Los normandos, de origen escandinavo, no sólo marcaron la pauta de los castillos de defensa, sino que también instauraron el sistema feudal y éste influyó de forma gradual en los reinos de Inglaterra, Francia, Italia y España.
De la fortificación al feudalismo
En el siglo X, cuando los normandos se asentaron en Britania, desarrollaron construcciones de defensa similares a las de los celtas: levantaban montículos de tierra ―motas― sobre las que erigían torres de madera, luego protegían el terreno circundante con una empalizada ―el recinto fortificado dentro del cual construían establos, una capilla y diversos salones― y alrededor de todo el conjunto cavaban un foso, para que sólo se pudiera entrar por un acceso controlado. A esta construcción se le llamó «castillo de mota».
Los normandos, de origen escandinavo, no sólo marcaron la pauta de los castillos de defensa, sino que también instauraron el sistema feudal y éste influyó de forma gradual en los reinos de Inglaterra, Francia, Italia y, por supuesto, España, donde se peleaba contra el dominio árabe desde el siglo VIII. De ahí que fuera la primera región en que construyeran castillos de piedra.
El nombre de Castilla provino de los castillos que se levantaron en su línea fronteriza para protegerla.
Infundir temor
Como en la Edad Media no existía un poder sólido que garantizara la seguridad ante las invasiones y acosos militares de otros reinos, los señores feudales decidieron delimitar sus bienes y territorios con castillos amurallados que fuera imponentes e impenetrables. Esto aumentó la importancia de la caballería.
La función principal del castillo surgió de la necesidad de resistir lo mejor posible ―y por tiempos prolongados― asedios enemigos; pero estas fortalezas también sirvieron para afianzar el poderío feudal, infundir temor hacia pobladores vecinos y evitar que la Iglesia se entrometiera lo menos posible en asuntos personales.
De ser una necesidad defensiva, los castillos se convirtieron en símbolos de poder.
Centro del poder político y administrativo, el castillo basaba su economía en una organización territorial llamada curtis, formada por conjuntos de propiedades agrícolas―no siempre ligadas entre sí― y sobre las cuales el señor feudal ejercía el ban, es decir, el poder absoluto.
La superficie de la granja del curtis se dividía en dos:
- dominium ―dominio― o «parte del señor»: abarcaba los terrenos que el propietario administraba de forma directa, pero trabajados por sus siervos. Esto comprendía bosques de uso común, tierras no cultivadas y pastizales. También se incluían la vivienda privada del señor, establos, bodegas, hornos y talleres
- mansos: parcelas con las casas, los objetos y utensilios de los campesinos que, si bien estaban sujetos al ban, tenían condición de «hombres libres».
Desde la solidez de su castillo el señor feudal dominaba el burgo de la parte baja donde vivían los siervos de gleba―de la tierra― y, en caso de peligro, estos podían refugiarse dentro de las murallas. Sin embargo, los siervos no podían contratar sus servicios con nadie más ni mudarse, casarse o hacer ningún trámite si no contaban con el permiso de su señor.
El curtis ―dominio― del castillo solía ser autosuficiente, por lo que los intercambios con el exterior eran mínimos
El Apocalipsis como meme
Otro factor que alentó la construcción de castillos a partir del año 1000, fue la idea de que el fin del mundo estaba cerca. Ese temor tenía su base en el Apocalipsis de San Juan, en el que se advierte que mil años después del nacimiento de Jesucristo, el Diablo ―bajo la forma de un dragón― saldría de un profundo abismo―donde un ángel lo había encerrado― y que provocaría la desolación del mundo.
Muchos estudiosos de la religión identificaron la profecía apocalíptica con el nacimiento del Anticristo y el Juicio Final, y por ello interpretaron los fenómenos naturales ―eclipses, cometas, cambios radicales del clima, etcétera― como «señales divinas» del Apocalipsis.
Sin embargo, esta idea del fin del mundo no sólo tuvo su auge durante el año mil, sino que se trató de un meme que imperó durante casi todo el Medioevo ―y que ha revivido cada tanto en la sociedad a la menor provocación.
La necesidad de construir castillos se convirtió en otro meme: entre más grande y más imponente fuera, más representaba el poder del señor que lo detentaba. Un símbolo de seguridad ante la inestabilidad del mundo medieval, lleno de temores y de fenómenos que ni la Iglesia, máxima autoridad de la época, podía explicar.
¿Cómo y dónde construir un castillo?
Se edificaban en terrenos elevados para tener una defensa natural y vista despejada de los campos circundantes. El sistema defensivo que proyectaba el constructor ―maestro de obras―, consistía en una serie de anillos cada vez más pequeños pero a su vez más resistentes que, de ser indispensable, podían aislarse.
Al mando de artesanos, obreros, herreros, carpinteros y cientos de peones, estaba el maestro artesano, que distribuía el trabajo y vigilaba su ejecución.
En el centro se trazaba el gran patio interno pero, más allá de sus muros, había otro más pequeño donde estaba la entrada principal al conjunto fortificado. Las murallas se unían en sus esquinas con torreones.
Durante la primera etapa de construcción, los excavadores abrían el foso alrededor de todo el conjunto hasta llegar a la capa de roca, de la que extraían piedras y grava. De un lado de la base del castillo se obtenía cantera, la materia prima de la que serían formados los ladrillos y, a su vez, se dejaba una pared escarpada de la que era imposible recibir ningún ataque. A la par de excavar varios pozos y construir cisternas, se cavaba un «túnel secreto» que podía usarse en caso de escape.
En la segunda etapa, con el foso casi terminado, se colocaba un poste central que sostendría el puente levadizo, la parte más vulnerable de la muralla.
Al aumentar la altura de los muros, se debían usar andamios de madera, y palancas y poleas para transportar y subir los materiales más pesados.
Las torres eran los principales puntos de defensa: se concebían de tal modo que cada una pudiera defenderse de forma independiente. Cada torre tenía dos entradas: la primera, en la base, daba a uno de los patios; la segunda, en lo alto de la muralla, se llegaba por el «camino de ronda». Si el enemigo lograba entrar, las dos entradas podían bloquearse con pesadas puertas de madera.
De todas las torres del castillo, la única diferente era la que alojaba la capilla. En lugar de dos estancias del nivel de la planta baja, tenía una sola, de dos niveles. El ábside se ubicaba en un amplio espacio con marcos de piedra y vitrales de plomo.