De los cometas, del griego κόμη /kóme/ ‘cabellera’, se han dicho muchas cosas por su forma tan diferente de la de otros habitantes del espacio —por sus largas «cabelleras», sus contornos borrosos y porque aparecen de vez en cuando en el cielo—: que si son de mala suerte, que si presagian desastres, que si traen el infortunio.
Hace muchísimo tiempo, en el siglo xviii para ser exactos, se descubrió que los cometas, como cualquier otro satélite, giraban en torno al Sol en órbitas regulares pero muy alargadas; es decir que cuando los vemos es porque se encuentran en la parte más cercana de dichas órbitas, y eso sucede una vez cada doce, cien o 100 mil años.
Jan H. Oort, un astrónomo holandés, pensó que podía haber una nube, gigante e invisible, formada por miles de millones de planetoides —que son menores que los planetas, pero más grandes que los meteoros— que giraban alrededor del Sol a un año luz, o más, de distancia. Pero como la atracción de las estrellas es muy fuerte, alguno de estos planetoides cambiaría su dirección normal para ir a girar alrededor del Sol a una distancia mínima de unos cuantos millones de kilómetros. De ahí en adelante esto permanecería así, y el planetoide rebelde se convertiría en lo que nosotros llamamos cometa.
Fred L. Whipple, otro astrónomo, pero norteamericano, supuso que los cometas están hechos de unas sustancias llamadas amoniaco y metano con granos de material rocoso, que permanecen congeladas mientras estén en la gran nube. Al acercarse al Sol, los hielos comienzan a evaporarse y las partículas rocosas atrapadas en la capa congelada se liberan. Así, el centro del cometa queda rodeado por una nube de polvo y vapor que se va haciendo cada vez más espesa mientras más cerca está del astro rey.
Además, súmenle el viento solar, que es una nube de pequeñísimas partículas que sale del Sol en todas las direcciones con una fuerza superior a la del cometa, por lo que empujará la nube de polvo y vapor formada alrededor de éste, alejándolo del Sol a medida que se acerca. El viento solar sopla más y más fuerte, y provoca que la nube del cometa se estire en una larga cola, que se hace todavía más larga cuanto más próxima está del Sol.
Los cometas no duran mucho una vez dentro del Sistema Solar. Al aproximarse al Sol van perdiendo tamaño hasta convertirse en diminutas rocas o desintegrarse en una nube de pequeños meteoros. Cuando, de casualidad, vemos desde la Tierra una «lluvia» de estrellas, eso son las corrientes de meteoros que quedan girando alrededor del Sol después de que el cometa se ha desintegrado y que, de pronto, cruzan por nuestra atmósfera terrestre.
Isaac Asimov fue un gran científico estadounidense del siglo XX que escribió tantos libros como pudo —entre ellos, muchos de ciencia ficción—. Ahora, a través de Algarabía, ha continuado con su labor de divulgación científica. Este texto fue tomado del libro: Cien preguntas básicas sobre la ciencia, Madrid: Alianza, 1977; pp. 58-60, y adaptado por Cristina Reynoso.
¿Por qué… los cometas tienen cola?
De los cometas, del griego κόμη /kóme/ ‘cabellera’, se han dicho muchas cosas por su forma tan diferente de la de otros habitantes del espacio —por sus largas «cabelleras», sus contornos borrosos y porque aparecen de vez en cuando en el cielo—: que si son de mala suerte, que si presagian desastres, que si traen el infortunio.
- lunes 25 noviembre, 2013
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