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José Luis Cuevas

Desde la primera década de su vida, el destino estaba trazado para este pintor de rebeldía inquebrantable y creatividad transgresora.
Vía nytimes.com

Databa el año de 1941 cuando un niño de a penas siete años —apodado «el güerito pintor»— ganó el concurso de dibujo infantil organizado por la Secretaría de Educación Pública (sep). Aquel pequeño, sin saberlo, se convertiría en uno de los exponentes más reconocidos del arte plástico en México. Ese talentoso chiquillo se llamó José Luis Cuevas y en estas líneas vamos a hacer una remembranza de su vasto legado.

Después de apreciar el imponente trabajo mural de los artistas Diego Rivera y Roberto Montenegro, descubrió su pasión: la pintura. Este embelesamiento artístico lo llevó a estudiar en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, mejor conocida como “La Esmeralda”; sin embargo, debido a la fiebre reumática, Cuevas se vio en la necesidad de abandonar sus estudios en este recinto, el cual albergó a muchos de los pintores más reconocidos del país —como Frida Kahlo, Carlos Orozco Romero y María Izquierdo—.

En años posteriores, el porvenir de José Luis Cuevas fue itinerante, pero nunca incierto. Después de trabajar con Lola Cueto, quien fue su primera mentora, se dedicó a la ilustración gráfica para el diario The News.

Vía excelsior.com.mx
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Posteriormente, visitó con regularidad el Manicomio General de La Castañeda en donde, tomando como inspiración a los pacientes internados en el hospital, realizó una serie de cuadros. En esta aproximación pictórica, Cuevas comenzó a gestar una de las aristas más determinantes de su obra: la locura.

Con sólo 22 años, presentó “La casa rosa”, su primera exposición individual en la Galería Prisse de la Ciudad de México. Desde el inicio, su incursión en el arte se considera paradigmática debido a su tendencia a la negación de todo precepto de la pintura tradicionalista. Postura que se hizo más y más evidente en sus trabajos posteriores.

vía Wikimedia Commons
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Las semillas de la ruptura

Cortina de nopal  fue el título del texto que le dio el reconocimiento como uno de los líderes del denominado movimiento de ruptura. En el manifiesto, publicado en 1958 en el suplemento «México en la cultura» de la revista Novedades, Cuevas detallaba cuáles eran los motivos que llevaron al surgimiento de esta corriente nacida en La Esmeralda.

A través de un escrito con tintes de sátira, el pintor resaltaba las condiciones que ponderaban en el medio artístico del país. De acuerdo con su percepción, se trataba de limitar a los artistas de vanguardia para que se ciñeran al estilo tradicional y nacionalista que caracterizaban a los consagrados muralistas como José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.

La emancipación de este artista con su medio y su contexto le ayudo a articular una identidad propia, la cual se caracterizó por la fractura y la mofa de los cánones del arte. Motivo por el cual Cuevas decidió reinterpretar con ironía las prácticas tradicionales de los muralistas en un acto rebelde que consistió en pintar un «Mural efímero» en la esquina de Génova y Londres, pronunciamiento a través del cual el artista pretendía negar el precepto que dictaba que el arte mural debía ser eterno.

vía Wikimedia Commons
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Más que una pasión, una obsesión

Cuenta la leyenda que, a partir de la realización del afamado mural —cuya duración fue de un mes—, se le atribuyó a Cuevas la concepción del nombre de una afamada colonia de la Ciudad de México. En una entrevista, el artista afirmó que al presentar su exposición «Mujeres del siglo xx», la cual abordaba la nota roja, bromeó al decir que más bien se trataba de “zona rosa” por los casos de prostitución que abundaban en ese barrio.

Bautizado como «El enfant terrible» del pueblo mexicano, las prácticas polémicas de este artista siempre dieron de qué hablar, pues en su obra predominaban los temas sexuales, las narraciones eróticas, y los retratos de prostitutas y cadáveres. Su postura vanguardista lo llevó a experimentar también con elementos surrealistas como los paisajes oníricos y abstractos.

vía elsoldemexico.com.mx
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Su eterna búsqueda por el protagonismo lo llevó a jugar con los límites del arte y así logró demarcar una época en la concepción de la pintura en México. Esta versatilidad hizo que el nombre de José Luis Cuevas trascendiera fronteras internacionales; su obra fue expuesta en los más reconocidos recintos al rededor del mundo como el Museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York y el Reina Sofía de Madrid.

Encapsular su semen para una exposición, tomarse una fotografía diaria durante una década y casarse en más de una treintena de ocasiones con su esposa Bertha Riestra son sólo algunas de las excentricidades que realizó durante su vida, su adicción al protagonismo lo condujo a romper los paradigmas morales y estéticos de su contexto.

El legado que imprimió José Luis Cuevas transgrede los límites de lo tradicional, su nombre se relaciona con la escena de arte bohemio, con el neofigurativismo y con el movimiento de ruptura. El Premio Nacional de Ciencias y Artes en Bellas Artes; la Orden de Caballero de las Artes y las Letras de Francia; y la construcción de su propio museo en el Centro Histórico son el registro perenne de su trascendencia en los días por venir después de su muerte a la edad de 86 años en el verano de 2017.

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