apellido de casada, o cambiarlo, y esto se debe sobre todo al, para mí, maravilloso invento de la credencial de elector —para muchos vilipendiada como ife: «¿Trae su ife?»— que empezó a expedirse con foto a partir los años 90, y que hoy por hoy es la identificación de millones de mexicanos y mexicanas —las nombro aparte porque al tener esta identificación el apellido paterno y materno, es casi imposible cambiarlo por otro de forma legal, pues para ello tendría que interponer un juicio larguísimo y engorroso.
Ahora bien, nosotras las mexicanas, muy contentitas, nos quedamos con el apellido de papi y de mami, y somos muy felices; pero, ¿qué pasa en el resto del mundo?

Portugal y Brasil. De forma similar se siguen las tradiciones en el mundo de habla portuguesa, pero en estos países el apellido materno va antes que el paterno —en la tradición española, el apellido paterno va antes que el materno—; una mujer puede adoptar los apellidos de su esposo, sin embargo comúnmente conserva sus apellidos de nacimiento, o por lo menos el último y, desde 1977, un esposo también puede adoptar el apellido de su esposa. Cuando esto pasa, casi siempre ambos cónyuges cambian su apellido al casarse.

Polonia. Sólo los apellidos que son adjetivos válidos —Silny, ‘fuerte’, o Śliski, ‘resbaloso’— o suenan como uno —Skłodowski, Macki— tienen versiones femeninas. Es algo así como el señor Bello y la señora Bella, o el señor Pacheco y la señora Pacheca. Esto es lo más utilizado si un apellido masculino termina en -i o -y, su equivalente femenino termina en -a —por ejemplo, Silna, Śliska, Skłodowska, Mącka—; sin embargo, la mujer puede elegir usar la versión masculina y después de casarse la pareja elegirá apellidos para el esposo, la esposa y los hijos.
Conoce los casos de otros países en Algarabía 101

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