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La bisabuela Antonia

La bisabuela tenía una extraña obsesión, que ayudó a descubrir un ladrón en su propia casa.

La bisabuela Antonia vivía obsesionada con la idea de que, debajo de alguna de las camas de su casa podía ocultarse un ladrón. Esta obsesión la llevó a repetir, todas las noches, un riguroso ritual en el que, cerrando postigos, recámara por recámara, inspeccionaba bajo las camas en busca de un avizorado hampón.

 

Por increíble que parezca, una noche, ante los inquisitivos ojos de la menuda mujer, finalmente apareció un ladrón, justo bajo una cama. Jalado de una oreja, el maleante fue llevado por la bisabuela de la recámara al zaguán de la calle de Jarcierías; durante este largo recorrido, a través de la oreja que le quedaba libre, el ladrón iba oyendo un largo rosario de sinónimas recriminaciones que parecían salir del dedo índice que la bisabuela agitaba al paso: «Descarado, cínico, fresco, granuja, truhán, desfachatado, golfo, malandrín, caradura, zascandil, malviviente, bribón, atrevido. ¡Vergüenza le debería dar a usted andar hurtando en las casas de personas decentes!».

Como bien decía mi papá —por quien supe esta historia—, hubo épocas en las que los ladrones eran «honorables» y sus principios gremiales les impedían atacar a aquel que los sorprendiera ejerciendo su labor. ¡Qué tiempos aquellos!

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Javier Nuño Morales no conoció a la bisabuela Antonia, pero la palabra bondad lo remite a la luminosa mirada de la bisabuela en esa vieja foto en donde, frágil y menuda, ella se muestra para siempre vestida de negro y aferrada a los brazos de una mecedora austriaca que parece darle cobijo y animarla a platicarnos el maravilloso anecdotario de una larga vida.

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