Una mujer rubia vestida de blanco, despampanante, se encuentra de pie sobre una rejilla del metro; de pronto, el aire que produce el paso del tren levanta su falda blanca y ella jugueteaba con la tela. «¿No es delicioso?» dice riendo. Y al hablar de la suave brisa en realidad habla del placer, del sexo, sólo con la candidez de su sonrisa, con el contoneo de su cuerpo. Con esta simple imagen, sin mencionar a nadie, usted ya imaginó a Marilyn. El apellido es un formalismo.
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