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La «pequeña» familia jupiteriana

Júpiter, ese astro que no conoce la palabra mesura.

Júpiter, ese astro que no conoce la palabra mesura: es el planeta más grande, masivo y denso de nuestro Sistema Solar, posee el campo magnético más poderoso, así como la mayor cantidad de satélites naturales y, por si fuera poco, cuatro de éstos son de los más grandes; mejor nombre no pudo haber heredado.
Si hasta hace pocos meses Júpiter competía contra Saturno como el planeta con más lunas, gracias a la Unión Astronómica Internacional —UAI—, en julio de 2018 el planeta naranja se coronó «campeón satelital». Un total de 79 lunas hacen del «minisistema» jupiteriano —jovial o como quiera llamarlo—, un espacio diverso y muy concurrido.

Yo lo vi primero

Pero este vecindario no fue conocido sino hasta el año 1610 cuando Galileo, con uno de sus célebres telescopios, observó a Júpiter acompañado de cuatro «estrellas cercanas». Al continuar con sus observaciones, Galileo se percató de que no eran estrellas —ya que éstas iban y venían—, por lo que concluyó que se trataba de una cuarteta de lunas con el mismo comportamiento que la nuestra.
Curiosamente, los actuales nombres de dichos astros fueron dados por el astrónomo alemán Simon Marius: Ío, Europa, Ganímedes y Calisto, nombres tomados de la mitología romana —griega— por su directa relación con Júpiter —Zeus—; es decir, personajes con quienes tuvo sexo.
Por su parte, Galileo sólo les dio la nomenclatura clásica, la cual fue simplemente un número romano después del nombre «Júpiter», así en orden de descubrimiento. En este caso fueron cuatro al mismo tiempo, de la más cercana a la más lejana.

Tuvieron que pasar más de dos siglos para que se descubriera el siguiente satélite jupiteriano, Amaltea, con un telescopio refractor, por lo que ésta fue la última luna en ser descubierta por observación directa, esto en el año de 1892. Posteriormente, con fotografías telescópicas se descubrieron ocho satélites más; con los viajes de las sondas Voyager 1 y 2, a finales de la década de 1970, otros tres fueron encontrados; entre 1999 y 2004, 34 más fueron detectados con sensores especiales desde la Tierra, y el resto han sido anunciados casi exclusivamente por el equipo del astrónomo Scott Sheppard.

Entre dioses te veas

Como ya se mencionó, la nomenclatura clásica fue la manera oficial de nombrar a estos satélites —y los de otros planetas— ya que en 1975 la UAI concedió que los nombres populares de los «Jupíteres» V al XIII fueran oficiales. Al mismo tiempo, se oficializó el proceso de nombramiento para los satélites: los nombres preferentemente tienen que estar basados en personajes relacionados con la divinidad a la que orbitan.
Y si hablamos de «relaciones», a Zeus le encantaba tenerlas. El resultado de ello se nota en los 27 satélites jupiterianos cuyos personajes mitológicos fueron amantes de este dios. ¿Ven lo que sucede cuando no se usa protección? Así es, 18 lunas más son hijas de Zeus, otra nieta y una más es bisnieta. A las restantes aún no se les asigna un nombre griego o no tienen una relación tan directa.

Qué bonita vecindad

Hablando de órbitas, la mejor forma de conocer la llegada u origen de estos satélites a este vecindario es justamente por sus características orbitales. Tan sólo basta recordar cómo se formaron el Sol y los planetas: de un disco protosolar lleno de gas y polvo, en ocho puntos específicos comenzó la acreción circunplanetaria de rocas, gases o hielo; esos puntos se acomodaron casi paralelamente a la joven estrella, girando alrededor de ella en círculos casi perfectos.

La órbita de S/2016 J 2 —de nombre tentativo «Valetudo»2— cruza con muchas trayectorias de otras lunas por lo que dentro de algunos millones de años seguro colisionará con otro astro

Lo mismo sucedió con Júpiter —o cualquier otro planeta con satélites— y en cada punto específico se fueron condensando sus lunas. Cabe mencionar que esta «era primitiva» de los astros fue sumamente violenta —geológica y astronómicamente hablando—, por lo que se especulan hasta cinco generaciones de satélites naturales de gran tamaño que fueron colisionando entre sí durante millones de años. Estas destrucciones y regeneraciones satelitales finalizaron hasta que la mayoría del polvo y gas se disipó o terminó cayendo en Júpiter hasta quedar como lo podemos ver ahora.
Por ende, las lunas que presentan órbitas circulares de baja inclinación con respecto al ecuador de Júpiter y que son prógradas, es decir, que giran en la misma dirección que la rotación del planeta, se las clasifica como regulares —las primeras ocho lunas—. Conforme nos alejamos del planeta, las órbitas comienzan a alargarse volviéndose elípticas y sumamente inclinadas, esto indica que probablemente se trate de asteroides o restos de lunas antiguas capturadas por la gravedad de Júpiter. Este grupo irregular se separa en los prógrados —diez lunas— y en los retrógrados, o sea, los que giran en dirección contraria a la rotación del planeta —61.

¿Ya viste a la del 105?

Es de esperarse que si a usted le empiezan a platicar acerca de las lunas jupiterianas, luego luego piense en las galileanas, ¿y cómo no? Ganímedes es el satélite más grande de todos, incluso más que el planeta Mercurio. Calisto también estuvo a nada de superar a Mercurio en tamaño —curiosamente, tiene la misma apariencia del planeta ficticio Coruscant de Star Wars—. Ío parece una bola de queso roquefort debido a su gran actividad volcánica y está más chonchita que la Luna. Y, al final pero no menos importante, Europa, que esconde bajo su superficie un océano líquido de agua —cosa que a los científicos interesa tanto como el petróleo a los gringos.
Con menos reflectores, el resto de los satélites también resaltan. Por ejemplo, las dos primeras lunas, Metis y Adrastea, tienen «la chamba de arrear» al anillo principal de Júpiter, además de abastecerlo de material continuamente —polvo y rocas estelares—. Poco más adelante, Amaltea y Tebe también conservan un par de anillos difusos aunado al color rojo intenso en la superficie sumamente impactada de Amaltea.
Por último, todos los demás satélites irregulares retrógrados son retadores a la hora de ser descubiertos, ya que muchos tienden a ser tan pequeños que no se pueden calcular sus órbitas con precisión y desaparecen durante años. Siete de estas lunas han sido redescubiertas gracias al paso de sondas como las Pioneer, Cassini, New Horizons o la actual Juno, pero hay cuatro que son rejegas a reaparecer. Entonces la pregunta inmediata es, ¿cuántas lunillas más tendrá Júpiter para satisfacer su lujuria y que no se dignan a mostrarse?
Artículos relacionados: Requisitos para ser un planeta, divagando alrededor de la Luna, siguiendo la Luna.

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