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Tacones que matan

por María del Pilar Montes de Oca Sicilia
Tacones que matan

Entre todas las grandes chingaderas que la historia le ha hecho padecer a las mujeres, por el simple hecho de ser el sexo que carga a la cría, incapaz de jalar el arado e ir a la guerra, una de las más grandes, que permanece invisible y que aun y con todos los males que acarrea sigue presente en sus vidas, es el tacón alto o el zapato alto, o los tacones o como quiera llamárseles.
“Una mujer en tacones no puede correr, es un blanco centelleante para ser atacado.”

Un historia intrincada

Los zapatos de tacón nacieron con un uso más utilitario que estético: no pisar el fango, la basura, el pantano, y a la vez también poder cabalgar diestramente; sin embargo, esto dio conceptualmente la idea de pisar «más arriba del suelo», por lo que las plataformas se empezaron a considerar de privilegiados. Vemos que desde el siglo X, la caballería persa usaba una especie de bota con tacones para asegurarse de que sus pies permanecieran en los estribos, más tarde, en el siglo XII en India, los tacones vuelven a ser visibles entre las castas pudientes: la imagen de una estatua del Templo Ramappá muestra el pie de una mujer india vestida con un zapato muy alto. Luego, durante el periodo medieval, tanto hombres como mujeres nobles usaban zapatos de plataforma para levantarse de la basura y de las calles llenas de excrementos.

Más tarde los hombres, como el rey Luis XIV, los usaban para representar su estatus de clase alta —sólo alguien que no tenía que trabajar podía permitirse, tanto financiera como prácticamente, usar zapatos tan extravagantes— y así, muchas mujeres quisieron apropiarse de este estilo para «estar a la altura de los hombres», pero en ellas el ancho de los tacones cambió de otra manera fundamental, pues mientras los hombres usaban tacones gruesos, las mujeres los usaban finos. Luego, cuando los ideales de la Ilustración —la ciencia, la naturaleza y la lógica—, se apoderaron de muchas sociedades europeas, los hombres gradualmente dejaron de usar tacones. Podríamos decir que fue después de la Revolución Francesa —a finales de la década de 1780— cuando los tacones, la feminidad y la superficialidad se entrelazaron.

Los tacones pasaron de moda a partir de 1810, luego, en 1860 regresaron y, para no hacer el cuento largo, ya en el siglo XX los vemos en las bailairinas de Fox Trot y durante la II Guerra Mundial, en los carteles de las pin-up girls, lo que condujo a un aumento en la relación entre los zapatos altos y la sexualidad femenina. El tacón de aguja alto y delgado fue inventado en 1950, fortaleciendo la relación entre mujeres,sexualidad y sensualidad.

Tacones que matan


Intricados y complejos

La intrincada y compleja historia de los tacones altos ha llevado a una variedad de pensamientos y lentes culturales a través de los cuales los podemos ver hoy.
En primer lugar son sólo para nosotras las mujeres; en segundo lugar, la pornografía —PornHub tiene una categoría de High Heels, ‘tacones altos’—, las revistas masculinas, así como otros medios, siempre retratan a las mujeres de manera sexual con tacones altísimos y, en tercer lugar, son incomodísimos y hasta perjudiciales para la salud.


Paul Morris, investigador de psicología en la Universidad de Portsmouth, argumenta que los tacones altos «aumentan de forma artificial la feminidad de una mujer, pero a la vez se han convertido en un arma que ellas mismas usan para usar el sexo a su favor». Y es que es obvio, los tacones hacen que el cuerpo tome una pose de arqueamiento de la espalda, levantamiento de las nalgas, lo que resulta en la protuberancia de los senos que indica la voluntad de ser, no sólo cortejada o cachondeada, sino penetrada: «Los tacones altos enfatizan la espalda arqueada y glúteos extendidos y esa pose de cortejo natural sexualiza a la usuaria y la convierte en objeto sexual», afirma.

Te subes a tus tacones, te bajas de tus tacones

Para mí y para muchas mujeres de mi generación, la norma cultural fue y ha sido la que dicta que los tacones altos son un must en los entornos profesionales, formales y elegantes. Fue también la norma de generaciones anteriores como la boomer o la silente, el caso de mi madre y mis tías que usaron zapatos puntiagudos por años, al punto de deshacerse los pies, pero ni siquiera tan altos como los que llegamos a usar nosotras las de la Generación X en los noventa y que impactaban por su incomodidad y su tacón de más de quince centímetros.

Se ve claramente que ni Jimmy Choo, ni Christian Louboutin, ni Manolo Blahnik, ni Badgley Mischka, ni los de Prada, ni los Dolce & Gabanna, ni Alexander McQueen, ni todos los diseñadores top de zapatos altísimos, han tenido que usarlos y sufrirlos en su pinche vida. Asimismo, la mercadotecnia ha logrado convencer a las mujeres que mientras más altos y caros sean tus zapatos más empoderada estás. La televisión, el cine, la música y la cultura popular se han encargado de reafirmarlo; películas como Chicas de Nueva YorkWorking Girl— (1988), Mujer BonitaPretty Woman— (1990), Tacones lejanos (1991) o El diablo viste a la modaThe Devil wears Prada— (2006) y hasta canciones como las de Chico Ché o Bronco, lo confirman.

En gustos se rompen géneros, en empedrados, tacones, y en camas, virginidades.

Decir popular

Las mujeres estaban —y digo «estaban» porque veo esperanza en las millennial y las iGen— convencidas que había que tener muchos zapatos y bolsas como símbolo de estatus, y de que para «verte bien» tenías que ir incómoda. Vivíamos con el miedo a caernos, torcernos el tobillo, a tener que caminar mucho o a pasar por un empedrado. Ya lo decía la Tía Queenie en las fiestas: «Yo ya me voy, porque con eso de que traigo la faja de estar parada y los zapatos de estar sentada… ya no puedo más».
Lee el artículo completo en Algarabía 186.

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