arabismos – Algarabía https://algarabia.com Algarabía Thu, 28 Apr 2022 00:06:54 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.1 https://algarabia.com/wp-content/uploads/2021/06/favicon.png arabismos – Algarabía https://algarabia.com 32 32 Los arabismos del español I https://algarabia.com/los-arabismos-del-espanol-i/ https://algarabia.com/los-arabismos-del-espanol-i/#respond Thu, 16 Dec 2021 12:00:00 +0000 https://algarabia.com/?p=41791 Escogimos un capítulo del excelente libro 1001 años de lengua española1, escrito por Antonio Alatorre. Por la extensión de dicho capítulo esta será una publicación de dos partes. Que la disfruten de estas herencias del árabe.

algarabía. Sustantivo femenino. Alboroto, barullo, fiesta y alegría. Proviene del árabe al’arabiya y significa «lengua arábiga». También se refiere a hablar en voz alta, a gritos; es decir, a hacer bulla y ruido con voces confusas y estridentes.

Los 4 mil arabismos de nuestra lengua tienen su razón de ser: corresponden a 4 mil objetos o conceptos cuya adopción era inevitable. De manera «fatal», el añil, el carmesí, el escarlata y hasta el azul vienen del árabe. Un caso típico: la terminología de la hechura del barco se tomó básicamente de los moros. Y un caso extremo: las palabras almaizal y acetre, que designan objetos propios de la liturgia católica, ¡son arabismos! [Sin embargo] “el alud de arabismos no afectó la estructura fonética ni sintáctica de las lenguas iberorromances, y que ni siquiera en cuanto al vocabulario las volvió ‘irreconocibles’ como hijas del latín”.2

Si no existieran tantas espléndidas muestras de la cerámica musulmana medieval, bastaría el vocabulario referente a alfarería —comenzando con la palabra misma alfarero— para saber que los cristianos españoles admiraron y aprendieron ese arte de los árabes.

Pero los árabes fueron también horticultores, molineros, carpinteros, alfayates —‘sastres’—, talabarteros, almocrebes —‘arrieros’—, alfajemes —‘barberos’—, panaderos, cocineros —y gastrónomos—, marineros, pescadores, agricultores, expertos en equitación, en cultura del aceite —las palabras aceite y aceituna son árabes—, en medicina y farmacia, en pesas y medidas, grandes constructores y decoradores, albéitares —‘veterinarios’—, alatares —‘perfumistas’—, tejedores de telas y de alfombras. En capítulos como éstos puede dividirse el estudio lingüístico de los arabismos, lo cual equivale a conocer capítulos enteros de la historia cultural de España y de buena parte del mundo.


El alud de arabismos no afectó la estructura fonética ni sintáctica de las lenguas iberorromances, y que ni siquiera en cuanto al vocabulario las volvió ‘irreconocibles’ como hijas del latín. Entre los arabismos hay meras golosinas —almíbar, alcorza, alajú, alfajor, alfeñique…— y pequeñeces frívolas como el aladar —‘mechón de pelo’— o importantes como el alfiler.

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Escucha: Los arabismos en el español


Pero siempre se ha dado un lugar prominente a las “grandes palabras”, las que se refieren al pensamiento matemático y a la especulación científica. Al pensamiento matemático pertenecen las palabras cero, cifra, algoritmo y guarismo, y la palabra álgebra.
Los árabes hicieron que toda Europa abandonara la numeración romana, tan incómoda para sumar, restar, multiplicar y dividir.
Introdujeron el concepto de ‘cero’, que no existía en la tradición grecorromana, y enseñaron un método totalmente nuevo de ‘reducción’, que eso es álgebra.


Con el pensamiento matemático se relaciona la palabra ajedrez —y sus alfiles, sus jaques y mates—: los árabes fueron quienes introdujeron este endiablado juego en Europa. A la especulación científica se refieren las palabras cenit, nadir y acimut, y también la palabra alquimia con sus redomas, sus alambiques, sus alquitaras: los árabes fueron grandes astrónomos; y si alguien cree que la alquimia no significa gran cosa, es que no sabe la importancia que en la historia de la ciencia tuvo la piedra filosofal, ese ’iksîr —de donde viene la palabra elixir— que los árabes enseñaron, no a hallar, sino a buscar. Y además, también las palabras alcanfor, atíncar, azogue, almagre, alumbre, álcali y alcohol, son arabismos.


Veamos, más de cerca, unas cuantas zonas de esa cultura hispanoárabe a través de sus manifestaciones léxicas:

Jardinería y horticultura

Plantas y flores como la alhucema, la albahaca, el alhelí, el azahar, el jazmín, la azucena y la amapola; frutas como el albaricoque, el albérchigo, el alfónsigo —pistache—, el alficoz —cierto pepino—, la sandía, el limón, la naranja y la toronja.

Agricultura

Algunos de estos arabismos se refieren a las obras de riego: la acequia, el aljibe, la noria, el arcaduz, la zanja, el azud, la alberca; otros dan fe del gran número de cultivos que los moros introdujeron: la alfalfa, el algodón, el arroz, la caña de azúcar, el azafrán, el ajonjolí, la acelga, la alubia, la celebradísima berenjena, la zanahoria, la algarroba y la alcachofa.

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Economía y comercio

Ceca ‘casa de moneda’, almacén, alcaicería ‘bazar’, atijara ‘comercio’, albalá ‘cédula de pago’, almoneda, dársena, alhóndiga, alcancía, alcabala, aduana, tarifa y arancel; pesas y medidas: azumbre, arrelde, alqueire, celemín, adarme, quilate, quinta y arroba.

Arquitectura y mobiliario

Alarife ‘arquitecto’, albañil; adobe y azulejo; alacena, tabique y alcoba; alféizar y ajimez; albañal y alcantarilla; azotea, zaguán y aldaba.
La palabra ajuar es árabe, y entre las piezas del ajuar se cuentan el azafate, la jofaina y la almofía, la almohada y el almadraque ‘colchón para sentarse en el suelo’, la alfombra, la alcatifa ‘alfombra fina’, el alifafe ‘colcha’ y el alhamar ‘tapiz’. Vale la pena observar que, hasta entrado el siglo xvii, en los “estrados” de las casas hispánicas había pocas sillas y en cambio toda clase de cojines, almohadones y tapetes, como en tiempos de la morería.

Vestimenta y lujo

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Prendas como la almejía ‘túnica’, el albornoz, el alquicel ‘capa’, la aljuba o jubón, el gabán, los zaragüelles ‘calzones’, las alpargatas; la cenefa y el alamar, adornos del vestido.

Entre los arabismos hay también nombres de perfumes y afeites, como el almizcle, el ámbar, la algalia, el talco, el alcohol, el alcandor, y de joyas y piedras preciosas, como la ajorca, la arracada, el aljófar ‘perlas pequeñas’ y las alhajas en general.

‘Arte’ militar

La alcazaba ‘ciudadela’, el alcázar, la rábida, el adarve, la almena y la atalaya; el alarde, la algara, el rebato y la zaga ‘retaguardia’; el almirante, el adalid, el arráez ‘caudillo o capitán’, el almocadén ‘jefe de ropa’, el alcaide y el alférez; la adarga, la aljaba y el alfanje; también hazaña parece ser arabismo.

Muchas palabras que comienzan con al- no son ciertamente moriscas. En cierto momento, Don Quijote le da a Sancho Panza una pequeña lección sobre arabismos: “Este nombre, albogues —le dice— es morisco, como lo son todos aquellos que en nuestra lengua castellana comienzan en al,conviene a saber almohaza, almorzar, alhombra, alguacil, alhucema, almacén, alcancía y otros semejantes, que deben de ser pocos más”.


Don Quijote está aquí algo distraído: en primer lugar, alba y alma y otras muchas palabras que comienzan en al- no son ciertamente moriscas, y en segundo lugar,como puede comprobarse con sólo pasar los ojos por las incompletísimas listas anteriores, los arabismos con al- no son “pocos más”, sino una cantidad enorme.


Conoce más de los préstamos lingüísticos


Ese al- es el artículo árabe, que en los arabismos ha quedado incorporado al resto de la palabra. Por lo demás, el artículo está asimismo en palabras como acequia, adelfa, ajonjolí, arrayán, atarjea y azahar, aunque reducido a a- por efecto de la consonante que sigue. Las palabras jubón y aljuba significan lo mismo, como también los topónimos Medina y Almedina. Se dice “el Corán”, pero puede decirse igualmente “el Alcorán”, y alárabe era sinónimo de árabe

Glosario

acequia, sustancia química
acequia, zanja o canal para riego
acimut, sinónimo de cenit
adalid, guía, cabeza
adarga, escudo de cuero ovalado
ajimez, ventana arqueada dividida en el centro por una columna ajuar, mobiliario
alambique, aparato para extraer la escencia de una sustancia líquida albacora, hoguera para señales
albañal, canal o conducto de aguas inmundas
albanega, cofia para recoger el pelo
albornoz, abrigo
alcabala, tributo o impuesto
alcaide, encargado de una fortaleza
álcali, óxidos metálicos solubles en agua
alcanfor, producto químico utilizado para hacer papel y en medicinas
alcázar/rábida, fortaleza
alfanje, sable
alféizar, vuelta o derrame que hace la pared en el corte de una ventana o puerta
alférez, el oficial de menor graduación que hay, subteniente algara, tropa de a caballo que hacía correrías en territorio enemigo
alhóndiga, mercado y/o depósito de granos
aljaba, caja portátil de flechas
aljibe, barco tanque
aljuba, gabán de manga corta
aljuba/jubón, vestidura ceñida que cubre de los hombros a la cintura
almáciga, lugar donde se siembran las semillas para después trasplantarlas a otro lugar
almagre, óxido de hierro
almena, prisma defensivo sobre los muros de las fortalezas almofía, sinónimo de jofaina
almoneda, venta pública de bienes
almunia, huerto
alpargatas, calzado de lona con suela de cáñamo ajustado con cintas
alquitara, sinónimo de alambique
arcaduz, caño
atalaya, torre de vigilancia
atarjea, caja de ladrillo para las cañerías
atíncar, bórax —sustancia química—
azafate, canastillo
azogue, mercurio (Hg)
azud, máquina que saca agua de los ríos
cahíz, medida de capacidad equivalente a 666 litros
cenit, punto en el espacio que corresponde verticalmente a un lugar en la Tierra
dársena, puerto resguardado contra los elementos fanega, medida de capacidad equivalente a 55 litros gabán, abrigo
jaez, adorno de caballería
jofaina, vasija en forma de taza para lavarse las manos
nadir, opuesto al cenit
noria, máquina para sacar agua de un pozo
rebato, alarma
redoma, botella de cristal
zanja, excavación larga y angosta
Continuará…❧
Síguete con la segunda parte de los arabismos en el español


1 Tomado de: Antonio Alatorre, «Los arabismos en el español», Los 1001 años de la lengua española, México: F. C. E., 2002. pp. 99-103

2 Ibid., «La lengua de los mozárabes», id. p. 108.

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 el Levante mediterráneo, Mesopotamia, Persia y la India—, dondequiera adoptaron también las cosas que hallaron buenas. Muchos de los arabismos, y entre ellos los “grandes” arabismos, cuentan sintéticamente esa historia.
A menudo, en efecto, las palabras de donde proceden no son originalmente árabes, sino adaptaciones de voces de las gentes con quienes los árabes tuvieron trato. El más prestigioso de esos países es Grecia.
Hay así arabismos procedentes, no digamos ya de Marruecos, de Egipto o de Siria, sino de Persia, la India, Bengala y más allá.
El papel de adaptadores y transmisores que desempeñaron los árabes en cuanto al saber helénico, comenzando con varias de las obras de Aristóteles, se refleja hasta en palabras como adarme, del griego drachmé, o adelfa, del griego daphne, o albéitar, donde hace falta cierto esfuerzo para reconocer el griego hippiatros ‘médico de caballos’.
El cero y el ajedrez, por ejemplo, nos llevan a la India; la naranja y el jazmín, a Persia; el benjuí a Sumatra, de donde los árabes traían ese incienso aromático, y en la palabra aceituní está encerrada no la aceituna, sino la remota ciudad china de Tseu-thung, donde se fabricaba ese raso o seda satinada.
En el caso de España, por una especie de paradoja, abundan particularmente los arabismos procedentes ¡del latín! Las palabras latinas castrum, thunnus y —malumpérsicum —‘manzana de Persia’—, para poner tres ejemplos sencillos, no habrían dado origen a alcázar, atún y albérchigo, respectivamente, si no hubiera sido porque pertenecieron al habla familiar de los moros.
Algunos arabismos nunca fueron populares, tal como ahora no es popular buena parte del vocabulario científico o técnico, o del que emplean las clases sociales refinadas.
La palabra almanaque fue y sigue siendo popular; cenit, nadir y acimut son bien conocidas, pero alcora ‘esfera celeste’ no figura sino en uno de los libros técnicos de Alfonso el Sabio. Así también, arracada sigue siendo popular, mientras que la rara palabra alhaite ‘sartal de diversas piedras preciosas’ no está documentada sino en dos testamentos de reyes. Los arabismos alcora y alhaite son puramente históricos. También han pasado ya a la historia no pocos arabismos que fueron usados normalmente por toda la gente. Algunos desaparecieron porque las cosas mismas desaparecieron: la alahilca, ‘colgadura o tapicería de las paredes’, parte del ajuar ordinario de la casa árabe o arabizada, dejó a la larga de existir, como tantos refinamientos y saberes de los moros.
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Puede ser que en cierto momento la palabra alfajeme se haya sentido demasiado morisca, demasiado degradante, y entonces los alfajemes españoles prefirieron llamarse barberos, tal como hay ahora barberos y peluqueros que prefieren llamarse “profesores de estética masculina”. Así también, dos palabras advenedizas, sastre y mariscal, dejaron en el olvido o en el limbo de lo rústico los arabismos alfayate y albéitar, tan arraigados antes en la lengua, o sea tan castizos. La designación normal del sastre sigue siendo alfaiate en portugués.
Salvo muy contadas excepciones —los moros latiníes, las granadas zafaríes, etcétera—, los arabismos hasta aquí mencionados son sustantivos. De igual manera son sustantivos, en su gran mayoría, los nahuatlismos del español de México.
Es lo normal en toda historia de “préstamos” lingüísticos. Tanto más interesante resulta, por ello, el caso de los adjetivos y de los verbos tomados directamente del árabe —directamente: sin contar algebraico, alcohólico, etcétera, ni alfombrar, alambicar, etcétera; sin contar tampoco azul, escarlata, etcétera, pues los nombres de colores lo mismo pueden ser sustantivos que adjetivos. He aquí los únicos que recoge Rafael Lapesa:

Adjetivos:

  1. baldío significó ‘inútil’, ‘sin valor’, y de ahí ‘ocioso’;
  2. rahez significó originalmente ‘barato’, y pasó a ‘vil, despreciable’;
  3. baladí es hoy sinónimo del galicismo banal; el significado primario puede verse en las “doblas baladíes” acuñadas por los reyes moros de Granada, de mucha circulación en los reinos cristianos, pero muy inferiores a las espléndidas doblas marroquíes: baladí era ‘local’, ‘de la tierra’, y, en este caso, ‘de segunda clase’;
  4. jarifo era, por el contrario, ‘de primera clase’, ‘noble’, y vino a significar ‘vistoso’, ‘gallardo’;
  5. zahareño, que significa ‘arisco’, era el halcón nacido en libertad —en los riscos—, apresado ya adulto, difícil de domesticar, pero estimado por su bravura;
  6. gandul, que hoy significa ‘vago’ y ‘bueno para nada’, no era originalmente adjetivo sino sustantivo, y además significaba muy otra cosa: Alonso de Palencia, en su Vocabulario de 1490 —poco anterior a la toma de Granada—, dice que gandul es “garçón que se quiere casar —que está en edad de casarse—, barragán valiente, allegado en vando, rofián”; o sea: muchachón arrojado, de armas tomar —barragán es elogioso—, amigo de formar pandilla con otros de su edad y condición; no muchos años después, los españoles se topaban aquí y allá, en tierras de América, con grupos de indios jóvenes, fuertes, belicosos, y apropiadamente los llamaron “indios gandules”;
  7. horro significaba ‘de condición libre’, ‘no sujeto a obligaciones’; “esclavo horro” era el emancipado, y
  8. mezquino era el ‘indigente’, el ‘desnudo’ —con matiz compasivo—, pero acabó por significar —con otro matiz— ‘miserable’, ‘avaro’.

Algo en común tienen estos adjetivos: todos ellos son enérgicamente valorativos

Verbos:

  1. recamar era ‘tejer rayas en un paño’ —se entiende que era un quehacer muy especializado—;

  2. acicalar era ‘pulir’, y
  3. halagar era también ‘pulir’, ‘alisar’. Los tres verbos se referían, pues, al acabado perfecto de una obra de artesanía; pero halagar se trasladó por completo a la esfera moral: ‘tratar a alguien con delicadeza, con cariño’ —alisarle el cabello—, y de ahí, por corrupción, ‘adular’, ‘engatuzar’. Se puede añadir un cuarto verbo, el arcaico margomar, sinónimo de recamar.

Sobre todo el frecuentísimo ¡ojalá! —‘¡tal sea la voluntad de Alá!’—, que en la Europa renacentista pudo prestarse al chiste de que los españoles adoraban al Dios islámico.
También proceden del árabe los pronombres indefinidos fulano y mengano, la expresión de balde o en balde —del mismo origen que baldío—, la partícula demostrativa he de “he aquí”, “he allí”, el importantísimo nexo sintáctico hasta —cada vez que decimos “desde… hasta…” hacemos funcionar una estructura gramatical “mestiza”—, y algunas interjecciones, como el arcaico ¡ya!, muy frecuente en el Poema del Cid —se puede “traducir” por ¡oh!—,
No menos interesantes son los arabismos “semánticos”, los que no pasaron al español con su materia lingüística, sino sólo con su espíritu.
Existen arabismos espirituales o semánticos que revelan una comunión especialmente íntima entre las dos lenguas. Palabras tan españolas y de etimología tan latina como fijo de algo —> hidalgo— y como infante/infanta ‘hijos del rey’ son arabismos semánticos.
La costumbre, por ejemplo, de decir “si Dios quiere”, o “que Dios te ampare”, o “don Alonso, a quien Dios guarde”, o “bendita la madre que te parió”, es herencia de los árabes.
En cambio, la influencia del árabe en la morfología de nuestra lengua es muy tenue: el único caso seguro es el sufijo de marroquí, alfonsí, sefardí, etcétera. En cuanto a la pronunciación, la huella del árabe es nula. A fines del siglo xv, Nebrija creía que tres sonidos del español, la h de herir —JERIR—, la x de dexar —DESHAR— y la ç de fuerça —FUERTSA—, sonidos inexistentes en latín, eran herencia de los moros, y en nuestros días todavía se oye decir que la j española de ajo y de juerga, inexistente en francés y en italiano, se nos pegó del árabe. No es verdad.
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A esos cuatro sonidos se llegó por una evolución plenamente románica, y su parecido con otros tantos fonemas árabes es mera coincidencia. Todos los arabismos de nuestra lengua se pronunciaron con fonética hispánica. Un ejemplo moderno ayudará a explicarlo: la palabra overol es anglicismo, pero todos sus fonemas son españoles; ninguno coincide realmente con los de la palabra inglesa overalls.»❧

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